El mundo es de los valientes; de los que se atreven a dar el paso. Mila Magariños lo meditó mucho antes de concederse a sí misma la oportunidad. Es una de esas personas valerosas que apostó por el emprendimiento, por sacarse ella misma las castañas del fuego con la suerte, además, de poder hacer de su vocación el billete para viajar de regreso al mercado laboral. Esta estradense acaba de abrir las puertas de su negocio. Se llama Doce -es las céntricas Galerías San Antón- y es un auténtico rincón para las tentaciones. En cada una de ellas pone un poco de esa ilusión que la ha animado a convertirse en empresaria.

El aroma sale a recibir a quien cruza el umbral de Doce. Una rápida visual acrecienta el apetito, evidenciando que lo que sale de este obrador se saborea con los cinco sentidos. En la pared, toda una declaración de intenciones: "Sueña lo que haces, haz lo que sueñas". Esta emprendedora local ha seguido el consejo. Hace siete años hizo un paréntesis en su vida laboral para dedicarse a su casa y su familia. Ahora le toca a ella, aunque estos días ya le han servido de muestra de lo vertiginosa que resulta la conciliación de la vida laboral y familiar.

La puerta no deja de abrirse y ese es, sin duda, el mejor augurio para un negocio. A Mila le gustó siempre la repostería y la cocina en general. Sin embargo, fue después de un curso impartido por Marta, de Argentinos Burguer, cuando decidió entregarse a esta afición en cuerpo y alma. Comenzó a formarse, asistiendo a múltiples cursos y no dudó en hacer de su propia cocina un auténtico laboratorio para experimentar y repetir una y mil veces la fórmula ensayo-error que tan bien funciona para perseguir la perfección.

En Doce todo pasa por las manos de esta emprendedora, dotada de mucho gusto y creatividad. La elaboración es completamente artesanal y se miman los detalles, hasta el punto de que en las creaciones se apuesta, siempre que es posible, por utilizar panela en lugar del azúcar común o una mezcla de harinas integrales y de espelta, todo ello al servicio de hacer estas tentaciones más saludables.

Doce no sigue el patrón convencional de una confitería. No se trata de una pastelería sino de un obrador de repostería. La pretensión de este negocio es trabajar por encargo. Se busca que el cliente exponga su idea y que Mila Magariños pueda pensarla y trabajarla hasta conseguir el mejor resultado para ese día especial. Apunta que se trata de repostería "hecha en el día", de manera que es preciso organizarse para que el cliente pueda salir por la puerta disfrutando solo al imaginar la cara que pondrá la persona a la que regalará este dulce. Esta sensación, lógicamente, requiere previamente un tiempo de dedicación y elaboración para acertar con la petición del cliente, cuidando tanto el diseño como el sabor. Se aceptan peticiones, hasta donde la imaginación alcance.

A mayores, en Doce una nevera reserva propuestas para quienes deseen concederse un capricho en el momento, principalmente cupcakes y galletas. El obrador trabaja asimismo un nicho de mercado que actualmente está en auge: las mesas dulces para eventos, desde bodas a cumpleaños. Magariños confecciona mesas dulces con repostería de pequeño formato y también las conocidas como candybar, a base de golosinas.

Emprender es valiente y emocionante. Pero nadie dijo que fuese, ni mucho menos, fácil. Los días de Mila tienen estos días más de 24 horas. Trabaja sola y hay que echarle mucho tiempo para atender los encargos. Sabe que la nueva etapa no va a ser sencilla y reserva un espacio en Doce para ayudarla a conciliar, encontrando así energía y nuevos ánimos para luchar por seguir haciendo lo que sueña.