Médicos Sin Fronteras ha incrementado sus operaciones en Bangladés desde el pasado verano tras el éxodo de la etnia rohingyá desde Myanmar. La oenegé ha tratado más de 3.000 casos de difteria, además de intentar paliar una gran mayoría de enfermedades previsibles con vacunación, lo que deja ver el poco acceso a la atención médica que esa minoría musulmana tenía en su país de origen. A María José Blanco Penedo, natural de Vigo pero perteneciente a una familia de Dozón, todo el mundo la conoce como Quesé, y es una de las enfermeras cooperantes en esta zona.

-¿Cuánto tiempo lleva trabajando con los rohingyás en Jamtoli?.

-Llegué el 20 de diciembre formando parte de este proyecto, y la previsión es que esté por aquí hasta el mes de marzo porque solemos estar tres meses en este tipo de actividades. En el campamento de Jamtoli, que es donde estoy yo destinada, hay casi 50.000 refugiados que viven en este asentamiento que se levantó de una manera bastante improvisada. Médicos Sin Fronteras abrió aquí un puesto de salud en septiembre, pero que con el paso del tiempo, y la llegada de gente, se fue ampliando a un centro de atención primaria. La clínica atiende hasta 250 pacientes por día y ofrece un servicio de atención primaria durante las 24 horas. Tenemos hasta una sala de partos y casi una veintena de camas. En estos momentos, están en marcha dos puestos más de salud porque, como te digo, sigue llegando gente.

-¿Qué fue lo que le decidió a hacerse cooperante internacional?

-Pues, yo creo que ha sido un poco consecuencia de lo que me he ido encontrando cuando estaba trabajando. Estuve en Francia y allí empecé a encontrarme con gente que venía de otras partes del mundo. Me pude dar cuenta de cómo vivían otras personas y, también, cómo entendían la salud y su manera de estar en el mundo con respecto a la sanidad. Entonces, empecé a buscar algo que me permitiera analizar eso de alguna manera, y luego salí a conocerlo. Por eso te digo que lo que me he ido encontrando fue lo que me trajo hasta aquí con esta oenegé.

-¿Cree que un cooperante está hecho de madera de héroe?

-¡No, hombre, no! Lo que hago yo lo hace mucha gente, y estamos aquí porque nos gusta lo que hacemos. Probablemente sí que hagamos algo bastante diferente de lo que nos enseñan o para lo que nos educan, pero yo creo que quizás hemos tenido la gran suerte de tener contacto con otras realidades, y eso es lo que nos lleva a intentar no sé si cambiar o mejorar, o al menos no estamos pasivos viendo lo que nos toca ver cada día. Estoy convencida de que esa es la razón que nos empuja a estar aquí.

-También han surgido algunas voces críticas que afean la conducta de algunos cooperantes tildándolos de aventureros desocupados con afán de protagonismo. ¿Qué le parece esa acusación?

-Yo sólo puedo hablar por lo que yo hago y porqué lo hago. Me imagino que cada uno tiene sus motivaciones personales, sus intereses y sus objetivos cuando decide dedicarse y viajar a un país. Te puedo decir que yo me encontrado de todo: Gente que lo prueba y no le gusta y gente que cuando se marcha lo hace muy contenta. Desde luego, en mi caso, si no tuviera la motivación que tengo estoy segura de que lo hubiera dejado hace mucho tiempo. Eso seguro.

-Pensábamos que la difteria había desaparecido hace tiempo.

-Sí, es uno de los graves problemas que nos estamos encontrando aquí. Estamos trabajando con la minoría étnica de los rohingyás, que es una gente que nos llega desde Myanmar con un acceso muy insuficiente a la salud primaria. La mayoría de ellos, tanto niños como adultos, no están vacunados, con lo cual enfermedades que estaban prácticamente erradicadas o se presentaban como epidemias, se están presentando aquí de nuevo. Es una muestra más del estado precario y deficitario en el que vivían los rohingyás en Myanmar.

-¿Qué opinión le merece la problemática de esa minoría con el gobierno de Aung San Suu Kyi?

-Nosotros nos limitamos a atender a una población que llega en condiciones lamentables, y que ha tenido que desplazarse por la violencia de la zona en la que ellos residían, cruzar una frontera y llegar a un lugar nuevo. De una manera estructural, nosotros no hacemos una evaluación de todo eso. No es que no tengamos en cuenta la situación de porqué han llegado hasta aquí, pero desde luego lo primero por lo que estamos aquí es por las necesidades que presentan en este momento los rohingyás. Se trata de un grupo étnico que ya ha sufrido diversas etapas de violencia a lo largo de muchos años, y que finalmente se han establecido en esta zona porque no han sido reconocidos por el gobierno birmano. La situación de violencia se incrementó a finales de agosto, y a partir de ese momento se produjeron los movimientos masivos de población hacía esta zona de Bangladés, que está muy cerquita de la frontera. De hecho, desde lo alto de las colinas podemos ver Myanmar. El éxodo ha hecho que se tuvieran que instalar en una zona con unas condiciones de vida muy precarias, donde están hacinados, viviendo bajo plásticos y con un acceso limitado al agua potable. Intentamos mejorar sus condiciones.

-¿Le queda mucho trabajo a Médicos Sin Fronteras España en esa zona de Bangladés?

-Desde luego, queda muchísimo por hacer y nos falta todavía mucha coordinación entre los organismos que estamos aquí y, también, en el ámbito estructural. De hecho, si nosotros no estuviéramos aquí probablemente podrían aparecer otras enfermedades, como fue el caso de la difteria o similares.