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Nosa Señora da Grela

Alfredo Andión publicou en 1882, en Madrid, un artigo sobre a festa local da Virxe de Guadalupe

Procesión da Virxe de Guadalupe en A Grela. // Bernabé/Cris M.V.

Hoxe queremos achegar ao lector de FARO DE VIGO un artigo titulado "Las romerías en Galicia. Nuestra Señora da Grela", publicado en Madrid en outubro de 1882 por Alfredo Andión no xornal El ECO DE GALICIA. Fainos un amplo relato da súa saída desde a casa que tiña no lugar da Torre en Guimarei, percorrendo corredoiras, camiño real e tramos da nova estrada que se estaba a facer entre A Estrada e Soutelo de Montes. Fálanos do mal que se atopaban os camiños, o pouco que facían os deputados a Cortes e provinciais, comenta a paisaxe e un longo etc. Pero nós queremos quedarnos co minucioso e evocador relato para os que xa peiteamos canas, que fai da procesión e festa de Nosa Señora da Grela, a Virxe de Guadalupe. Este documento foinos cedido pola Asociación Codeseda Viva a quen damos as grazas. Di así:

Las campanas no dejan un momento de repicar; la banda de música de La Lama de vez en cuando regala el oído con muñeiras, jotas, zarzuelas, danza, etc. Una multitud inmensa se remueve en confusa algarabía; numeroso grupo de marineros llegados de los puertos de Carril, Vigo, Villagarcía, Cambados, Marín, Rianjo, Pontevedra y otros, discurren por el campo de la Feria y el atrio. Los chiquillos vestidos con ropa de gala, saltan, se revuelcan, corren van y vienen; parece que algún diablillo se apoderó de su cuerpo.

Suena el estampido de las bombas; anuncio de que la procesión sale. Aparece el pendón de riquísima seda, luego el estandarte primorosamente bordado, enseguida la Cruz, después San Jorge patrono de la parroquia, montado en su caballo blanco, y por último el clero y la banda de música. Seguimos la procesión, porque de esta suerte se nos hará menos pesado el trayecto que falta por recorrer. Al mismo tiempo que ésta, sale otra de la capilla de la Grela con la Virgen de Guadalupe para reunirse en el medio del monte. Cuatro marineros la llevan en hombros, alternando de instante en instante, a fin de satisfacer los deseos que muestran los demás y también de que cumplan la oferta que hicieron en momentos que su vida peligraba.

Ya nos hemos encontrado. Mirad los marineros como se esfuerzan para llevar la imagen de la Virgen. Todos van descubiertos y dirigen miradas cariñosas a la excelsa Señora que les libró de una muerte segura; algunos caminan descalzos, porque así lo han ofrecido. Cuando en noche de tormentosa borrasca, cansados y sin fuerzas para luchar contra todos los elementos desencadenados, iban a ser tragados por las grandes fauces del irritado océano, suplicaron de rodillas, las manos juntas y levantadas, la mirada fija en el oscuro y tenebroso firmamento, iluminado tan solo por el brillante resplandor de las centellas a que seguía el ronco tableteo del trueno, derramando copiosas lágrimas rezaron fervorosamente una salve y ofrecieron un donativo y una visita a la milagrosa Virgen de Guadalupe si les protegía y prestaba su amoroso amparo en tan inminente peligro. Oyó sus ruegos la Madre Purísima de la Misericordia y ahí los tenía cumpliendo fielmente su voto.

El espectáculo que presenta la procesión en medio del monte es verdaderamente conmovedor, la gente apiñada alrededor de las imágenes; los cánticos sagrados que entonan los sacerdotes; la música tocando alegres marchas, el terreno accidentado; el horizonte azul y despejado sirviendo de dosel; todo en fin, haz sentir una grandiosa emoción que unos elevan a contemplar lo infinito, lo eterno, la gloria sempiterna de los Santos. Llega la procesión a su destino, se recoge, y ahora vamos a dedicarnos a examinar la perspectiva que ofrece la ermita y sus alrededores.

La torre luce banderas con los colores nacionales y faroles de variadas formas y la fachada esta engalanada con arcadas de mirtos, hortensias y laureles, preciosamente entretejido. Daremos una vuelta por el atrio para ver las mesas cubiertas con el blanco mantel, coronadas con las sabrosas rosquillas de Silleda, de galletas y pastas de la Estrada y Santiago; en los extremos las botellas de rosóleo, noyó, aguardiente, mistela y otras bebidas. En otro lado forman dos ó tres pilas de cestas con la pera berdilarga, urraca, las manzanas, las uvas y la rica pavía del Ribero. Más adelante las panaderas ofreciendo el pan de la Estrada y de Santiago, y en otro extremo los carros del país con las pipas de vino, si no es que está en las mismas odres donde lo habían traído. Fuera del atrio están los que venden el pulpo y la merluza, que cuecen al aire libre en grandes calderas y sirven a los compradores en platos de madera, enderezado en el acto de aceite crudo y las menos veces rustrido, pimiento y el agua en que se coció. Este plato es de rigor en todas las mesas; de otra suerte la romería parece que no es completa. Claro que no faltan los ciegos con sus ad lateres, los lazarillos entonando improvisadas coplas, al compás de la zanfona y pandereta.

Después de anochecido aquello era un Babel. Las canciones populares, las gaitas del país y la música tocando alegres muñeiras; el acompañado sonido de las castañuelas, el estruendo de infinidad de voladores que pueblan los aires; los aturuxos, el continuo e incesante repiqueo de las campanas; los empujones que mutuamente se propinan las gentes, todo nos hace desesperar pasadas los primeros momentos; pero la hermosura de nuestras paisanas, realzada por el tradicional traje, obligan a detenernos.

Fijaos en aquella pareja de enamorados, ella no levanta los ojos más que de largo en largo rato; tiene el pañuelo de la cabeza caído sobre el nacimiento de los hombros, atado debajo de la barba; una punta del mantelo adornado con terciopelo negro y ancho agremán lo dobló sobre el regazo, cubriendo casi el pequeño delantal de pana azul, entretiene las manos jugando con un pequeño pañuelo de fondo blanco floreado, y al parecer está distraída. Pero ¡ca! no pierde una sola palabra de las que le dice su enamorado compañero con dulcísimo acento. El tiene el sombrero de ancha ala, ligeramente inclinado hacia la sien, la chaqueta al hombro sin meter los brazos en las mangas, el pantalón doblado por abajo para lucir los borceguíes o las botas que en aquel día estrena, y hace y deshace círculos y rayas en la arena con una varita de castaño sin corteza.

Por aquí corre una bandada de lindas muchachas en busca de alguna amiga o de sus padres. Allá un corro, dentro del que bailan dos o tres parejas al compás de la requinta y el pandero. Las rosquilleras y arrieros no tienen manos para despachar sus artículos; tanta es la demanda. El globo se perdió de vista y concluyeron de arder ya las figuras de pólvora. La gente empieza a desfilar. El alcohol produjo sus efectos en las cabezas de algunos. La confusión aumenta. Los ánimos están rendidos. A dormir pues.

Día 8 de septiembre. ¡Qué magnifica está la mañana! Un agradable vientecillo refresca nuestros rostros; el cielo está casi despejado; solo se divisan ligeras y claras nubes, algunas y otras del color de fuego; el sol con sus penachos de oro, hace temblar y abrillanta las gotas del rocío depositadas sobre las hojas de los árboles y la yerba del campo, el agua cristalina y pura del arroyo se desliza mansa sin dejar apenas percibir su blando murmullo; la calandria, con su plumaje ceniciento, eleva el atrevido vuelo lanzando armoniosos trinos; la perdiz deja oír su ahuecada y robusta voz. Todo sonríe, la naturaleza quiere festejar también el día y se muestra esplendorosa; llena de encantos.

La gente se encamina a la fuente de la Virgen para beber el agua que da la salud. Luego se encamina a la capilla y asiste a una misa de las muchas que se celebran durante la mañana. Los marineros son los más madrugadores para oírla y con ella se despiden de su protectora para volverse a sus casas. Llega la hora de la misa mayor, que se celebra con gran pompa y solemnidad; ya terminada sale la procesión por derredor del Santuario, y aquí es de ver como se dan empellones las mujeres para ir debajo de la peana de la Virgen; después se retira, se baila la muñeira o muñeiras de reglamento, y a comer.

Se reúnen las familias y convidados, y después de encontrar un sitio apropósito, se extiende el mantel sobre el campo, se colocan las viandas en él y, enviándolas al estómago, así se pasan dos o tres horas hasta que comienza la ruada.

Por supuesto nunca faltan los platos de pulpo ó merluza; como antes decía; las rosquillas y los ciegos con sus ad lateres para encargarse de los residuos de la mesa, o al menos de parte de ellos. Mi amigo, a pesar de no esperar tanto convidado, nos ha regalado el aperitivo con sabrosos y delicados manjares sorprendiéndonos en los postres con unas botellas de champang, tostado añejo del Ribero y café.

Después de la comida tan confortable nos fuimos a la ruada. Nada ofreció de particular, si se exceptúa la perturbación cerebral que experimentó algún aficionado con exceso a Baco. No hubo quimerías, ni siquiera conato de ellas. La fiesta terminó pacíficamente.Podríamos quedarnos para el día siguiente y asistir a la venta de los donativos que tuvo la Virgen; pero esto no merece la pena de dormir otra noche fuera de casa.¡Adiós Virgen de Guadalupe da Grela! En los días mejores de mi juventud te hice alguna visita; hoy una inmensa distancia nos separa, no por esto te olvido; te recuerdo siempre en medio de profunda melancolía.

¡Adiós Nuestra Señora da Grela! Préstame tu amparo y proyección y haz que vuelva pronto a recorrer esos lugares tan queridos donde ninguna pena perturba mi alma."

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