Las huellas del desempleo se hacen demasiado visibles en el barrio cangués de A Choupana. Tras esa fachada de viviendas de protección oficial que lucen atrevidos colores ya no se esconde la vida. Soldadores, agentes forestales, trabajadores del metal, autónomos ahogados por los bancos y parados de toda condición forman parte de este grupo de habitantes de A Choupana que decidieron aprovechar las zonas públicas cubiertas de maleza para convertirlas en huertos fructíferos, que alivian la penosa economía doméstica de estos tiempos de crisis.

Si se mira bien, entre la maleza, de estos taludes que quedaron detrás de las viviendas de protección oficial aparecen no uno, sino varios huertos. Hasta diez contaba ayer el grupo de vecinos que veía cómo el Concello de Cangas se ha visto obligado a desmantelar el suyo o devolver a su estado original la zona pública. "Lo que nos confunde todavía es saber cómo vamos a devolver las silvas que quitamos. Nosotros desbrozamos esta zona. Lo hicimos con nuestra máquina, que se rompió, con nuestra gasolina...", comenta uno de los promotores de estos huertos que comenzaron ya en el año 2011, al poco de que la Xunta de Galicia les entregara las viviendas. "Pensábamos que estábamos haciendo un bien a la comunidad", apunta una vecina que junto con su compañero tienen otro huerto en la ladera, situado frente a su chalé adosado, pero que no fue denunciado todavía por un tercero, como ocurre en el caso del grupo de vecinos que vive en las casas de protección oficial.

La burocracia y algún sospechoso, molesto con el ruido que hacía el arado eléctrico utilizado para surcar la dura tierra donde ahora nacen fresas, les hacen temer por el trabajo de todos estos años. El paro es el común denominador de estas gentes, a las que la crisis golpeó con dureza y los huertos le habían servido también como terapia. Afirman que no necesitan cursos para cultivar y que ellos pueden enseñar a los niños del barrio a plantar tomates, lechugas, fresas, cebollas, patatas... "Yo ya estoy sin subsidio. Ya me quedé sin los 426 euros que cobraba al mes" comenta Jaime y, de inmediato, otros compañeros repiten la frase. Pero no son los únicos. En la parte alta de la colina, donde los chalés adosados aparentan una vida mejor, el desempleo también cabalga. Allí varios vecinos también cultivan en micirohuertos arados en la ladera del talud, donde la tierra contrasta con la alta maleza que solo sirve para camuflar los cultivos de las inspecciones municipales. Hay incluso escaleras excavadas como trincheras que permiten ganar la cima. Martín Rodríguez es la persona que encabezó el escrito solicitando al Concello de Cangas permiso para utilizar esa zona pública que la maleza cubría de forma permanente y de la que se deshizo solo en una ocasión, cuando algunas autoridades importantes acudieron a la escuela "Galiña Azul".

Martín Rodríguez nos enseñó el lugar donde plantó sus fresas, esas que mima al margen de las ordenanzas municipales y de las que se siente orgulloso. "Aquí cada uno planta lo que quiere y la cosecha se la lleva a casa. Pero nadie pone problemas para compartir". Aún recuerda como sabía el único, pero buen melón, que cosechó el pasado año.