Vendieron sus propiedades en Carbajales de Alba y Palacios del Pan, en la provincia de Zamora, para adquirir un billete de barco que les iba a llevar a América. Tomás Prieto y María Martín, una pareja de las tierras de Alba y de Pan, escapaban de la pertinaz sequía castellana y también de los prejuicios de sus ancestros, que nunca vieron bien este matrimonio por amor entre dos personas de diferentes extractos sociales. Corría el año 1908 y Zamora y el embalse del Esla aún no habían despertado a una provincia deprimida, cansada de nutrir a los temibles Tercios Viejos de Carlos I y de soportar a señoritos con gustos cinegéticos.

Esos sí que no eran buenos tiempos para la lírica. Así que qué mejor que emigrar y hacer las Américas, en busca de una nueva vida. Tomás Prieto y María Martín lo intentaron. Les acompañaba su hijo, Juan Andrés, de cuatro años de edad, el primero de otros diez que vendrían más tarde. La familia embarcó en el puerto de Vigo con destino a América, pero la travesía apenas duraría una hora. Tomás, María y su hijo Juan desembarcaron en Cangas. El pasaje que habían pagado en Zamora no les daba para más. Habían sido víctimas de una estafa en sus ansias por escapar del hambre. El desengaño aún haría derramar muchas lágrimas años más tarde, cuando el ya abuelo Juan veía desde Donón pasar un trasatlántico y contaba a su nieta la jugada que les había deparado el destino. Cuenta una bisnieta de los emigrantes zamoranos que, en Cangas, se solidarizaron con la familia y que Tomás Prieto encontró trabajo en la empresa que en aquel momento se dedicaba al transporte de pasajeros por la ría de Vigo. Allí estuvo un tiempo hasta que se enteró de existencia de unos condes en Aldán que tenían propiedades para cultivar. Él se había ganado la vida tiempo atrás en el campo. Conocía perfectamente las tareas de labranza. Le era un mundo más próximo, menos hostil que el de ese mar desconocido, y que a la primera de cambio le deparó semejante jugada. Aún hay hoy descendientes del matrimonio zamorano que trabajan para los Condes de Aldán. Pero fue Isolina, una de sus hijas, la que trabajó en A Torre hasta que falleció, no hace mucho.

Mientras, María, entre parto y parto aún le quedaba tiempo para impartir clases de castellano a los hijos de los propietarios de una fábrica de salazón en Menduiña. "Nunca aprendeu o galego" lamenta su bisnieta Aurora, arraigada ya en este Nueva York sin isla de Ellis. Murió a los 95 años sin regresar a Carbajales de Alba. Juan Andrés se casó con Aurora Baqueiro y después de ejercer varios oficios puso barbería y taberna en Pinténs, todo en un mismo local, a donde los vecinos acudían también a curar sus heridas, sabedores de que Juan Andrés tenía una pequeña parafarmacia y que él era muy capaz de meterle mano a una herida que se ponía fea. Fue este local el que le valió a la familia el apodo de "los castellanos". Aurora repasa los nombres de los hermanos de su abuelo: "Pilar, Manolo, Pepito, Arturo, Josefa, Isolina, Consuelo, Manuela Francisca y Tomás", ¿Creo que xa están todos, non? pregunta contando ahora con los dedos por si se olvidó alguno.

Los descendientes de Tomás y María, quien más quien menos, emprendieron viaje hasta las Tierra de Alba y de Pan. Allí descubrieron sus raíces y el apodo que tenía la familia: del zapaterín. En el restaurante de O Pereiro se reúnen hoy 114 descendientes de los zamoranos que quedaron en Cangas cuando iban a América.