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María del Rosario Bárbara León Benítez (Charo Navaza): "Mi marido y yo estuvimos cinco años escribiéndonos antes de conocernos"

"En Madrid yo me tomaba de joven un café en cualquier sitio, cuando llegué a Lalín entré en el Camilo y sólo había hombres"

Charo Navaza posa delante del mostrador de su popular confitería lalinense. // Bernabé/Luismy

Presume de conocer "a todo el mundo" en Lalín, donde todo el mundo le llama Charito Navaza, "porque me borraron el apellido", añade, y de ser una mujer espontánea en su vida diaria. De trato fácil y dicharachera, Charo Navaza habla por los codos cuando se trata de recordar un Lalín irreconocible en una España muy distinta.

-Me gustaría que contara a los lectores de FARO DE VIGO la increíble historia que le trajo a Lalín para conocer al que sería su marido.

-Tengo que reconocer que cuando yo vine a Lalín ni lo conocía. Entonces Cataluña era un lugar muy distinto al resto de España, donde yo montaba en bicicleta, pantalones siendo una niña y cosas que aquí eran impensables. Después de vivir en Puigcerdá nos fuimos a Extremadura y a Madrid, donde yo era estudiante. Un buen día, una amiga mía se le ocurrió la idea de escribir a algún chico porque su padre tenía unas revistas en las que venían direcciones. Por aquel entonces existían unas revistas llamadas Selecciones y Meridiano donde empezamos a buscar. Nos dimos cuenta de que la mayoría de hombres que aparecían eran muy mayores para nosotras. De pronto, encontré a un tal Chicho N. Blanco de Lalín, Pontevedra, y nos preguntamos cómo se llamaría porque en mi tierra no hay diminutivos. Le escribí, y estuvimos cinco años haciéndolo sin conocernos.

-¿Cuándo dieron el paso para ponerle cara a todas esas cartas que durante cinco años se estuvieron escribiendo ustedes?

-Luego vine a Galicia de vacaciones, a Cangas do Morrazo, a trabajar en la Casa de la Virgen, al final de la playa de Rodeira. Eso lo regentaban unas monjas y eran unas colonias de verano para niños de familias desfavorecidas, en las que chicas como yo íbamos a trabajar echándoles una mano. Éramos cien chicas que nos veníamos 25 días en verano, en los que también íbamos Portugal o a Santiago de Compostela. Yo le dije a Chicho que iba a Cangas, y al final nos conocimos allí, pero sólo como amigos. Estuvimos cinco años de noviazgo antes de casarnos. Formalizamos nuestra relación en el año 1958 después de cartearnos.

-¿Qué Lalín se encontró cuando acabó viviendo en Lalín?

-Cuando vinimos, aquí no había restaurantes. Las bodas y las comuniones, por ejemplo, se hacían en las aldeas, y Charito y se compró una furgoneta. Yo era la tipa de la furgoneta, de la moto y de la bicicleta, que me la traje de Madrid. Recuerdo una vez que estaba en el comercio que antes teníamos abajo, y había dos señores mayores de la aldea que estaban hablando uno con el otro diciéndole: Mira, Chicho de Navaza trouxo unha rapaza de Madrid que está un pouco tola. Y eso que no me atrevía a fumar.

-¿Le costó entrar en aquella sociedad lalinense de los años 60?

-En absoluto. Siempre he sido muy abierta e incluso le hablo al que no me habla. Yo conozco a todo el mundo en las aldeas, y en todas ellas me conocen a mi. Date cuenta que durante muchos años yo era la que repartía las tartas a domicilio. Mi suegro, al que no llegué a conocer, era un hombre muy adelantado para su tiempo. Estuvo de representante en A Estrada y pensó en poner un negocio en Lalín porque era de Toiriz. Recuerdo que la gente alquilaba la vajilla para las celebraciones, pero mi suegro no era pastelero. Él se relacionaba, iba a Barcelona a comprar, pero siempre tuvo profesionales pasteleros de fuera de aquí. Cuando yo llegué a aquí ya estaba el negocio como alimentación y pastelería, y era muy conocido.

-¿Es cierto que el primer horno eléctrico de Lalín fue el suyo?

-Cuando yo llegué había horno de leña y, efectivamente, el primer horno eléctrico fue el nuestro. No había ni máquina de cortar fiambre, para que te hagas una idea. Mi marido no iba a ser pastelero, lo que pasa es que su padre murió muy joven dejando 11 hijos. Tenía pensado hacer el pre-universitario porque él quería ser abogado, pero lo tuvo que dejar para ponerse al frente de la confitería. Fue una vida muy dura porque hubo que trabajar mucho en este negocio.

-¿Siguió yendo a su tierra tras casarse e instalarse en Lalín?

-Cuando volví a Madrid después de estar un año aquí, la portero de la casa de mis padres le dijo a una prima mía de dónde venía por las manos que traía porque yo andaba siempre con las manos muy arregladas cuando vivía allá. Me había estropeado las uñas después de vender un vagón de patatas que había comprado mi marido en aquella época. Chicho era una persona muy trabajadora que luego vivió intensamente la confitería y le terminó gustando. Antes había muy buenos confiteros porque empezaban como aprendices desde el obrador, ahora son cursillistas del Inem, como digo yo. Mi marido tenía una muy buena preparación porque se preocupaba de aprender y así se convirtió en un gran profesional. Recuerdo cuando íbamos juntos a Madrid, y desde allí a Extremadura en una Vespa. Cuando llegué aquí me decían que había que ir a tal sitio por una pista, y yo pensaba que se trataba de una autopista.

-¿Qué fue lo que le extrañó más de Lalín cuando llegó?

-Pues, que las mujeres no iban al café, por ejemplo. En Madrid yo tomaba un café en cualquier sitio. Un día me metí en el Camilo, noté algo raro, y era que todos eran hombres. Me pasó algo parecido en la iglesia. Fui a misa y me vi rodeada de hombres. Miré para la derecha y vi sólo mujeres porque estaban separados por sexos, y eran cosas que yo no había vivido nunca. Eran otros tiempos y otra época.

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