Moaña brindó ayer a Dani Rivas una despedida a la altura de una leyenda. Una enorme multitud de vecinos y de aficionados a las motos se dieron cita en el pabellón de Reibón, en las calles por las que pasó la comitiva fúnebre y en el entorno del cementerio de Trigás para darle el último adiós al joven piloto, que encontró la muerte hace ahora dos semanas en el mítico circuito de Laguna Seca (California, Estados Unidos). El adiós con el que soñaba su familia desde que el infortunio se llevó por delante a Rivas en el arranque de aquella fatídica carrera. Una despedida que es el adiós a la persona, al piloto. Pero es también el nacimiento de un mito y una leyenda.

Será difícil volver a ver semejante demostración de dolor colectivo y solidaridad. El pabellón de Reibón, donde se instaló la capilla ardiente el viernes por la mañana, acogió la primera parte de la ceremonia de despedida en la que participaron más de 2.000 personas. Y todas las que esperaban fuera, bajo un sol de justicia y un sofocante calor. Sobre el féretro, las banderas de Galicia y España, dos cascos y trofeos. Al lado, la moto. Una moto que volvió a encenderse al final de la ceremonia religiosa para que los pilotos Julián Simón, Pol Espargaró y el propio padre del piloto moañés, José Luis "Willy" Rivas, hiciesen rugir su motor con tres nuevos acelerones. Todo ello presidido bajo la mirada de Dani Rivas impresa en el gran póster de lona que colgaba de la pared del pabellón.

Minutos antes de que empezase el funeral las gradas estaban completamente ocupadas y los miles de asistentes esperaban con paciencia el inicio del oficio religioso. Entre esa multitud que acompañaba a la familia había moteros llegados de puntos de toda Galicia; pilotos como Pol Espargaró, Julián Simón o Luis Cardoso; representantes políticos de la corporación local y de la Xunta de Galicia; y sobre todo vecinos anónimos que querían acompañar a la familia de Rivas y al propio piloto hasta la última bandera a cuadros. El sacerdote dedicó palabras de afecto y cariño hacia la familia del piloto, del que dijo que "llega a la meta final de su carrera".

Sin duda los momentos más emocionantes y estremecedores del funeral llegaron al final del mismo. Primero con la intervención de Willy Rivas, que quiso agradecer las numerosas muestras de afecto recibidas durante todos estos y con un hermoso gesto hacia la desconsolada madre del piloto. Sus palabras provocaron un gran aplauso y las lágrimas de buena parte de los asistentes. Esos aplausos y lágrimas volverían instantes después. Antes de que los compañeros de Dani Rivas levantasen el féretro con su cuerpo se le dió una última despedida al estilo motero: moto encendida y tres acelerones a modo de tres salves.

La salida

Si dentro del pabellón había una multitud, fuera esperaba otra multitud que acompañó con aplausos la conducción del ataúd hasta el coche fúnebre. Desde allí arrancó la comitiva en dirección al camposanto municipal de Moaña, un cortejo que estuvo acompañado por más de 2.000 motos, según estimaciones de la Policía Local. En total acudieron al entierro más de 4.000 personas.

Eran las 18.00 horas cuando la procesión motera, con el grueso de los asistentes a la ceremonia, partía por la PO-551 con dirección al cementerio. En un llamativo silencio, el más de un millar motos atravesó la céntrica calle Ramón Cabanillas. Muchos vecinos se pararon en las aceras a ambos márgenes y salían a las ventanas y balcones, manteniendo también el respetuoso silencio, que no se rompió hasta la subida al cementerio: los centenares de vecinos y moteros que aguardaban y hacían un largo pasillo rompieron en un emotivo aplauso al paso del coche fúnebre.

Antes, cuando la multitudinaria comitiva alcanzó la rotonda del Portal do Almacén, se hacía evidente que no todas las motos podrían alcanzar el cementerio. De ahí que muchos de sus ocupantes decidieran poner fin en ese punto al acompañamiento. El resto tomó la carretera hacia Marín (PO-313) para emprender la subida al cementerio en la Porta do Cego.