Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El castillo de Cira

Una torre de piedra es el último vestigio de la que fue residencia de monarcas como Doña Urraca o del famoso arzobispo Gelmírez

La torre que se conserva del antiguo castillo de Cira. // Bernabé/Javier Lalín

En Santa Baia de Cira quedan los restos de un histórico castillo que describió el sabio historiador y arqueólogo Antonio López Ferreiro, en un concienzudo trabajo aparecido en el numero 42 de la revista El eco de la verdad, de fecha 16 de enero de 1869, en el que recoge lo que dice la historia de esta vieja torre o castillo, que permite hacernos una idea de cómo fue la evolución desde la construcción a su práctica desaparición, con la única presencia en la actualidad de la torre en estado de abandono y tomada por la vegetación, con amenaza de que los muros sigan deteriorándose:

"La primera noticia que se halla de esta torre o castillo se remonta al siglo XII. En efecto, la 'Historia Compostelana' dice que el arzobispo Gelmírez con su cabildo dio autorización a Bermudo Suárez para edificarlo. Poco tiempo después, en el año 1121, la reina Doña Urraca despojó de él a este caballero y lo entregó a otro llamado Juan Díaz, para que lo tuviese en su nombre. Así lo da a entender la 'Compostelana' en el capítulo 81 del mismo libro y lo confirma una donación que don Diego Gelmírez hizo al Monasterio de San Salvador de Camanzo. En esta donación, que debe ser del año 1122 y se conserva original en el archivo del Monasterio de San Payo, suscribe Juan Díaz, que tiene la peña o Torre de Cira, de mano de dicha reina, 'Johannes didaz, qui pennam cyrie tenebat de praedicta Regina'.

El motivo que para obrar de este modo tuvo Doña Urraca fue la maquinación que urdía por instigación de algunos pérfidos y ambiciosos consejeros, para apoderarse de las tierras de la Iglesia de Santiago, empezando con la prisión del Arzobispo. La ocasión de que se valió la reina para cometer este último atentado, fue la expedición que D. Diego hizo a instancia suya contra los portugueses, que se habían apoderado de Tuy y de las tierras inmediatas. A la vuelta de esta expedición, en la que nuestro arzobispo prestó importantísimos servicios a Doña Urraca, está olvidada de todo, se apoderó de su persona y confió su custodia a un caballero llamado Juan Díaz, que no sabemos si es el mismo que tenía el castillo de Cira u otro del mismo nombre que figuraba en la corte de la Reina. Con el arzobispo fueron presos tres hermanos suyos y el leal caballero Bermudo Suárez, que había edificado a Cira y algunos otros castillos más.

Desde el Miño fue conducido D. Diego al castillo de Orcellón hacia Carballino y desde aquí a Cira, a donde llegó por el 20 de julio del citado año de 1121. Permaneció allí algunos días mientras que la Reina y sus consejeros resolvían lo que había de hacerse. Entre tanto llegó a Santiago y cundió por toda Galicia, la voz de este hecho tan feo y la indignación se apoderó de todos los pechos generosos, que al mando del Conde de Traba y del mismo hijo de Doña Urraca, el rey Alfonso, se pusieron en armas para liberar al arzobispo. Doña Urraca viendo el aspecto importante que presentaban las cosas, se avino a dar libertad al prelado, que después de ocho días en prisión, entró triunfante en Compostela, en medio de las más indecibles muestras de alegría y entusiasmo de los moradores.

La Reina, sin embargo, no por esto desistió de sus pretensiones, ni cesó en sus exigencias. A toda costa quería hacerse dueña de los castillos de la Iglesia de Santiago o de otro modo que se le entregase una considerable suma de dinero; más el arzobispo se resistía invenciblemente a menoscabar los derechos y esplendor de sus Iglesia. En virtud de esto doña Urraca apeló al fatal extremo de la guerra: se salió de Santiago; reunió un poderoso ejército y partiendo de Cira se dirigió a Salnés como para atacar esta tierra; más de repente dio la vuelta y ocupó las alturas del Pico Sacro. D. Diego Gelmírez, el Conde de Traba y el rey don Alfonso no se descuidaron y con sus tropas acamparon a las faldas de dicho monte. Mas los dos ejércitos no vinieron a las manos, porque el arzobispo propuso un arbitraje, que aunque no sin dificultades, fue aceptado por ambas partes.

Diego Gelmírez en virtud de este arreglo quedó otra vez dueño del Castillo de Cira y lo dio en feudo a la Reina por todo el tiempo de su vida. Doña Urraca lo restituyó en efecto a la hora de su muerte; sin embargo, por los manejos de Juan Díaz tardó la Iglesia de Santiago en posesionarse del Castillo.

Posteriormente esta fortaleza vino a parar a poder de la casa de Altamira cuyos señores fueron por mucho tiempo Pertigueros Mayores de la Iglesia de Santiago. En la segunda mitad del siglo XV parece fue demolida por los Hermanos de Galicia; mas Lope de Cadavo la volvió a levantar poco después del año 1470 por orden de D. Lope Sánchez de Moscoso, primer Conde de Altamira. No fue esto sin contradicción del arzobispo de Santiago D. Alonso de Fonseca II, quien trató de impedirselo, porque en las tierras de Santiago como en las demás iglesias ningún señor podía erigir fortaleza. Con este objeto el arzobispo envió al esforzado caballero Esteban de Junqueiras con un buen golpe de gente; pero los de la fortaleza, protegidos por lo escabroso del sitio y por una fuerte empalizada que habían levantado, rechazaron con tanto brío el ataque, que el mismo Junqueiras salió mal herido y tuvo que retirarse con su tropa.

Nuestro antiguo genealogista Vasco d'a Ponte, de quien tomamos estas notas, nos refiere también una conspiración fraguada en Cira contra el Conde D. Lope. Lope de Cadavo y otros cuatro caballeros, Juan Rodríguez d'o Campo, Rui Gómez Sevil, Juan Rodríguez de Selles y Vasco Fariñas de Lamas, veían con despecho que el Conde había depositado su confianza en el valiente y astuto caballero García Martín de Barbeira, tanto que este era el que más privaba con D. Lope y el que más poder e influencia ejercía en su ánimo. Por esta razón resolvieron deshacerse por cualquier medio de tan temible rival. Para esto se aseguraron del Conde, poniéndolo a buen resguardo, a fin de quedar con más libertad para obrar y se disponían a echar mano a Martín de Barbeira. Mas este, que pronto conoció a donde iba dirigido el tiro, se encerró con cuatro o cinco criados en una torre y empezó a gritar con todas sus fuerzas desde las ventanas: 'Moscoso. ¡Ah traidores, que en mal lugar os cogió la sesta; no vos cumple aguardar aquí!' A cuantos acudían a las voces, decía que corriesen a echar apellido o levantar gente en las tierras del Conde. A otros mandaba dar aviso a D. Diego Andrade, el Conde de Caamiña y al Mariscal Suero Gómez de que D. Lope de Moscoso estaba preso.

Con esto la alarma se extendió pronto por toda la comarca; no se veían ni oían más que apuestas militares, corridas de hombres armados, voces belicosas y el eco vibrante de las campanas de la comarca que tocaban a rebato; por lo que los conjurados temiendo caer en la misma red que ellos habían tendido huyeron de Cira dejando en libertad a su señor.

Tales son las principales memorias del castillo de Cira. Hoy no subsiste más que una Torre de piedra de sillería, que por la parte más alta tendrá 10 pies de elevación. Para penetrar en ella hay que escalar un informe peñasco y luego trepar por el punto hasta la estrecha puerta, que tiene cuatro cuartas de ancho y nueve de alto hasta el vértice de la ojiva. En el segundo piso, en el lienzo que mira al oriente, se abre una ancha ventana con sus correspondientes asientos de piedra. En el lienzo del Sur no hay más que una estrecha aspillera; el del Norte no tiene luz alguna; y en el del Poniente está la puerta. La planta es un rectángulo de 10 varas de largo y 9 y medio de ancho, incluso el espesor de las paredes, que es de dos varas. Su construcción debe colocarse a fines del siglo XV, en tiempo del Conde D. Lope. Hoy dentro de aquellos muros desnudos y agrietados, ya no hay caballeros, ni condes, ni damas, ni doncellas, ni en sus ventanas aparecen picas, ni ballestas; ni detrás de las almenas que los temporales abatieron, inmóviles vigías: hoy solo habitan allí los halcones y otras aves de rapiña, que, más afortunados que sus antiguos dueños, conservan aun el señorío de los aires.

Nos apresuramos a recoger los débiles rayos de luz que reflejan aquellas paredes, antes que la acción inexorable del tiempo los allane y encubra con su propio polvo".

En el año 1927 aparecía en el periódico El Compostelano un anuncio de venta de una finca sita en el lugar de Altamira, parroquia de Santa Baia de Cira, ayuntamiento de Silleda y partido judicial de Lalín, con casa para caseros y restos del Castillo de Cira; compuesta de monte, tojal, labradío y prados; bañada por el río Ulla, de extensión setecientos cuarenta y nueve ferrados.

En 1960 Fernando Cort Boti, ingeniero de Minas, que dirigió durante muchos años la explotación del complejo minero de Silleda, persona de gran cultura y caballerosidad, ligado a múltiples empresas gallegas, residente en el Pazo de Pinzás en Balboa, adquirió la finca y el Castillo de Cira, cuya reconstrucción se proponía realizar y que su muerte en 1969 le impidió realizar. En la actualidad la Torre es propiedad de la familia Cort.

Compartir el artículo

stats