Le pusieron Joanna en honor a la actriz norteamericana Joanne Woodward, esposa del también actor Paul Newman, y a la que admira su padre. De trato afable, Botana disfruta tanto de su trabajo que viéndola rodeada de mayores se podría decir que forma parte de sus vidas. Cada jornada, en el Centro de Día de la Residencia das Dores de Lalín, se encarga de arrancarles una sonrisa a unos residentes encandilados con sus comentarios.

-¿Siempre tuvo claro que lo suyo era trabajar con mayores? ¿De dónde le viene la vocación?

-Siempre lo supe, porque yo soy hija única y estuve toda mi vida rodeada de personas mayores como mis abuelos o unos vecinos que eran como de la familia. Me relacioné mucho con ellos, jugábamos a las cartas, y estuve muy unida a todos ellos. Descubrí la carrera de Educación Social cuando estaba haciendo un ciclo superior para hacer enfermería. Cambié rotundamente mis planes, y me fui de cabeza a la especialidad de mayores. Acabé la carrera, me llamaron de As Dores, hice las prácticas y se quedaron conmigo, y si siguen contentos conmigo no tengo pensado cambiar porque estoy a gusto.

-¿En qué consiste su trabajo diario con los mayores? ¿Cuánta paciencia hay que tener para tratar con los usuarios de la residencia?

-Realizo distintas actividades con los residentes del centro, tanto terapéuticas como lúdicas para mayores válidos e incluso con los dependientes. Las personas que están aquí se encuentran en el final de su vida, y por eso tenemos que estar personas como yo y el resto de la gente que trabaja aquí para le hagan lo más ameno posible esta última etapa. Tiene que haber gente que los hagan reír, llorar también cuando se quieren desahogar, divertirse, jugar, escribir, hacer deporte y otras cosas. Muchos de los usuarios nunca hicieron antes cosas así porque se dedicaron siempre a trabajar. Lo mismo sucede con las valoraciones que les hago sobre su formación escolar, y casi ninguno fue, y los que fueron lo hicieron durante poco tiempo. Nosotros les mostramos un mundo nuevo para ellos, que les gusta, porque se nota como cada vez se involucran más en las actividades que les proponemos en la residencia.

-¿Recuerda el momento más satisfactoria desde que lleva trabajando en la residencia lalinense?

-Fue con una señora y pasó no hace mucho. Era una mujer totalmente reacia a participar en actividades, a relacionarse con el resto de la gente, incluso para firmar los papeles que necesitaba. Al final, conseguí que participara y que abandonara el aislamiento en el que se había metido. El peor momento es, sin embargo, cuando alguno de ellos fallece.

-¿Se acostumbra uno a ello?

-Terminas acostumbrándote. Es ley de vida, y es duro decirlo. El primero te duele, pero después te vas acostumbrando porque sería un trabajo muy duro de llevar. Cuando hay alguien que me lo comenta les digo que sería peor trabajar, por ejemplo, en una guardería y que te enfermen los niños de gravedad o te mueran. Aquí, debemos de asimilar todos muy bien dónde estamos y que estamos con gente que se encuentran en la recta final de sus respectivas vidas.

-¿Se nota si un residente ha estado solo en su vida o, por el contrario, fueron personas felices junto a sus familias?

-Hay de todo, la verdad. Es imposible de ocultar. Se les nota en la mirada, en los gestos y, al final cuando tienen confianza contigo, te lo terminan contando. Por otro lado, en esta residencia somos como una pequeña familia, y al final se ven acompañados porque nosotros le damos mucho cariño, los cuidamos como si fuesen parte de nuestra familia, pasamos muchas horas con ellos, y ellos siempre te lo agradecen. Insisto en que es importante que en los últimos momentos de su vida se sientan acompañados. También hay gente que tiene familia y que los vienen a ver cuando pueden porque lo de compaginar el trabajo con ello no es siempre fácil. Hay familias que se involucran con ellos, e incluso los hay que vienen a verlos casi todos los días para no perder el contacto.