Cada año, al llegar estas fechas, las calles de Bueu florecen. Pero de manera literal. Es el resultado de la dedicación, de la entrega y del esfuerzo de muchas personas que mantienen viva una de las tradiciones más características de la villa: las alfombras florales del Corpus Christi. Es la tradición de lo efímero, de unas obras que están condenadas a desaparecer poco después de haber sido creadas.

El arraigo de las alfombras del Corpus viene de lejos. Pero ha cambiado mucho a lo largo de las décadas y quizás el cambio más palpable es el de la participación popular, que cada año parece resentirse un poco más. No son pocos los que recuerdan con añoranza la imagen que ofrecían en otros tiempos calles como Ramón Bares, en la que se concentraban algunas de las mejores alfombras del municipio. El recorrido de la procesión buenense siempre se ha caracterizado por su gran longitud, un circuito que hoy en día abarca una distancia de unos dos kilómetros. En ese trayecto se realizan varias paradas ante los altares dispuestos para la ocasión: en el cruce entre Ramal dos Galos y la calle Eduardo Vincenti (antes la del Príncipe); en el cruce entre Vincenti y Montero Ríos, a la altura de plaza antigua; a la altura de lo que hoy es la pista deportiva de Banda do Río y en el cruceiro situado al lado de las viviendas sociales de Pazos Fontenla. Hoy invita a una sonrisa, pero aún son varias las generaciones de buenenses que recuerdan como sus madres les prohibían bañarse en la playa antes de que se celebrase el Corpus. Era necesario bendecir el mar, una bendición que realizaba el sacerdote cuando llegaba a la altura de Banda do Río. Un precepto que obviamente no respetaban los visitantes que venían de fuera y que provocaba que muchos se cuestionasen aquellas órdenes maternas

También son muchos los que recuerdan que antes el Corpus de Bueu celebraba en realidad dos procesiones. La primera era la religiosa y solemne, con las autoridades desfilando bajo el palio. La segunda era absolutamente lúdica y festiva: el desfile de carrozas que salía a continuación de las instalaciones de la antigua carpintería de Massó. Era una auténtica fiesta y cada una de esas caravanas representaba una escena distinta: desde un oficio hasta trabajos como la vendimia o incluso la matanza del cerdo. También se recuerda como Massó mandaba a sus empleados a cortar espadañas por la zona de As Lagoas y del río Bispo, unas flores con las que adornaba parte de la Avenida Montero Ríos.

A pesar de la evidente ausencia de un relevo generacional la tradición del Corpus en Bueu se resiste a marchitarse como las flores. Cada año sigue habiendo personas dispuestas a sacrificar parte de su tiempo y de su salud para engalanar las principales vías del centro urbano, personas que intentan involucrar a los más jóvenes. La única recompensa que buscan es que una tradición que antes era sinónimo de trabajo en equipo y que reforzaba los lazos de convivencia vecinal prosiga en el tiempo. Eso y ver como los más pequeños, los que abren la procesión después de realizar la Primera Comunión, deshacen con sus pasos todo ese trabajo.