-¿Recuerda algún encargo extravagante de cuando elaboraban los ataúdes en la carpintería?

-Había una exposición a la que venían para elegir el modelo que querían siempre en función del presupuesto que tenían. Recuerdo una vez una casa que era de gente rica que mandaron a unos amigos a elegir el ataúd, que entraron por la puerta pidiendo lo mejor que tuviéramos. Si mal no recuerdo, les costó la pieza unas 5.000 pesetas, que ahora pueden parecer poco pero en aquellos tiempos era mucho dinero. Hay que darse cuenta de que esto es una aldea, y en aquellos tiempos no había ni coches fúnebres ni nada parecido.

-¿Su padre también colaboraba en la funeraria?

-Mi padre hacía en esa época, también, cajas para niños pequeños porque eran tiempos en los que fallecían muchos casi recién nacidos. Se hacían al momento porque la familia traía la medida exacta, y con unas tablas se hacía la pieza, que después se tapizaba con una tela blanca. Recuerdo que mi padre hizo muchos de esas cajas por encargo. También me acuerdo que les ponían unas puntillas para adornar la caja y todo.

-¿Sigue tallando madera ahora que ya le llegó la jubilación?

-Me entretengo con las gubias que todavía conservo para seguir haciendo relieves. Los tengo de todo tipo, desde religiosos con representaciones de la Sagrada Familia hasta otros con paisajes o animales. Son figuras en relieve que las tengo guardadas para mí. Incluso me estoy dedicando a restaurar algún mueble antiguo que había en casa porque le hacía mucha falta. Todavía hay gente que me trae muebles para restaurar, aunque menos que hace un tiempo. Hoy en día con lo que te vale uno de esas piezas casi amueblas un piso entero. Antes la madera se aprovechaba mucho y la mano de obra era barata; ahora es al revés, lo más caro es la mano de obra. De todas formas, me sigue gustando restaurar esos muebles que son piezas únicas en muchos casos y que siempre quedan bien.