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El Camino de Invierno por Deza

Es la más gallega de las rutas jacobeas, al ser la única que atraviesa las cuatro provincias -Su trazado permite descubrir algunos de los recursos patrimoniales y turísticos más importantes de la comarca

En el año 968 de nuestra Era el peregrino medieval que llegaba a Ponferrada, tras recorrer desde la capital el Reino de León, amenazado por el sur por los árabes que de vez en cuando osaban cruzar el Duero, probablemente encontraría un paisaje nevado o lluvioso, con los caminos y veredas llenas de barro y charcos. Enfrente, continuando por el llamado Camino Francés, que venía recorriendo desde Roncesvalles, se le presentaba un desafío formidable: Cruzar el Cebreiro, enfrentándose a innumerables peligros.

VER GALERÍA | El viaducto medieval de Pedroso salva el río Arnego. // Ángel UtreraEl viaducto medieval de Pedroso salva el río Arnego. // Ángel Utrera

Junto con la meteorología adversa, que aumentaba extraordinariamente la dureza de la ascensión -viento helado, nieve y hielo-, había otros factores no desdeñables: lobos y otras alimañas salvajes, bandidos, nórdicos vikingos, arrasando el valle del Ulla, desde Catoira a Palas de Rei y asomándose hasta las misma murallas de la floreciente villa de Compostela, que bajo la regencia de la monja Doña Elvira, tía del niño rey Don Ramiro, se debatía en conjuras y traiciones entre el obispo Sisnando y Rosendo, incapaces de poner coto a los desmanes de los invasores. O, en el mejor de los casos, afrontar el pago de peaje o portazgo en la entrada del valle del tortuoso río Valcarce al señor de Sarracín, a la sazón el conde Don Gonzalo Sánchez, conocido entre sus siervos como Boca podrida, por su mal aliento. Finalmente, la ausencia de alojamientos y albergues en una tierra inhóspita y dura, durante la subida al mítico monte, convertían en una odisea la ascensión a esta puerta natural de entrada a Galicia. Ante tamaño reto, el peregrino contaba con escasos recursos: el bordón para ahuyentar a las alimañas; una capa con esclavina, ambas de tosco tejido, que difícilmente soportaban la lluvia sin calarse; un calzado rústico, gastado y roto tras varios meses de camino. Y poco más.

En esta situación no es de extrañar que algunos peregrinos eligieran otra ruta más fácil para entrar en Galicia, saliendo de Ponferrada hacia el suroeste y aprovechando la existencia de una antigua vía romana secundaria. Este, sin duda, fue el origen del Camino de Invierno. Así parece constar en documentos hallados en el Obispado de Astorga.

El Camino de Invierno es el único que cruza las cuatro provincias gallegas. Es, por tanto, el más gallego de todos los caminos. Tras abandonar el Bierzo por Puente de Domingo Flórez, atraviesa las comarcas de Valdeorras (Ourense), Ribeira Sacra y Terra de Lemos (Lugo), Deza y Ulla (Pontevedra) y entra en A Coruña por Ulla. Aprovecha en parte el trazado de las vías romanas secundarias G-51 (de Ponferrada a Las Médulas por el Cornatel) y G-40 (Codos de Belesar, Quiroga, Barxa de Lor, Monforte), así como algún tramo de la Vía Nova o Vía XVIII.

Esta una crónica personal y muy subjetiva de lo que pude ver y admirar a lo largo de los 54 kilómetros de camino desde la Capital de la Ribeira Sacra, Chantada: Los primeros 27 kilómetros, hasta Rodeiro, nada menos que para alcanzar las cumbres del Monte Faro, con una altitud de 1.170 metros, lindero natural entre Lugo y Pontevedra, con su hermosa vista sobre las sierras de Ancares, Courel y, en días despejados, Pena Trevinca a nuestras espaldas, más allá del valle de Lemos.

De Chantada al Faro

La salida de Chantada, bien marcada, se inicia en una suave subida que nos conduce fuera de la villa siguiendo las flechas amarillas, hasta encontrar el primer mojón de ruta, en San Xurxo de Asma, en donde nos desviamos hacia la carretera comarcal LU-1809, y en donde destaca su iglesia, que pasamos de largo buscando el lugar de Abral, después de cruces, caminos de tierra y alguna pista forestal, hasta tomar nuevamente la carretera LU-1002, que abandonamos después de dejar el cruceiro que señaliza el camino que nos debe llevar hasta Vilaseco. Prácticamente todos estos son lugares de tres o cuatro casas, surgidos a la vera del camino y abandonados hoy en día. La primera localidad de cierta relevancia que encontraremos es Penasillas, en donde se inicia propiamente la subida peregrina hacia la capilla de nuestra Señora de Faro, desde las estribaciones de la iglesia de San Antonio, con su peto de ánima característico.

El Faro se adivina por una cómoda pista de cemento, que pronto se convierte en tierra, que me hace pensar en quien será capaz de subir en invierno por este pedregal enlamado y resbaladizo. No hay más que seguir subiendo y cuando ya resulta para mi más que imposible pedalear, poner pie a tierra y continuar el ascenso hasta llegar al monolito de piedra, en donde se reproduce el poema de Pablo Rubén Eyre en memoria de Uxío Novoneyra, Noites nas beiras do Faro.

Vamos atravesando pinares, monte bajo, tojos y retama, entre el ruido de las aspas de los molinos de vientos, que pueblan por doquier sierras, montañas y outeiros, y la sombra de sus gigantescas aspas girando frenéticamente sin desmayo, que meten miedo, hasta que de repente nos damos de frente con los muros de piedra de la Ermita de Nuestra Señora del Faro, en donde cada año se repite el desfile de los romeros de Chantada y Rodeiro en devota procesión a llevar la imagen desde la capilla de Requeixo a la ermita, y viceversa.

Después de dejar el bonito aunque moderno cruceiro que señala el sacro lugar, seguimos flechas y mojones, ahora cuesta abajo en fuerte pendiente, que pronto deja el asfaltado para internarse por tierra y piedra hasta Rodeiro, siembre bajo la atenta mirada de los aerogeneradores, del parque eólico del Faro/Farelo en lontananza. Contemplamos el valle de Camba, limítrofe con las tierras de Agolada, al pie del Monte Farelo y sus chairas esteparias que en otro tiempo acogieron en los campos de Aián, una de las más famosas ferias de ganado del país, posteriormente trasladada hasta el lugar más seco y menos pantanoso que daría origen a la actual Agolada, siempre bajo el influjo de la feria, y los Pendellos.

Deza se abre ante nuestros ojos y aguardan en nuestro camino hasta Compostela, hermosas y sorprendentes tierras por las que corren como venas por un cuerpo: los ríos Arnego, que se nutre de las nieves invernales de la Sierra del Faro, donde nace, el Asneiro y el Deza, entre otros de menor caudal y recorrido, todos ellos tributarios del río de los ríos, el Ulla, que desde Antas va acumulando agua, hasta su desembocadura más allá de Catoira.

Finalmente alcanzamos el paso que cruza la vía rápida de Rodeiro a Chantada, para buscar Vilanova, un par de kilómetros más adelante Camba, en donde nos detenemos para admirar el imponente pazo cargado de historia, datado en el siglo XV como Casa Forte dos Churruchaos, y anexo al cual está su iglesia parroquial construida en el XII, aunque las sucesivas reformas barrocas la han dejado casi irreconocible, aún conserva restos de su pasado románico.

Continuamos la ruta, por pistas y caminos siempre de tierra, cruzando Fervenza, y adentrándonos en la antesala de Rodeiro, el lugar de Río, arropada en las sombras de lo que en otro tiempo pudieron ser hermosos sotos ricos en castaños y robles, muchos de ellos transformados por uso y abuso de las explotaciones ganaderas, en pradería y en donde todavía podemos contemplar algún que otro pendello -casi en ruina-, de los que debieron conformar un típico recinto ferial, que acogía cada 15 de mes ganado y tratantes llegados de todas partes. Son construcciones de feria típicas gallegas, en piedra y madera, alpendres, casetos y casas, en donde mercaderes y feriantes exponían sus mercancías, al uso de los existentes en Agolada y A Gouxa, aunque en este último lugar de Dozón prácticamente no queda nada de ellos, salvo las historias, fotos y recuerdos de lo que fueron y la importancia para sus gentes que tuvieron sus ferias.

No acercarse a admirar los Pendellos de Agolada sería cometer el mayor de los pecados, por lo que, aunque suponga hacer unos cuantos kilómetros más, recomiendo encarecidamente la visita, en la seguridad de que el viajero agradecerá el consejo. Agolada nace en una encrucijada de caminos, allá por el siglo XVI, en donde se asentaba posada para cambio de caballería y descanso de los viajeros y carruajes. Ya en el año 1788 hay constancia de la primera noticia escrita sobre la feria que se viene celebrando en los Chaos de Aián (Trabancas), por lo que podríamos afirmar que Agolada no nace de la feria, pero sí que crece con ella y con los pendellos. Este conjunto arquitectónico data del siglo XVIII, y durante más de doscientos años, acogió una de las ferias de mayor relevancia del país. Es uno de los espacios más y mejor auténticamente conservado como recinto ferial, declarado Monumento Histórico Artístico en 1985. Actualmente lugar realmente apropiado para la realización de ferias monográficas de artesanía, fiestas populares y marco incomparable para todo tipo e muestras y exposiciones.

Continuando nuestro recorrido por lo que queda en pie de Río, pasaremos por delante de su iglesia parroquial, en una espesa carballeira, y tomaremos, buscando las calles de Rodeiro, por un camino de tierra y piedra, entre cierres, muros y vallados cubiertos de musgo y el paso del tiempo, hasta el lugar de Mouriz, para tomar más tarde el asfalto que bajo la atenta mirada de lo que fue uno de los castros más importantes de la zona, el de Casasoa, alcanzar su capital por el bien trazado Roteiro dos Muiños, paseo fluvial que nos conduce hasta la antigua fortalez, la Torre de los Camba, reconvertida hoy en Ayuntamiento. Los restos y vestigios del románico, aunque lamentablemente muy castigado, permanecen en su iglesia parroquial de San Vicente.

En Rodeiro se unían al Camino de Invierno algunos de los peregrinos que habían optado por hacer el recorrido acogiéndose a la hospitalidad y protección de los fueros del Monasterio de Oseira y que subían desde Ourense por el Camino Sanabrés, si bien tampoco era raro continuar el recorrido por las tierras de Dozón y, tras superar el Alto de Santo Domingo, bajar hasta Lalín, siendo desde aquí ya la única vía hasta Compostela con la inconfundible silueta del Pico Sacro, en lontananza, señalando nuestro destino.

Puentes sobre el Arnego

La influencia y llamada de Lalín se hace ya más que presente, sobre todo tras cruzar el río Arnego, por la antigua Ponte do Hospital, que evidentemente nos recuerda la existencia en un tiempo olvidado ya, de algún albergue, hospital de peregrinos del que no hay constancia, ni restos. Se continua por una pista de asfalto que nos sale a mano derecha, señalizada con un mojón del camino, para convertirse un poco más adelante en pista de tierra y recorrer varios cruces, derecha e izquierda siguiendo las marcas y mojones que señalizan perfectamente la ruta, salvando las aguas del Arnego, por los puentes de Areal y Amorín. En invierno es frecuente que estos prados permanezcan encharcados e intransitables a pie, mucho menos en bicicleta, por lo que, según el tiempo, se hace recomendable la carretera hasta Penerbosa, evitando lo imposible, y un poco más adelante hasta el lugar de Puza, donde lo que más destaca son las casas abandonadas y en ruinas. Todo este recorrido, a veces asfalto, a veces tierra, a veces cuesta arriba y otras para abajo, nos regala en ocasiones hermosas vistas sobre el Arnego y los saltos que el río forma entre piedras de enorme tamaño, torrenteras y pozas de agua cristalina; no podemos olvidarnos que muy pronto llegaremos a Pedroso, su nombre lo dice todo, tras cruzar la Ponte da Penela.

En Pedroso el camino nos conduce por delante de su iglesia románica dedicada a San Julián y Santa María con cruceiro, bajo la atenta mirada de lo que fue el Castro de Penela, hasta el puente medieval con molinos en ruinoso estado, en ambas márgenes del Arnego, cuya denominación -A Ponte e O Mesón- nos indica que posiblemente fue parada y fonda de caminantes y peregrinos en los tiempos del Medievo, hasta llegar al lugar de Maceira, desde donde dejamos el asfalto para recorrer pistas de concentración parcelaria, cruzando Porcallos y Pardesoa, hasta Palmaz, después de siete kilómetros solitarios, atravesando cotos y regos de una curiosa altiplanicie sin ver una casa en sus alrededores. Dejamos las casas y establos de Palmaz por estrechas y empedradas corredoiras, en una corta bajada sombría hasta el Rego de Reboredo, y continuamos cruzando la carretera Lalín-Monforte, y adentrándonos en la capital de Deza por el lugar de Lalín de Arriba, dirección Lagazós, entre viejos robles y algún que otro castaño superviviente irreductible a estos tiempos modernos, que alfombran el suelo con hojas putrefactas y humus, acallando los pasos del viajero, que tímidamente se acerca a la fuente adosada sobre los muros de lo que fue una gran casona pacega, mirando de reojo el cruceiro que preside el lugar y da la bienvenida al caminante a la villa, antes de que San Martiño de Lalín de Arriba, impresionante construcción románica fundada en 980, tal y como consta en la inscripción gravada en piedra en su ábside, prácticamente único monumento que queda en pie de aquella época en Lalín, que, según cuenta la historia, tomó su nombre de un sirviente apedillado Lalino, que desempeñó para los Condes de Deza el cargo de administrador de estas tierras, casi limítrofes con las otras tres provincias gallegas.

Lalín, en su afán de progreso y modernidad ha perdido gran parte de su histórico legado y patrimonio, lamentablemente, cambiando industria por tradición que desapareció por mor del desarrollo y modernización de la villa que aún así conserva una enorme riqueza en forma de pazos y casas señoriales, muchas rehabilitadas y con uso público, como el Pazo de Liñares y el de Bendoiro, otros en estado ruinoso, como el de Bergazos, que citamos dado que a poco que queramos podremos visitarlos en nuestro caminar hacia Compostela. Muy recomendable sería también visitar tanto la casa museo del astrónomo y matemático Ramón Mª Aller, la iglesia románica de Donramiro y callejear por las calles del centro, con su monumento al aviador Loriga, obra del escultor Asorey, o el de homenaje al cerdo, en reconocimiento al plato típico como es el cocido de Lalín.

Salimos por la calle Colón, dirigiéndonos por delante del antiguo concello, actualmente biblioteca pública, buscando el paseo del río Pontiñas, para pasar por delante del polígono Lalín 2000 y el albergue de A Laxe, en paralelo a la N-525. Hay que tener en cuenta que el camino original no existe, se han habilitado senderos, y alguna que otra pista, que transita evitando los laberintos de la autopista, el polígono industrial y sus naves, las vías del ferrocarril, por lo que, máxime para ciclistas, recomiendo tomar la nacional desde la salida del paseo fluvial, una vez abandonado el lugar de O Regueiriño, y de nuevo el camino tras las obras del AVE, acercándonos antes para visitar el Pazo de Bendoiro, y continuar atravesando Prado, su iglesia y el Pazo de Liñares. El camino baja al puente de Taboada, del siglo X, empedrado que salva las aguas del Deza; no olvidarse de ver la piedra fundacional a la izquierda una vez cruzado.

Desde aquí el camino, restos de la calzada romana que en su día discurría por este lugar, en continua subida, en ocasiones peliaguda, alcanzamos la iglesia, igualmente vestigio del románico, de Taboada, con su hermoso cruceiro delante, que dejamos para bajar hasta Silleda, por un camino de tierra, en ocasiones pista asfaltada, tras pasar por delante de los muros del Pazo de Transfontao.

Silleda es la villa de la Semana Verde, con su faraónico recinto ferial, más parecido a un mausoleo megalítico, de enormes construcciones, naves gigantes y recintos sublimes. Si nos gusta o tenemos curiosidad por el tema arqueológico, a la salida de la villa, y puesto que nos pilla casi de paso, se encuentran los restos del castro de Toiriz, origen del actual núcleo poblacional, y aunque muy alterado por actuaciones más que dudosas, nos da una idea de cómo eran estos recintos durante la época castrexa.

Prácticamente nos queda algo menos de 50 kilómetros a Compostela, que van a significar un continuo sube y baja, y una reiteración de entradas y salidas a la N-525, que, aunque con un tráfico muy intenso, para ciclistas resulta recomendable, dado el lastimoso estado de las pistas, sobre todo en épocas de lluvia, y contando con que desde ahora el camino, poco nos va a enseñar: A Bandeira, Dornelas, con su iglesia del siglo XII bajo la advocación de San Martiño, y Castro, donde volvemos a encontrarnos con los restos castrexos, sacralizados por la Iglesia con la ermita de San Miguel que preside la corona circular típica de estos recintos. Llegamos a Puente Ulla, límite natural y geográfico entre Pontevedra y A Coruña, y lo cruzamos por entre arboleda espesa y caminos de tierra, pasando el viejo puente de cuatro ojos, junto al de cemento y hormigón de la nacional.

El viaje está tocando a su fin y la misteriosa imagen del Pico Sacro, cargado de leyendas, simbolismo y mitología, se recorta sobre el horizonte y nos da la bienvenida a Boqueixón, que atravesamos en un suspiro, para encarar Rubial, Deseiro de Arriba y las casas de A Gándara, donde volvemos a atravesar la nacional, siempre siguiendo las flechas y marcas; la señalización es buena, ya que el número de cruces y caminos es importante conforme se acercan las casas más próximas a la capital de Apóstol. A tiro de piedra, aguarda majestuosa Compostela, cargada de historia y leyendas y sus rúas de sombras y nostalgia. La ciudad donde la lluvia se transforma en arte...

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