Serenidade, vontade, compromiso, coraxe, alegría, paciencia... Repaso la foto en la que está sonriendo y al fondo se ven los carteles de su estudio con sus lemas: tranquilidade, responsabilidade, sensatez... Repaso sus mantras, no puedo evitar sonreírle al verlo sonreír, repaso sus wasap, las fotos que me envió: en la más reciente tres mujeres observan uno de sus cuadros en el que también aparecen tres mujeres. Señoras que fitan señoras, le respondí... Y nos reímos... Y recuerdo.

¿Cuánto hace que nos conocíamos? ¿Cuánto que éramos amigos? ¿Veinte años? ¿Veinticinco?

Para escribir estas palabras habría sido mejor que no lo hubiésemos sido. Así podría haberle contado con más detalle y lejanía, amable lector, que Manuel Moldes es (la periodista habría puesto fue, esta amiga se niega) uno de los grandes artistas contemporáneos de este país. Propietario de una trayectoria única, aún si hubiese dejado de pintar en 1989 ya habría entrado por derecho propio en los libros de historia. Se lo dijo el director del Museo de Pontevedra al inaugurar la maravillosa Pontevedra Suite, la exposición en la que repasó su trabajo en los intesísimos años 80; y había que ver la mirada de Manolo: "¡Sí, Manolo, es así, no digas cosas raras! A pesar de ti estás en la historia!".

A veces le seguían preguntando cómo es que seguía viviendo en Galicia, cómo que no estaba en Nueva York, cómo que no tenía estudio en Berlín... Él tampoco lo sabía: "Pude haber triunfado, o tal vez pude aparecer muerto en una calle de Manhattan con una jeringuilla clavada en el brazo, no lo sé", me contó. Y yo me alegré y se lo dije: "Así témoste aquí.. e que se fodan os de fóra, quen queira vernos que nos veña ver á casa"... y nos reímos.

Modesto, talentoso, exfumador empedernido, curioso, dedicó su vida a luchar contra la base de todo mal, que es la ignorancia. Lo hizo como artista, con una obra irrepetible, majestuosa, personal, a veces desagarrada o luminosa, que lo llevó desde la figuración a la abstracción y de nuevo... Bueno qué más da: véanlo, disfrútenlo, nútranse de su interés por los demás. Y por Pontevedra, su Pontevedra donde nació y vivió siempre, en el mismo número de la calle Benito Corbal. Y por los animales, los árboles y por las costas arrasadas por el chapapote...

Porque a Manolo siempre le interesaron los demás. Es su segundo modo de luchar contra la ignorancia. Le gustaba dar clases en la facultad e inculcar a sus alumnos la absoluta curiosidad: por artistas a los que admiraba, pero también por la filosofía, la ciencia, la arquitectura a la que dedicó su carrera.

Nos conocimos en casa de Miguel, un destacado coleccionista, y para entonces Manolo ya había rebajado el frenético ritmo artístico de los 80. Ángel Cerviño, comisario de la exposición que repasó su trabajo en esa época, echó cuentas y comprobó que "entre cuadros, bocetos y murales salen a 2 o 3 obras maestras por mes". A Manolo le gustó ver la exposición. Ya conté que era modesto, pero aún con todo el pudor del caballero que es tuvo que reconocer que conservaban esa carga y esa potencia con la que fueron pintados.

Había obras fascinantes, como O Abó Gran Dida no sillón o Cristo das Rías Baixas. Su paleta se volvería más oscura con el Prestige, pintó marañas vegetales, Vieiros de Luz, como los tituló. Más recientemente reconocía de nuevo interés por la figuración. Pero mi obra favorita no es ninguna de ellas sino la pintura que me regaló. Es un hermoso perro guardián, Gran Kan, lo bautizó. Kan me mira y repite: serenidade, vontade, compromiso, coraxe...

*Periodista de FARO DE VIGO en la delegación de Pontevedra