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Carboeiro barre bajo la alfombra

El entorno del cenobio y la ruta botánica precisan una limpieza urgente

Entrada a la iglesia y cartel ilegible de la senda botánica. // Fotos: Bernabé/Javier Lalín

Cuando uno visita por primera vez el monasterio de Carboeiro, no puede reprimir una exclamación al descubrir cómo el cenobio emerge de repente, encuadrado entre suaves montañas y con una belleza tal que hace olvidar el desafortunado puente del TAV construido muy cerca. La misma sensación se produce al entrar en la iglesia y contemplar el altar, o cuando el olor a agua del río Deza quiere quitarle protagonismo a la cripta. Pero si las visitas se repiten en el tiempo, uno acaba fijándose también en cómo el enclave más visitado de la comarca vuelve a correr el peligro de tener que enfrentarse a la invasión de la naturaleza, con quien comparte el arte de ser arte.

Las lluvias de los últimos meses son las culpables de que el musgo y la vegetación estén presentes en lo que eran antes los antiguos hornos, así como en el patio de entrada a la iglesia e incluso en la fachada de ésta. Incluso a la altura de una de las torres se puede ver ya alguna rama que, de no ser arrancada pronto, puede poner en peligro la estructura.

Las entradas a la iglesia siguen luciendo majestuosas, pero un paseo por la parte posterior deja claro que ésta sigue siendo una zona aún desconocida para la mayoría de los visitantes. De nuevo las lluvias son las culpables de que en los últimos días se haya colocado una valla en las inmediaciones del pórtico por riesgo de desprendimientos de tierra. Pero no son las borrascas, sino la falta de una mayor labor de mantenimiento, la que explica que en el palomar las entradas y salidas estén cubiertas de musgo desde hace tiempo, lo que hace imposible que las aves críen aquí, puesto que precisan una zona limpia y libre de humedades.

Ya inmersos en la senda botánica, esta ruta circular de apenas media hora de duración permite contemplar el monasterio por su parte posterior, es decir, por la fachada que corresponde al deambulatorio de la iglesia. Es aquí, precisamente, donde se nota una mayor dejadez, no solo por el verdín que se va extendiendo por las piedras, sino también por el repaso y retirada de maleza que precisan las especies que, precisamente, hacen notable esta senda botánica: un alcornoque al que se le ha retirado su capa de corcho para que siga produciendo, un madroño o un laurel. Para quien no distinga bien estas especies, resulta complicado leer los carteles que se han colocado sobre troncos: las letras naranjas sobre un fondo color plata son bastante difíciles de entender, máxime cuando luce el sol. Para más inri, en algunos de los carteles algún desalmado ha utilizado algún tipo de instrumento con el que provocó varias hendiduras. La maleza, de nuevo, trepa de forma discreta por los árboles, pero llega un momento de la ruta en la que indica que el camino termina junto al río. Sí se puede pisar y completar la ruta circular, pero se nota que hace tiempo que la senda no se cubre por completo.

No se puede decir lo mismo de la ruta que conduce hacia el molino: en este punto, el sendero sí es completamente transitable y el propio molino se encuentra, externamente, en buen estado. Una de las alternativas que podrían llevarse a cabo para que este rincón a pie del Deza fuese aún más idílico podría ser su apertura, para deleite del público, igual que ocurre con los batanes y molinos de O Mosquetín, en el concello coruñés de Vimianzo y en donde se conservan máquinas restauradas con las que se podía reducir el volumen de las piezas de lino y que eran movidas, precisamente, por la fuerza del agua. Un ligero repaso al entorno de Carboeiro permitiría descubrir que el cenobio y la cercana Ponte do Demo cuentan con hermosos complementos en la parte de atrás, que no han de esconderse bajo la alfombra.

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