Ha perdido unas cuentas veces ya la paciencia. Atrapado en Dakar desde hace ocho meses, el capitán del arrastrero Praia de Areamilla, Juan José Cadabón Gutiérrez (51 años) no encuentra una salida a su situación. El 11 de octubre del año pasado el patrón y su tripulación fueron detenidos por las autoridades senegalesas y acusados de faenar en aguas territoriales. Ahí se inició una pesadilla que parece no tener fin. Las autoridades senegalesas no pusieron inconveniente para liberar casi de inmediato a los marineros, la mayoría ciudadanos del citado país africano, pero no fueron tan benévolos con él. Durante cuatro meses estuvo retenido en el barco, de la casa armadora canguesa O Pilo y se le impedía salir de la zona portuaria. Ahora lleva otros tantos meses en un hotel de Dakar, que lo paga la compañía armadora, a la que las autoridades senegaleses reclaman una fianza de 1.500 millones de francos CFA, unos 700.000 euros, para que el barco pueda salir del puerto de la capital de Senegal, al mismo tiempo que él. Pero ni el hecho de que ahora pueda andar un poco más libre por Dakar y que pueda relacionarse con marineros gallegos que llegan al puerto ha mejorado una moral cada vez más minada. Los juicios aplazados, las negativas a entregarle la documentación, la suya y la de barco, hacen que Juan Cadabón se sienta como un prisionero.

Este capitán cangués, que lleva en el oficio, desde casi siempre, lleva ya 10 meses fuera de casa. Pasó sus peores navidades viendo el mar de Dakar desde su barco, mientras la burocracia del país africano se afanaba en un enredo que lo está volviendo loco. Afirma que ya tuvo que ser atendido por "el loquero", que cogió una depresión, pero que ahora se encuentra mejor desde que está en el hotel. Juan Cadabón tiene palabras de elogio para el armador, pero está convencido que la consignataria lo engaña. Duda de las acciones del cónsul español, porque siempre fue partidario de armar poco ruido, de mantener alejado el caso de los medios de comunicación. "As autoridades senegalesas dixéronme que xa non estaba no calabozo nin no barco, que estaba nun hotel. Pregunteille se hai pena de morte en Senegal. Díxenlle que me mataran, que non tiña medo a morte, pero primeiro que me xulgaran".

Sorna gallega

"Cando vin tanto home armado pensei que viñan a buscar o quiñón"

Relata que hace quince días tuvo un juicio, por fin, pero que no sabe muy bien como quedó todo. "Cando acabou dixéronme que non había nada contra min, pero a documentación no ma dan. Eles moito falan de que me podo ir, pero sin a miña documentación e a do barco non vou a ninguha parte. Queren que me vaia ilegalmente do país ¡Vexo tanta impotencia! Agora dixéronme que hai outro xuizo o 21 de xullo. Xureilles que eu firmaba donde fora que ia a regresar, pero que me deran a documentación para voltar a Cangas. Pero é imposible. Agora o cónsul tampouco apoia moito.

Justicia

"Pedinlles que me mataran, que non tiña medo, pero que me xulgaran antes"

Según la versión que ofrece Juan Cadabón, el día 11 de octubre regresaban de faenar en aguas internacionales y regresaban al puerto de Dakar a descargar. Comenta que vio llegar una lancha con luces de camuflaje, pero que estaba tranquilo. No tenía razones para no estarlo. Ya en aguas internacionales había puesto fin a la jornada de pesca, pero cometió el error de no tener la red a bordo en una zona conflictiva. "Pensei que viñan a buscar o quiñon, cando vin a tantos homes uniformados e armados", ironiza. Sí, a pesar de llevar 8 meses atrapado en un laberinto de burocracia todavía le sale la retranca gallega. Afirma que se dejó crecer una larga barba enfadado con los senegaleses, que era una forma de mostrar su disconformidad con lo que estaba sucediendo. La cortó en mayo, para acudir a ese juicio que se celebró y que no se sabe muy bien como acabó. Pero ya está harto de tanto silencio mediático. Su paciencia ha tocado fin y ahora no le importa ya desbodecer esa ley del silencio que alguién imponía para que su caso no viera la luz. Juan Cadabón quiere ya regresar de una vez.

Barco "Praia de Areamilla" en una imagen de archivo. // Ángel Luis Godar Moreira