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Miguel Ángel Fernández Vilariño: "Muchas veces te toca hacer de trabajador social con el que está fuera de la cama"

"La mayoría de los enfermos son católicos que piden confesión o comulgar, lo que no hay en otras religiones"

El sacerdote lalinense Miguel Ángel Fernández posa en su despacho del Hospital Xeral de Lugo.

Campechano es la palabra que mejor podría definir a este joven sacerdote lalinense que ejerce sus funciones, además de en parroquias del rural lucense, en el Hospital Xeral de la ciudad bimilenaria. Miguel Ángel Fernández Vilariño es transparente y habla como un libro abierto de lo que le gusta y, también, de lo que menos gracia le puede hacer trabajando en un lugar que todos queremos visitar lo menos posible. Tiene vocación y se le nota y, aunque pasa buena parte del año lejos de su tierra natal, procura acercarse al menos una vez a la semana a Lalín para no perder le vínculo que le une a ella.

-¿Cómo llegó a ser capellán del Hospital Xeral de Lugo?

-Estuve como de prácticas estuve una década en una parroquia de la ciudad de Lugo con un señor mayor que ya falleció y que compaginaba durante el primer año con mi trabajo en el hospital. Iba voluntario todas las mañanas y hacía un turno de ocho a tres como todo el personal del centro sanitario. Cuando me ordené cura empecé a hacer sustituciones de vacaciones en el hospital y lo compaginé con la parroquia. En el hospital se jubiló el capellán titular y fue cuando me quedé yo al frente. Ahora somos cuatro compañeros y uno de ellos, Adrio, también es de Lalín. También hay un tal José Antonio, de Melide, que tiene hermanos en Lalín.

-¿En qué consiste hoy en día la labor de un capellán en un complejo hospitalario como el lucense?

-Lo fundamental es visitar las habitaciones de los distintos internos del hospital. No sólo se trata de atender el tema espiritual porque muchas veces te toca hacer de psicólogo o de trabajador social. La gente mayor va para allí sin medios, a veces, lo que más necesita es acompañamiento pero incluso aún más el que está fuera de la cama porque es el que se come la cabeza o el que no asume la enfermedad de su familiar. Hay mucho miedo a dar noticias y se trata de una situación siempre complicada.

-¿Es bien recibido un sacerdote en un hospital hoy en día?

-En Lugo tenemos la suerte de contar con un gran ambiente en general. El personal suele ser muy respetuoso con los enfermos y hay muy buen "feeling" con ellos. Muchas veces vas por los pasillos y te dicen los propios sanitarios que te acerques a la habitación de un enfermo porque está solo o se encuentra moribundo. Es algo fundamental que sea así y me consta que en otros hospitales de Galicia hay de todo. En cambio, en Lugo mantenemos la herencia de los que nos precedieron en el puesto porque siempre tuvieron muy buen trato con la gente. Es bueno que sepan que estás ahí para cualquier cosa que te pidan.

-¿Es partidario que los centros hospitalarios cuenten con servicios religiosos de todo tipo y no sólo católico o cristiano?

-En Lugo contamos con un local de culto multiconfesional y está abierto para el que lo quiera utilizar. En la sociedad actual es necesario tener un sitio porque cada uno tiene su religión y su espiritualidad personal. En Galicia, y más aún en el rural, la inmensa mayoría son católicos y cuando están allí piden ser confesados o recibir la comunión y eso en las otras religiones no lo tienen, claro.

-Existe la creencia popular de que incluso los ateos cuando les llega la hora tienen un ramalazo espiritual. ¿Presenció alguna conversión de última hora en Lugo?

-La vida da muchas vueltas. Me acuerdo de una anécdota aún siendo voluntario en el hospital y antes de ser cura. Había un hombre de mediana edad que tuvo una vida muy ajetreada, que se murió en el hospital. Estuvo medio año internado con nosotros muy grave pero dándose cuenta de que cada vez le quedaba menos para fallecer. Una de las frases que decía y que yo siempre le oía era que tuvo que pasar "todo lo otro" para darse cuenta de lo que realmente era importante en su vida. Fue una anécdota que se nos quedó grabada a todos los que tuvimos la ocasión de vivirla.

-¿Cuál fue su mejor momento como trabajador del hospital?

-Yo siempre digo que mis mejores momentos en el hospital los tengo con la gente de casa. Todos son muy afables y contamos con un ambiente muy cordial entre nosotros. Hablamos mucho y tomamos el café juntos cada día, en lo que es un ambiente de trabajo excelente, diría yo. Durante las guardias de 24 horas hay muchos momentos buenos porque allí dentro a ti te tratan como uno más de casa, y eso vale mucho para trabajar porque lo haces a gusto y no te sientes como un estorbo dentro del hospital.

-Supongo que su labor sacerdotal como capellán de hospital es mucho más cercana que la que realiza, por ejemplo, en el púlpito de cualquiera de sus parroquias.

-Sin duda alguna. Aquí el contacto tanto con el enfermo como con la familia es más estrecho que en la iglesia, por supuesto. También se ha dado el caso de que el enfermo dé la vuelta a la tortilla porque puede pedir que venga el cura y, a lo mejor, la familia es reacia a ello. El enfermo rompe así el hielo explicando que sólo quiere hablar conmigo porque está preocupado porque quiere confesarse después de mucho tiempo sin hacerlo.

-¿Se le ha resistido algún paciente?

-Algunas veces sucede, claro. Yo digo en broma en alguna ocasión que, a veces, los peores somos los propios curas. Porque tienes que administrar la extremaunción, que sólo es un sacramento, pero que tiene muy mala fama entre las familias porque piensan que se van a morir enseguida y no es así, claro.

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