-¿Está superado el estereotipo de asilo cuando se habla de una residencia para mayores?
-Todavía no. Aquí hay una señora que aún le da vergüenza ir a algunos sitios y decir que está en una residencia. No quiere pasar por ese momento sola y sin la familia, así me lo manifestó ella. También te digo que afortunadamente cada vez está más alejado ese concepto de las residencias actuales, pero sigue habiendo ese puntito de sentimiento de abandono que es una pena, la verdad, porque nada más lejos de la realidad.
-En general ¿cómo se portan las familias de los residentes una vez que ingresan en el centro?
-Los usuarios con un alto grado de dependencia no son muy conscientes de si les vienen a ver o no. A los otros se les nota, sobre todo, cuando organizamos fiestas de cualquier tipo, a las que están invitadas absolutamente todas las familias. Algunos vienen y otros no, entonces notas esa tristeza cuando comprueban que no les vino el hijo o el nieto y ven que a los demás sí. El día a día es mucho más tranquilo en este aspecto.
-¿Considera que tiene un trabajo que puede ser agotador?
-Yo no. Quizás más las gerocultoras porque llevan más el peso de acostar o bañar. Yo me suelo ir contenta para casa y nunca cansada, aunque hay días mejores que otros. El trabajo no me agota. Al contrario, me llena mucho. Ahora tengo un reto con un chico de 44 años que vino con su madre, al que intento involucrarlo más en las actividades. Además, vienen de otra residencia y con unos horarios distintos a los nuestros.
-¿Qué tal está resultando la idea de contar con voluntarios?
-Siempre tuvimos voluntarios, y son unos grandes colaboradores porque están muy motivados. La gente mayor coge cariño muy rápido y eso se nota con estos chicos porque tenemos voluntarios que repiten. Hacen una labor muy importante con nuestros mayores porque ellos están encantados. Se ayudan mútuamente y se dan cariño unos a otros siempre.
