La jornada comienza para Miguel Ángel Barreiro a las 6.30 horas, que es cuando se levantan los frailes del convento de Herbón. A las 7.30 realizan de forma individual el primer rezo proceden a la lectura. Este vecino de Cangas es el encargado de abrir la iglesia. Lo hace a las 8.00 horas y es allí, en este templo con un retablo muy franciscano cuando se juntan para rezar los laudes, un himno cuaresmal y tres salmos, con melodías muy sencillas. A las 8.30 ofrecen la eucaristía a los pocos fieles que acostumbran a acercarse a este encantador refugio espiritual del Ulla. A continuación se retira para la oración durante media hora y después trata de ponerse al día ojeando la prensa por internet. Dice que sabe algo de cuando le enseñaron ya hace muchos años. La casa es grande y la faena no es menor. Nunca falta trabajo. Ahora mismo Miguel Ángel Rodríguez está inmerso en la Semana Santa de Cangas. Su preocupación son el pregón y el Septuagenario de la Virgen de los Dolores y también la Semana Santa de Corrubedo, a la que asistirá. La comida se hace a las 14.00 horas y no es palaciega. Se degustan los productos que se plantan en el convento y una mujer se encarga de hacerles la compra de alimentos como la carne o el pescado en Padrón.

Los frailes se reúnen a las 20.30 horas para rezar las víspera y media hora más tarde cenan. Tienen televisión, no de las más modernas, pero tampoco la siguen mucho, solo para ver acontecimientos muy especiales, como ahora todo lo que gira alrededor del nombramiento del nuevo Papa, pero si no es de pago no renuncian a un buen partido de fútbol. Miguel Ángel Barreiro es del Celta de Vigo, aunque "me interesa el Barça, porque ofrece mucho fútbol". -¿Vería usted el partido de la semifinal de copa entre el Barça y el Real Madrid? - "No lo echaban en abierto. Pero lo escuché por la radio", comenta este fraile cangués que con total serenidad de ánimo declara que "no estamos aislados del mundo. Tampoco conviene. Hay que saber cómo está el mundo para después predicar. Hay que conocer la vida de la gente".

Acostumbran ir a predicar allí donde se reclama su presencia y también sustituyen en ocasiones a sacerdotes.

La vida monacal no es tan interesante como la que se vive en el "Nombre de la Rosa" de Humberto Eco. No hay misterios por resolver o, si los hay, está ocultos entre sus muros, que acogen los restos de un seminario menor, donde aún se pueden ver las viejas cocinas y el comedor escolar, ahora en desuso, como los grandes patios escolares donde fenece una canasta de baloncesto. Eran tiempos de esplendor, cuando las vocaciones sacerdotales daban para llenar de risas y llantos lo que fue un seminario menor y un colegio apostólico.

Ahora, muy de vez en cuando, algún vecino del municipio de Padrón solicita permiso para entrar en las murallas y afrontar bajo un ambiente sereno unas oposiciones. Pero ya no hay biblioteca, ni libros prohibidos capaces de matar al pasar sus páginas. No hay hambre, pero el pueblo se revela. No quiere que el convento sea BIC.