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Manuel Fernández: "Aprovechábamos ruedas de vehículos para hacer calzado para trabajadores del wólfram"

"Antes de la llegada de la corriente eléctrica producíamos un par de zapatos a la semana, después ya salía uno cada día"

Manuel Fernández, ayer, en el taller que forma parte de su casa y en el que todavía conserva todas sus herramientas. // Bernabé/Luismy

Con los tiempos, y en gran medida debido a los avances tecnológicos, muchos de los oficios tradicionales están en peligro de extinción, entre ellos el de zapatero. Manuel Fernández, más conocido como o zapateiro do Lousa, se dedicó durante décadas a la confección y al arreglo del calzado de vecinos de todo el municipio agoladense.

-¿Cuándo comenzó a trabajar como zapatero?

-A los 16 años cuando salí de la escuela. Me puse a trabajar con un zapatero que había en Trabancas, apellidado Varela, y estuve con él tres o cuatro años. Después me vine para Agolada y comencé a trabajar con Pepe O Zapateiro.

-¿Cómo eran los zapatos que realizaban?

-Eran de las gomas de las ruedas de los vehículos, ya que no había apenas material. Aprovechábamos las ruedas de los automóviles, las rebajábamos y daba muchísimo trabajo porque tenían que quedar muy finas. De ahí se hacían los llamados zapatos de becerro. Este calzado se hacía mucho para los trabajadores del wólfram de A Brea, allá por los años 44 y 43. Daba mucho trabajo porque las cámaras de las ruedas eran muy gruesas y utilizamos un burro, que era un palo redondo, en dónde las envolvíamos y con una escocina preparábamos las gomas para poder pegarlas y hacer los zapatos. Cogíamos sobre cinco o seis trozos para poder hacer un zapato.

-¿Dónde compraban las gomas?

-Eran de los camiones y buscábamos en dónde podía haber uno, que de aquellas había pocos, y nos las daban, en vez de tirarlas, porque no había en dónde comprar material. Estoy hablando del año 43 o 44. Después, se fue aumentando con la llegada de nuevas herramientas, como una llamada rebolo que funcionaba dándole con el pie, que servía para limpiar las gomas. Hasta que por el año 57/58 vino la corriente y se pusieron los motores.

-Fue una revolución.

-Sí de las gordas. Nos cambió el trabajo y es que ahora no es trabajar. Ahora si nos mandan hacer unos zapatos de aquella época no los daría realizado, por el trabajo que suponía, porque si por lo menos hubiera hilo. Todo era anticuado y hoy tendría que aprender yo a hacer zapatos con lo moderno que es ahora todo. Antes tardábamos una semana en hacer un par de zapatos, después ya salía uno cada día.

-¿En dónde tenía el taller?

-Estuvimos en varios sitios de Agolada, entre ellos en dónde está ahora el Bar Central, la droguería o la casa del Mutilado. Después, me marché para la mili y cuando regresé monté mi propio taller, en dónde es ahora el bar Tasca A Morriña, en el que tenía entre tres y cinco obreros y estuvimos 12 años.

-¿Qué tal en el servicio militar?

-Estuve un año en Santiago y después me enviaron a los Pirineos, cerca de Francia, en total estuve 28 meses. Allí trabajé de enfermero durante 19 meses, que no tenía idea. Cuando llegué se habían ido los que se dedicaban a esto y me preguntaron qué oficio tenía, y les dije que estuviera en una farmacia 18 meses, pero era mentira, pero era la única plaza que podía pedir.

-¿Y fue aprendiendo de enfermero?

-Algo sí, a poner inyecciones, gracias a un teniente que era médico, y cuando regresé a Agolada era el que las ponía aquí a los vecinos. Aquello eran barrancones y a la mañana me levantaba y les iba preguntando y la mayoría se me quejaban de que les dolía esto y lo otro, porque yo era el que daba las bajas. Y en la mili arreglé algo de cabezadas de los caballos.

-¿Y lo de zapatero lo decidió por que le gustaba?

-Fue por hacer algo, no era que me encantara, pero no había otras salidas. Y ganabas una miseria, empecé cobrando una peseta. Después en Agolada ya me pagaban siete pesetas, aunque por la comida me cobraban dos.

-¿Desde hace años usted era el único zapatero que quedó en la zona?

-Sí, y es una pena, incluso, a veces me viene gente para que le arregle alguna cosa pequeña, porque vinieron siempre junto a mí y no les das dicho que no, pero dejé de trabajar ya hace años.

-Y el material de ahora no tiene nada que ver con el de antes.

-Como en todas las cosas fue cambiando. Antes en Lalín había una fábrica de curtidos, la de Balado, e íbamos allí a buscar las pieles, sobre todo de vaca, de terneros y de bueyes, pero después ya cerró y tenía que ir a Santiago. Y ahora el material es peor, los zapatos son de sacar y poner.

-¿Quienes eran sus clientes?

-Venían de todo el ayuntamiento. Había gente rica que venía siempre y después había de todo. Hubo épocas que se hacía unos trabajos tan difíciles porque había gente tan pobre que traían un calzado que no había por dónde arreglarlo. Había una miseria terrible.

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