La psicóloga Begoña Villaverde, del Centro del Pie de A Estrada, volvió ayer a informar sobre la enfermedad del cáncer en la villa. En esta ocasión se trataba del cáncer infantil, una enfermedad que constituye tan sólo el 2% de las enfermedades malignas y sin embargo es la segunda causa de muerte en la infancia. Afortunadamente, los avances médicos han permitido que la supervivencia aumente de manera exponencial a la incidencia de tal manera que se calcula que actualmente uno de cada 2.000 adultos es superviviente de un cáncer infantil.

Durante la jornada informativa, que se celebró en la sala NovaGalicia Banco, Villaverde habló de este tipo de enfermedad desde dos puntos de vista. Por un lado el del niño que padece una enfermedad oncológica y por otro el del niño que tiene un pariente cercano con cáncer. Ambas situaciones afectan a los menores y tienen un impacto importante en la vida cotidiana y emocional, por lo tanto, en su desarrollo. Destacó que un niño que pierde a uno de sus progenitores puede no desarrollar ninguna patología en ese momento, pero sí un par de años más tarde.

La enfermedad supone un fuerte impacto psicológico, emocional y social tanto en el niño como en el entorno que le rodea. Por ejemplo en sus rutinas diarias, en su cotidianidad, ya que no va a girar en torno a sus amigos, colegio y actividades; sino en el ambiente hospitalario. Las reacciones psicológicas que padece un niño con cáncer se centran en la ansiedad, el miedo a procedimientos dolorosos, la culpa cuando se interpreta la dolencia como un castigo derivado de sus actos, disminución de autoestima e impotencia. Por ello, la naturalidad es el principal comportamiento que se debe adoptar ante estas situaciones, omitiendo lo menos posible todo lo relacionado con ella.

Por otra parte, Villaverde aseguró que un niño que cuenta con un familiar que padece cáncer debe ser informado cuanto antes de lo que ocurre porque ellos perciben los pequeños cambios. A la hora de explicárselo hay que responder honestamente a sus dudas siempre diciendo que no sabemos, antes que mentirle. Al niño se le hablará con palabras sencillas, claras y frases breves y lo mejor es informar a la escuela para que su vida tenga los menores cambios posibles. Ante la pérdida de un ser querido matizó que los niños no deben acudir al entierro antes de los 9 años.

Antes de los 18 meses. El niño no es consciente de su enfermedad y sólo responde al malestar físico, el dolor, la separación de los padres y la presencia de personas extrañas.

Entre los 18 meses y los 5 años. Reconoce diferentes partes del cuerpo, lo que va a facilitar que entienda qué parte de su cuerpo está afectada por la enfermedad El niño se da cuenta de que algo malo ocurre pero que está causado por factores externos.

De 6 a 13 años. Ya sabe que existen factores externos que causan la enfermedad, precisamente por el mal funcionamiento de un órgano. Tienen un gran temor a la mutilación.

A partir de los 13 años. Se desarrolla un concepto maduro de la enfermedad y la muerte como algo irreversible y permanente.