El poeta y filósofo Ralph Waldo Emerson aseguraba que "el secreto" del paso de la naturaleza es la paciencia. Si un observador concienzudo acudiese cada mañana al parque de Castrelos -quizás con una buena taza de café- y se sentase en uno de sus bancos para escudriñar los colores y formas de los árboles descubriría que, día a día, de forma prácticamente inapreciable -casi como una burla a su capacidad para percibir los cambios-, el paisaje se revuelve y transforma ante sus narices. Tono a tono. Milímetro a milímetro. Pero de forma imparable.

Un día de julio podría recordar los árboles en otoño para descubrir que de aquella paleta de ocres ya no queda nada. Que los tostados y las sombras han "mutado" en tonos verdes y brillantes. O que las siluetas escuálidas, con el tronco y las ramas desnudas, que lucían las acacias en diciembre han llegar al verano convertidas en mullidos racimos de hojas. Esa capacidad de un jardín para cambiar por completo es uno de los efectos que persiguen los paisajistas cuando buscan emular a los bosques.

Castrelos lo logra. Y con una contundencia que solo se aprecia al comparar fotografías tomadas desde un mismo sitio a lo largo de estaciones distintas. Sobre esas líneas se puede apreciar el mismo paisaje -situado frente al lago- entre el verano y el invierno. Bajo estas letras, se aprecia la misma variación en el parque infantil. "El objetivo que se persigue es volver a la naturaleza boscosa, recrear zonas de paseo como si fueran bosques", explica la paisajista Elisa López. Para conseguir ese efecto en Castrelos se plantaron gran número de árboles plataneros -hay 360 Platanus hybrida, lo que lo convierte en la especie más numerosa-, una variedad a la que, según explica López, "se recurre mucho en zonas de esparcimiento porque crece frondosa y además de forma muy rápida". Los ejemplares que delimitan los senderos principales del parque podrían rondar los cien años de vida.

Esa búsqueda de la estética salvaje, boscosa, mutable e ingobernable... conecta directamente con la sensibilidad del Romanticismo. "Se busca volver a la naturaleza; hay algunos pazos en los que se deja incluso que los parques se degraden un poco a propósito para lograr ese efecto", comenta López. Un ejemplo sería el de Santa Cruz de Ribadulla o Pazo de Ortigueira, situado al amparo del Pico Sacro, en Vedra -en A Coruña- y cuya historia se remonta al siglo XVI.

Bien distinto es el efecto creado en la zona posterior al pazo, donde luce el jardín francés, con su emblemático seto de boj. Allí la intención es diametralmente opuesta: mostrar la capacidad del hombre para someter su entorno, moldearlo con libertad a su antojo y capricho. "Puede haber plantas que en determinadas épocas del año tomen más protagonismo, pero el conjunto no presenta gran variación" -reflexiona López- "Lo que se busca es transmitir el dominio sobre la naturaleza". La inspiración es en este caso barroca y se nutre de los diseños voluptuosos del siglo XVIII, que recuerdan a las virguerías de Versalles. Sobresalen sus laberintos de mirtos y también los elegantes adornos de granito.

"Más naturalizado" -explica López- es el jardín inglés, que delimita con el francés por uno de sus lados y luce una estética mucho menos recargada. A lo largo de su pradera rectangular se aprecia la influencia de la corriente naturista. En su interior destacan los estanques y estatuas, como la bautizada "La Fuente de Neptuno", que data del siglo XVII y antiguamente estaba situada en Porta do Sol. La costumbre de los anteriores dueños del pazo de tomar el té al aire libre, justo en ese mismo punto de la amplia parcela, le ha valido al jardín inglés el apodo de la "pradera del té". El conjunto lo completa la célebre rosaleda, el paseo con esculturas y arcos repletos de rosales.

Otra reputada paisajista de la ciudad, Sinda Davila, coincide en que Castrelos es una "joya" que brinda un auténtico "lujazo" a los vecinos de la ciudad. "¿Por qué?", se pregunta la experta, antes de desgranar las respuestas: "Por su jardín barroco, con trazado simétrico con eje longitudinal, con su laberinto de boj rodeado por una cenefa y fuentes en el centro; por su jardín del romanticismo; por ser un Bien de Interés Cultural (BIC) público y que podemos visitar a coste cero; y porque sus especies aparecen en el catálogo de árboles senlleiras". En concreto, Davila destaca la "riqueza botánica" del entorno, resaltando el paseo de camelias situado en la parte trasera del pazo, "los impresionantes Taxodium distichum (ciprés de los pantanos)" del estanque, visibles desde la Avenida de Castrelos; o las plantas trepadoras, como la Glicínea y la parra virgen.

Para preservar esa gran riqueza Davila plantea algunas ideas, como mejorar la protección del Liriodendro o limitar que los visitantes puedan caminar sobre las raíces de las Magnolias Grandilora. Desde su experiencia, la experta paisajista preveía ya hace meses del riesgo que corrían las palmeras con la plaga de picudo rojo, un escarabajo originario del Asia tropical y que está acabando con los ejemplares de Vigo y la comarca. Según el último balance de la Concellería de Parques y Jardines, entre octubre de 2015 y principios de marzo se trataron siete palmeras afectadas por el insecto.

Davila sugiere también incorporar en la zona trasera del pazo una de las huertas características de esas construcciones, mejorar la "integración" del parque infantil con su entorno, cambiar el asfalto de la calle central por adoquines u otro material "similar y que no sea tan agresivo" y mejorar el cauce del Lagares, con la recogida de agua en depósitos a lo largo de su trazado. De ese modo -abunda- se podrían evitar los frecuentes desbordamientos e inundaciones.

Para disfrutar del parque en todo su esplendor, Davila recomienda una visita diferente para cada estación. En primavera sugiere la floración de Glicínea, que forma un túnel en el lateral del pazo, y los Magnolios. En verano apuesta por disfrutar de la rosaleda. En otoño, de la parra que se colorea de tonos rojos y dorados, el Tuliperao de Virgina en la pradera del té o el estanque de la parte baja. Y en invierno, de las coníferas, Camelias, Rododendros y Azaleas.

En total el parque de Castrelos mide algo más de 24 hectáreas -lo que lo convierte en uno de los más extensos de la ciudad- y es difícil encontrar un espacio en el corazón mismo del casco urbano con su riqueza paisajística. Además de los diferentes jardines tiene uno de los mejores auditorios al aire libre de España, un lago artificial y el elegante Pazo-Museo Quiñones de León, que data del siglo XVII. Su espacio más dinámico es la zona de recreo, situada junto a la Avenida de Castrelos, a donde los vecinos de Vigo acuden con frecuencia a practicar deporte, jugar con sus hijos o pasear a sus mascotas.

El inventario de especies que habitan el parque que ha elaborado el Concello da fe de esa riqueza. En total Castrelos suma 1.597 ejemplares de 50 especies distintas de árboles. Las más numerosas son -además del platanero, con 360 ejemplares distribuidos a lo largo y ancho de la extensa parcela- el arce blanco o también falso plátano (Acer pseudoplatanus, que tiene 162 árboles); la camelia (Camellia japonica, de la que hay 130 ejemplares); el aliso común (Alnus glutinosa, 88); y el eucalipto blanco (Eucaliptus globulus, 74).