El 7 de noviembre de 1991 se colocaba en Porta do Sol la vigorosa figura que simboliza una fusión entre el hombre y el mar anclada sobre dos pilares de granito negro de 12 metros de altura. Esta propuesta renovadora, moderna y rompedora no fue bien entendida y generó un ardiente debate en la ciudad. El paso del tiempo apagó estas llamas y ahora resulta indiscutible el acierto de Leiro con su obra. Es precisamente este debate y esta controversia generada lo que más identifica a la generación del 91 con el Sireno. "Provocó reticencias, diferencias y mismo disgustos a muchos. En verdad a nosotros nos pasa lo mismo, somos una generación mucho más valiente, que hace un poco lo que quiere y es precisamente esta rotura de clichés lo que nos acerca al Sireno", reconoce la joven farmacéutica, Beatriz Pereira.