La lalinense María Pilar Vence acaba de regresar de su viaje del recién desalojado campo de refugiados de Idomeni, en la frontera con Macedonia. "En ningún momento creímos que nos íbamos a cruzar en el camino del desalojo del campo, no pensamos que fuese tan inminente ni de la forma en que se produjo", relata la joven en un encuentro mantenido ayer en el Concello con el regidor, Rafael Cuiña y la edil de Cultura, Lara Rodríguez Peña. Una cita en la que el gobierno ratificó su ofrecimiento para acoger refugiados y la necesidad de concienciar a la población sobre la situación dramática que están viviendo estas personas.

Vence relata su experiencia como voluntaria independiente durante más de quince días. Testigo directo del desalojo reconoce que "no hubo violencia física pero si psicológica". Una presión que comenzó ya en los días previos con las restricciones de alimentos para los bebés. "No nos dejaban repartirlo a nosotros y tampoco es fácil que ellos lo adquiriesen ya que tenían que caminar durante kilómetros y muchas veces la policía les impedía el paso pese a que cuentan con una autorización que les permite moverse en Grecia por un período de seis meses".

Una intimidación constante que Vence relata con casos concretos con un afán por poner nombres a un colectivo cada vez con menos voz. Acciones que dejan paso al desalojo del campo en la madrugada del pasado lunes 24 cuando los primeros en ser expulsados son un grupo de voluntarios -entre los que se encuentra la joven- que había decidido pasar la noche en el campo ante la amenaza del desalojo con el fin de ayudar a las familias en este proceso. Reprocha las acciones de la policía griega pero puntualiza, a la par, la encrucijada en la que se ha visto envuelto el país ante la oleada de refugiados y la dejadez de la Unión Europea. Un desalojo que también incluyó la destrucción de gran cantidad de medicamentos y diverso material de atención como generadores eléctricos, que en lugar de ser trasladados a otros campos para ayudar a los refugiados fueron soterrados.

Durante ese día buena parte de los refugiados son traslados a campamentos militarizados situados en antiguas fábricas abandonadas. "La realidad es que tienen la comida racionada, se encuentran sin apenas medicinas pese a que hay gente con enfermedades y heridas de guerra". Una realidad que Vence describe como la de "un auténtico gueto". De entrada ya les advierten que estarán ahí entre 6 y 18 meses. Aquí comienza el proceso de solicitud de asilo a la Unión Europea en el que deberán demostrar que "realmente escapan de una guerra" y ante la amenaza de ser deportados no a Siria, al seguir en guerra, pero si a Turquía donde muchos son perseguidos.

"Son toda una sociedad, con perfiles muy variados, desde peones a gente con formación académica, muchos de ellos se quedaron confiando en que la Unión Europea defendería los derechos humanos y ahora se encuentran desamparados", reconoce Vence en una petición urgente de ayuda. Describe también la realidad que afrontan los heridos graves que aguardan por un visado sanitario que les pueda salvar la vida y para los que la espera en estos campos puede ser su sentencia a muerte.