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Dezanos sobresalientes · (XXXV)

Doña Aragonta, una reina dezana

Hija de los Condes de Deza, fue regente de León y después de ser repudiada se retiró a un monasterio de Salceda de Caselas

Miniatura medieval que representa al Rey Ordoño II de León. // A.V.N

No es cosa de todos los días el tropezar en la historia con una reina nacida en la comarca de Deza. Esto sucedió en el reinado de Ordoño II de León. A la abdicación de Alfonso III, rey de Asturias, repartió su reino entre sus tres hijos, correspondiendo a García el reino de León, a Fruela el de Asturias y a Ordoño el de Galicia. Es natural que Ordoño durante su estancia en Galicia, conociera y tratara a damas gallegas dignas de ser reinas. En Galicia se casó con doña Elvira, nieta del conde gallego don Gotón, con la que compartió el reino de León a la muerte de su hermano don García. A finales del año 921, cuando regresaba a Zamora, después de llevar sus correrías contra los moros a la misma Córdoba, encontró muerta a su esposa, a quien amaba mucho y de quien tenía cuatro hijos y una hija: Alfonso, Sancho, Ramiro, García y Jimena.

Para compensar tan irreparable pérdida, decidió contraer segundas nupcias, volviendo a Galicia a buscar a su segunda esposa Aragonta, hija de los Condes de Deza, don Gonzalo Betotiz y doña Teresa Eriz, fundadores de los monasterios de Carboeiro y Camanzo, eran de los más ilustres de Galicia y emparentados con la familia de San Rosendo; los cuales pusieron todo su cuidado en educarla en la virtud y la piedad, alcanzando una formación humana y religiosa muy superior a la mayoría de las damas de su tiempo. Cuenta el Sampiro en su Cronicón: D. Ordoño II, escolleu outra muller, nativa de Galicia, Aragonta de nome, que despoís foi despreciada por él, porque non lle agradaba, aunque logo fixo digna penitencia.

Las bodas se realizaron en el año 922, compartiendo con el rey, la gloria y el esplendor del trono de León. A penas había trascurrido un año, Ordoño II, hombre muy veleidoso, ya no encontraba en su esposa los atractivos que en un principio había descubierto en ella. De la frialdad pasó al olvido y al desprecio y Aragonta pronto se vio abandonada por su esposo, pero no se alteró y ningún abatimiento sintió por su desgracia.

A tanto llego su desprecio que al cabo de un año Ordoño, se casó con Sancha de Pamplona, hija de Sancho Garcés I de Pamplona, ey de Navarra, los motivos que tuvo para proceder así, debieron ser más bien de carácter político que de otra especie. Ordoño necesitaba de la ayuda del Rey de Navarra para vengarse de los condes de Castilla y estimó que de ninguna manera podría asegurarse mejor la adhesión del rey navarro, que uniéndose maritalmente con su hija. Pero poco tiempo gozó de esta ilícita unión, pues en el año 924 le sorprendió la muerte. Fue sepultado en la girola de la catedral de León tras el altar mayor. Parece ser, según antiguos escritores, que antes se arrepintió de su mal hecho. Así lo afirma el Arzobispo Rodrigo, Lucas de Tui y el P. Flórez.

Aragonta, en la que siempre perduró el cariño y la estima hacia su marido Ordoño II, viéndose abandonada, no se indignó ni concibió odio hacia su esposo, trató de buscar un esposo más fiel y decidió retirarse a un monasterio en el hermoso lugar de Saliceta, hoy Salceda de Caselas, muy cerca de Tui, para dedicarse de lleno al servicio de Nuestro Señor, llevando una vida santa. Como heredera de cuantiosas posesiones, recibidas de sus padres, además de la dote por su casamiento, procuró que no tuviese falta de ninguna cosa, dotando convenientemente el monasterio.

También hizo donaciones a los monasterios de Carboeiro, San Lorenzo de Nogueira (Meis), Piloño, Lantaño, Pesegueiro, Camanzo, Celanova e Vilanova da Condesa; todos fundados por gentes de su familia. Al monasterio de San Lourenzo de Carboeiro, que acababan de fundar sus padres, le dio el lugar de Adanario, que había recibido del rey de Galicia don Sancho en cambio de algunas granjas que constituían parte de la dote que le había señalado Ordoño II, según costumbre de aquellos tiempos. En el año 964, en compañía de su hermano, el Conde Pelayo de Deza, dejó cinco partes de las 10 salinas que, sin su permiso, habían hecho en los alrededores de la Lanzada, a los habitantes de aquellas tierras.

Vivió hasta edad muy avanzada en aquel retiro y pocos años después del suceso de las salinas cayó gravemente enferma y la piadosa reina temerosa de un trance fatal, quiso tener a su lado a su sobrino San Rosendo. Cuenta el P. Yepes, al relatar la vida de San Rosendo que cuando su prima Aragonta estaba para morir, quiso que el venerable monje la asistiera en su paso hacia la eternidad y mandó a buscarlo a su convento de Celanova. Pero en el camino tuvo el santo, según también relata el cronista, la revelación de que su tía ya había fallecido y que su alma iba camino del cielo, acompañada de ángeles, por lo que, desde Sande, regresó a su santa casa. Así terminó santamente la que había llevado una vida santa.

Su muerte, por tanto, debió acontecer cerca del año 977, año en que murió San Rosendo, pues el autor de la vida de este santo inmediatamente después de referir la muerte de Aragonta, cuanta la muerte del ilustre obispo. La reina doña Aragonta fue sepultada en el mismo monasterio de Salceda de Caselas, por ella fundado. Dice López Ferreiro que su sepulcro se conservó mucho tiempo.

Los únicos vestigios que se conservaron del monasterio de Salceda, según López Ferreiro, es el nombre de Porta da Raiña como se llama la del lado norte de la iglesia parroquial de Santa María de Salceda, edificada en el año 1717 y un campo al lado que llaman O Mosteiro.

Para escribir de esta olvidada reina, del siglo X, hay que echar mano de muchos y variados documentos, unos de donaciones a monasterios, otros del Cronicón de Sampiro y de la "Vida de San Rosendo". Otras fuentes: Galicia Diplomática, año IV, nº 12. Enero de 1889 y Memorias de las Reynas Catholicas por el Padre Florez de la Orden de San Agustín.

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