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Coraje con nombre de mujer

Desde sus orígenes hasta el día de hoy, las vecinas de Sabucedo han sido clave para perpetuar la tradición

Mujeres viendo una Rapa en los 60. // Bernabé/Javier Lalín/Museo Estradense

La Rapa das Bestas que nació hace siglos en la parroquia estradense de Sabucedo tuvo dos madres. Se las conoce como As Vellas. Ellas fueron las que se encomendaron al cielo buscando protección ante la peste. Al verse liberadas de la lacra, entregaron como ofrenda a San Lourenzo dos caballos que habrían de reproducirse en el monte hasta dar lugar a la que hoy día se conoce como la cabaña de O Santo. La mujer tiene, por lo tanto, un protagonismo innegable en los orígenes de una tradición que se ha mantenido viva en estas tierras generación tras generación. Sin embargo, el papel de las vecinas de esta aldea no acaba aquí. Ni muchísimo menos. El coraje en Sabucedo también tiene nombre de mujer.

Hoy en día ya no sorprende a quienes presencian el espectáculo del curro ver cómo aloitar ha dejado de ser un trabajo de hombres. El valor en el Campo do Medio hace tiempo que no entiende de sexos y en Sabucedo ha florecido todo un ejército de aloitadoras que se enfrentan con el mismo ímpetu y ganas que sus compañeros a los caballos salvajes.

Sin embargo, ellas no han sido las primeras. Lo recuerdan bien muchos vecinos de Sabucedo. El papel de las mujeres resultó de vital importancia para preservar la continuidad de la Rapa das Bestas durante los años de la Guerra Civil. Con los hombres en el frente, en la aldea solo quedaban ancianos, mujeres y niños. En tiempos especialmente difíciles, las vecinas se pusieron el mundo por montera y protagonizaron la que terminó por llamarse Rapa das Mulleres.

En aquel momento las mujeres de la aldea decidieron encaminarse al monte para reunir a los caballos y continuar con la tradición de la rapa. "Os anos da guerra foron moi malos, eramos as mulleres as que tiñamos que facer a rapa; estabamos cheas de medo. As bestas aínda podiamos rapalas pero os cabalos...", recordó en una entrevista concedida hace años a FARO DE VIGO Palmira Moreira, una de las aloitadoras de Sabucedo del 36.

Se las ingeniaron. Improvisaron una especie de corredor hecho con madera a lo largo de uno de los lados del curro, obligando a los animales a pasar por él. Con menos margen de maniobra, los caballos iban pasando y salían, uno tras otro, convenientemente rapados. Quizás el encuentro no era tan espectacular como el de hoy pero sí fue efectivo. "Non quedou un sen rapar!", aseguró en su día Palmira.

El artículo Aloitadoras, orgullo e valor, publicado en la revista ADN Sabucedo recoge el nombre de algunas de estas mujeres que tomaron el testigo y aseguraron que la Rapa no se interrumpiese en aquellos años difíciles: Palmira, Hortensia, Ilusinda, Josefina, Guillermina, María... A ellas se sumaron con el paso de los años el de otras mujeres de Sabucedo que lucharon de forma activa y decidida por mantener muy viva esta tradición para las generaciones futuras. El texto referenciado alude a Rosa Cabada, que se adentró en el curro para aloitar en la década de los 70, un camino que continuó en el año 2000 Susi Tafalla, a quien el integrante de Rapa das Bestas Iván Sanmartín se refirió en un artículo publicado también en FARO como una de las primeras aloitadoras que tuvo eco mediático por su destreza en el arte de aloitar.

El propio Sanmartín alude a que a medida que avanzaba el pasado siglo el papel de la mujer en la Rapa das Bestas fue cobrando cada vez más visibilidad, participando en diversas actividades relacionadas con la tradición, caso de la subida al monte para participar en la "baixa", así como en las labores de organización de la propia fiesta. Este protagonismo se refleja en cuestiones como la paridad dentro de los cargos directivos de la asociación Rapa das Bestas y, ya en la vertiente más espectacular de esta fiesta, en la presencia constante de la mujer sobre la arena. Nuria, Sheila, Noemi, Paula, Andrea o Lucía suman sus nombres al de aquellas aloitadoras de la Guerra Civil y demuestran que hombre y mujer llevan en Sabucedo esta tradición en las venas, con igual orgullo e idéntico arrojo.

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