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Asalto a la rectoral · Las secuelas

"Tengo pesadillas, fue para morir"

El domingo oficiará una misa de Acción de Gracias en la iglesia parroquial

Samuel Aristizábal. // Gonzalo Núñez

Samuel Aristizábal vive en la casa de la familia a donde llegó con su coche después de la agresión. Nos dicen que está en el médico, que pasó mala noche y que cuando se levantó se volvió a quejar de que le faltaba aire. "Son crisis de ansiedad que se repiten continuamente", comenta una de las mujeres de la casa. Pero ayer la visita al médico de Domaio no era consecuencia de su salud mental. Había ido a recibir el resultado de unos análisis que realizó hace tiempo. Llega a su "refugio" cuando ya pasan de las 14,15 horas. Tiene pocas ganas de hablar y no muda demasiado el gesto cuando le comentamos que detuvieron a tres pesonas relacionados con su agresión. Lee pacientemente la información de la Guardia Civil y no hace demasiados comentarios. En su rostro ya no quedan muchas cicatrices de la paliza, pero aún mantiene el dolor en la mandíbula operada. "Duermo un rato y me despierto agobiado, sin aire". Sabe que lo que le pasó "me va a quedar ahí por mucho tiempo. Ayer me desperté bruscamente. Estaba soñando con una batalla que y me hacían prisionero. Lo pasé fatal", comenta Samuel Aristizábal con su hablar pausado y su acento colombiano. Es reticente a creer que fueron menores de edad quienes le atacaron y relata que, a pesar de la difusión de la noticia de su paliza, su familia de Colombia no sabe nada ni quiere tampoco que lo sepan. Las crisis, los nervios y los sobresaltos llenan ahora su vida, a pesar del cariño que siente de todos los vecinos y, en particular, de la familia que lo acoge. Ya celebró alguna misa, pero redujo su trabajo al máximo. Sabe que sus feligreses comprenden por lo que está pasando. De día aún va a la casa rectoral. Siempre procura hacerlo con compañía, pero de noche ni se le ocurre. Aún está demasiado fresco el recuerdo. El próximo domingo oficiará una misa de Acción de Gracias para agradecer a Dios que lo hubiese salvado. Será a las 12.00 horas y se espera una masiva presencia de feligreses. "Hay que agradecer a Dios que estoy vivo. Fue para morir". La familia recuerda como llegó a casa por la noche. "Estaba irreconocible, con toda la cara amoratada e hinchada. No sabíamos quien era. Tuvo que identificarse porque no sabíamos quien era. Al principio pensamos que había tenido un accidente. Después, con la sangre saliéndole por la boca, nos comentó el robo y la paliza que le pegaron".

Hasta ahora tuvo pendiente de las heridas del cuerpo, que van pasando. En las próximas semanas tiene visita con otro tipo de médicos que atenderán las secuelas que quedaron en su cerebro de semejante agresión. Ahora las combate solo con infusiones, que no logran calmar su inquietud casi permanente. La detención de los supuestos culpables parece que tampoco le confortó demasiado.

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