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El convento dúplice de Ansemil

Es uno de los ejemplos de monasterios mixtos, por albergar a hombres y mujeres, que proliferaron durante la Alta Edad Media

Iglesia y capilla de Ansemil. // Perfecto Pereiro

Esta forma de vida cristiana, que busca un nuevo camino hacia la santidad, aparece a fines del siglo III d.C. en Egipto. En los siglos siguientes se fue extendiendo por toda Europa con gran éxito. Personas de todas las clases sociales, siguiendo un impulso vocacional acudieron a esta llamada de vida retirada, pero ya en comunidad, dando lugar a la aparición de cenobios o conventos. En el siglo V la forma de vida conventual llega a la Península (España) y se extiende durante el reino visigodo de Toledo, arraigando de manera especial en algunas zonas, como es el caso de Galicia y el Bierzo.

La iglesia intentó organizar la vida monástica mediante reglas. San Isidoro, obispo de Sevilla, escribió la llamada la Regula Isidori y San Fructuoso, obispo de Braga, la Regula Fructuosi. En el siglo VII aparece la Regula Communis (Regla común) que regirá durante muchos años la vida monacal de las comunidades de monjes y monjas en buena parte de la Península Ibérica. Hoy en día, los monasterios o conventos son masculinos o femeninos. Los monjes o monjas viven cada uno en su convento y están sometidos a la Regla común, propia de cada institución. Pero la vida monástica no siempre fue así.

En la Alta Edad Media existieron los llamados conventos dúplices o conventos mixtos en los que, bajo los mismos muros y la misma regla, habitaban tanto monjes (hombres) como monjas (mujeres). En España, en los siglos VI y VII, hubo una gran proliferación de estos conventos. Y en Galicia, esta peculiar forma de vida religiosa, en la que religiosos de ambos sexos vivían en una sola comunidad, tuvo una gran aceptación. Con el paso de los años los monasterios dúplices se convirtieron en una institución que albergaba, con lugares comunes, una zona del recinto para monjes y otro para monjas, pero bajo una misma autoridad. En la historia del cristianismo, un monasterio dúplice era, pues, una comunidad única en la que había miembros de los dos sexos, sometida a una sola regla, gobernada por una única autoridad y teniendo un solo presupuesto. Como norma general el monasterio estaba dirigido por un abad, pero hubo algunos dirigidos por una abadesa.

A lo largo de la Edad Media a los conventos llegaba gente con vocación religiosa y otros lo hacían porque así garantizaban su seguridad y además era una huída del hambre y de la miseria de la época. Era una forma de vida diferente, con ciertas privaciones, austera y disciplinada, pero segura. A estos conventos llegaban -no siempre voluntariamente- mujeres jóvenes de sangre noble, mujeres pobres, muchas viudas y también mujeres solteras que no podían acceder al matrimonio por falta de atractivo físico, de dote o de pretendientes. Los hombres llegaban también por vocación, por necesidad o por ser segundones de familias nobles. Su presencia en estos monasterios dúplices tenía una función de tutela, regulada en el año 619 por el Concilio Hispalense II, con una doble misión: Protección material y dirección espiritual de las monjas. Con su presencia y fortaleza física, debían convertirse en defensores de las monjas, colaborar para obtener medios materiales para subsistir y ser mano de obra para los trabajos físicos en ciertas labores del monasterio. Por otro lado, estaba la función de dirección espiritual, ya que el sacerdocio estaba reservado a los hombres. Los monjes además de la celebración de la Eucaristía, administraban los sacramentos, eran los confesores de las monjas y sus directores espirituales. Las dos comunidades compartían las tierras o posesiones, los bienes materiales y los ingresos provenientes de limosnas y donaciones, formando una sola unidad monástica.

La organización de la vida diaria estaba pensada para que ambas comunidades dentro del mismo edificio estuviesen relativamente separadas. Vivían en el mismo recinto, compartiendo una iglesia común para los oficios litúrgicos, unos servicios comunes (cocina, almacenes, despensas y huertos) y un superior. Sin embargo tenían horarios propios y diferenciados, trabajos propios y habitaciones separadas. En los lugares comunes, iglesia o sala capitular, cada grupo tenía su zona diferenciada. En algunos casos hubo edificios diferentes y una iglesia en común, alternándose ambas comunidades en las horas del rezo de las horas canónicas. En cuanto a los dormitorios, no sólo se ordenaba que estuvieran separados sino bien lejos los unos de los otros, lo que resultaba difícil en un convento pequeño.

A modo de ejemplo, cito unas normas de la Regula Communis por las que se regían estos monasterios: "Si monjes y monjas se reúnen en una misma celebración, para escuchar la palabra de salvación, no se sentarán las monjas junto a los varones, antes bien ambos sexos estarán divididos en coros distintos. Ningún abad o monje se atreverá en absoluto, sin autorización de los superiores, a dar un beso a un mayor ni volver la cabeza al coro de monjas, ni mujer alguna intentará poner las manos en la cabeza o en la túnica para estirarla. Y si algún monje procedente de lejos o de su propio monasterio enfermase, no tratará de acostarse en el monasterio de monjas, no vaya a quedar aliviado en el cuerpo y enfermo en el espíritu".

Abusos y relaciones

Este tipo de convivencia llevó a los miembros de ambos sexos a la comisión de faltas graves contra la Regla, de pecados contra la castidad y de excesos varios por los que fueron advertidos por la jerarquía eclesiástica. Los problemas se acrecentaron al trascender estos hechos a la sociedad, con lo cual las mujeres nobles dejaban de acudir a los conventos. La admisión de todo tipo de mujeres, siempre y cuando se mostrasen verdaderamente arrepentidas de sus pecados, aumentó los problemas. Tras detectarse abusos y casos de relaciones físicas escandalosas entre monjes y monjas, hubo nuevas medidas en las reglas que obligaban a crear instalaciones dobles y completamente separadas. Solo podían compartir la sala capitular y la iglesia y dentro de ellas debían sentarse separados. En algunos casos se colocaron pantallas en la iglesia para evitar miradas, contactos y se llegó a usar una especie de torno para recibir la comunión y así evitar cualquier contacto con el celebrante.

En el siglo VIII, el II Concilio de Nicea condena la construcción de este tipo de monasterios, pero se permite la pervivencia de los ya existentes, sujetos a reglas estrictas y con ambas comunidades separadas. Sin embargo, las denuncias de malas conductas, inobservancia del celibato, expulsiones de monjas embarazadas, ocultaciones y "desapariciones" de niños recién nacidos y otros engaños de todo tipo se sucedían en algunos de estos lugares. La penitencia, la expulsión o los castigos ejemplares no eran eficaces.

En el siglo XII el II Concilio de Letrán supone el final de los monasterios dúplices, que o bien desaparecen o se convierten en monasterios simples de monjas. En el siglo XIII aparecen dos nuevas órdenes religiosas, que se asientan en las ciudades y atraen a mucha gente. Son las órdenes mendicantes que crean un nuevo tipo de convento: los conventos femeninos adscritos a una congregación religiosa masculina, caso de las clarisas a los franciscanos, que perviven en nuestros días.

Entre los cerca de 200 monasterios dúplices catalogados en España cabe citar, como los más importantes, el Monasterio de Compludo, en el Bierzo, fundado por San Fructuoso; el de San Millán de la Cogolla, en La Rioja; el de Santa María la Real, de Aguilar de Campoo (Palencia); o el de San Salvador de Oña, en la provincia de Burgos. En Galicia y en concreto en la zona de Trasdeza, en el ayuntamiento de Silleda, ha de citarse la existencia del monasterio dúplice de San Pedro de Ansemil. Fundado hacia el año 972, en una zona muy próxima al monasterio de Carboeiro, fue reconstruido más tarde y acogió bajo los mismos muros a dos comunidades de hombres y mujeres.

En torno a los siglos XIII-XIV, perdió la condición de monasterio "dúplice" y su comunidad quedó integrada sólo por monjas. A finales del siglo XV entró en una etapa de decadencia y sin comunidad alguna. El título de la última abadesa lo detentaba una mujer noble, de nombre Dª Isabel de Ulloa. En el año 1499 este pequeño convento fue anexionado al monasterio compostelano de San Paio de Antealtares de Santiago.

Hoy en día, de dicho convento solamente se conserva el magnífico conjunto arquitectónico medieval, formado por la iglesia y la capilla, no quedando resto alguno de las demás dependencias. La pequeña iglesia convertida en parroquia, pertenece al románico inicial propio de los siglos IX y X. Tiene planta basilical, tres naves, tres ábsides rectangulares y tres tramos, siendo el central doble de ancho y separados por gruesos pilares de sección rectangular. Adosada a la iglesia existe la magnífica capilla señorial de los Deza, joya del estilo gótico, dedicada a Santa Ana y erigida en 1341 para albergar el sarcófago del caballero Diego Gómez de Deza.

*Historiador y catedrático de instituto silledense afincado en Santander

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