En dicha parroquia, en el Castro, existe una capilla-santuario, que según el Catastro de Ensenada, estaba dedicada a San Roque y donde el rey tenía una dehesa, cuyo culto se perdió y probablemente a partir del siglo XVIII, se empieza a practicar el culto a Nuestra Señora de Montserrat. Pero este no se legalizó canónicamente hasta el 5 de septiembre de 1882, siendo cura párroco el ilustre Laureano Guitián Rubinos, por medio de carta firmada por Ramiro Rondallano del Real Monasterio de Montserrat y en virtud del cual, por concesión y diploma del Ilmo. y Rvdo. Padre Abad del Monasterio de Montserrat, fue agregada la capilla santuario de Donramiro, a la Pontificia y Real Cofradía de Nuestra Señora de Montserrat, erigida en el antiquísimo santuario de ese nombre que se venera en las montañas de Cataluña, haciendo participe a los fieles que se inscriban en la cofradía de todas las gracias y privilegios otorgados por la Silla Apostólica al primitivo Santuario. Se procurará al ser admitido en la cofradía recibir los Santos Sacramentos para poder ganar la indulgencia plenaria, concedida al nuevo Cofrade por el Pontífice Pablo V.

La cofradía se constituyó en el año 1886, cuyas reglas fueron aprobadas el mismo año por el obispo de Lugo Fray Gregorio María Aguirre García. No se exigía ningún requisito para ingresar como cofrade, sino que era suficiente con solicitarlo. Los cofrades tenían que pagar anualmente para ayuda del culto "medio real". Al organizarse la cofradía ingresaron 350 cofrades, permaneciendo así hasta 1910, llegando a estar inscritos unos 2.300, empezó a languidecer a partir de los años 60, no existiendo ningún cofrade en la actualidad.

Todos los años en el domingo siguiente al 8 de septiembre, se celebra en el santuario, una solemne función a la Virgen de Montserrat, acudiendo de todas las parroquias del contorno, multitud de personas a tributar culto y ofrecer sus limosnas a tan milagrosa santa. Los festejos populares tienen lugar durante tres días, sábado, domingo y lunes, siendo precedidos de una piadosa novena, después de la cual y en cada uno de los nueve días, se celebra el Santo Sacrificio de la Misa, que se aplica por todos los cofrades vivos y difuntos. Este Santuario no cuenta con otras rentas ni fondos más que el "medio real" que pagaban los cofrades y las limosnas que la caridad de los fieles deposita a los pies de la Virgen, para sufragar los gastos del culto y las mejoras del santuario. Aparte de los exvotos, hay muchos donativos especialmente carnes de cerdo y cereales (trigo y maíz), cuyos productos son subastados el lunes, después de la misa solemne, y con lo que se obtenía, era costumbre que el párroco sufragase los gastos de una banda de música y el fuego, pues el resto de los festejos corrían por cuenta de los vecinos de la parroquia. Era corriente que muchos devotos por penitencia diesen vueltas de rodillas alrededor del santuario. Coincidiendo con las funciones religiosas, se celebran las fiestas profanas, constituyendo unas de las más típicas de la zona.

A esta romería era costumbre el que concurrieran la casi totalidad de las familias de la comarca con sus cestas provistas a fin de comer en la hermosa robleda que circunda el santuario, siendo de destacar la hermandad y alegría que presidia el festejo y también las atenciones por parte de los vecinos. Los lalineses consideran estas fiestas como si fuesen las suyas propias y allí se trasladan durante los días de las mismas.

En los primeros tiempos del culto existía una imagen barroca tallada en piedra, la cual en el día de la función era sacada procesionalmente, pero debido a su peso fue sustituida por otra que hoy es la que ocupa el altar en su capilla, luciendo una hermosa cabellera. En el año 1927, para conmemorar que María Fernández, viuda de Manuel González, cumplía cien años, su hijo Guillermo González Fernández, comerciante establecido en Argentina, regaló una soberbia imagen de Nuestra Señora de Montserrat, que ahora está en el altar lateral izquierdo de la iglesia parroquial y que todos los años el domingo de la fiesta es llevada en procesión a la capilla y se devuelve también en procesión a la iglesia el ultimo día de la novena -martes-, donde permanece todo el año. El día de la bendición de la nueva imagen, se celebró una gran fiesta. Guillermo no pudo asistir, asuntos urgentísimos le retuvieron en Buenos Aires, de donde se recibieron cuatro cablegramas de felicitación. La espléndida imagen estaba guardada en el domicilio de su madre, María Fernández, de donde salió en procesión en medio de un inmenso gentío hacia la capilla. Presidía la ceremonia el párroco de Lalín, José María López Castro, los sacerdotes Ramón Aller Ulloa, Jesús Temes Bolaño, que había sido ecónomo de Lalín, y párroco de Donis (Asturias), íntimo de la familia, que hizo el viaje con este objeto, el padre Jerónimo, superior benedictino de Monforte, el abogado Domingo Pablo Palmaz y sus hijos y nietos. Una vez en la capilla, hubo una misa solemne y se bendijo la imagen. La ofició Jesús Temes Bolaño, asistido por Ramón Aller y Nicolás López Ares, predicó el padre Jerónimo, que pronunció una esplendida homilía. La Banda de la Gesta amenizó la fiesta y hubo gran disparo de bombas. Ahora sigue siendo una de las romerías más tradicionales de toda la comarca, por el gran número de devotos que congrega y por las grandes fiestas profanas, en las que reina la camaradería

Pelea en la romería

Según cuenta el periódico El Correo de Lugo, del 19 de septiembre de 1900, entre los paisanos de las parroquias de Donramiro, Villanueva y Moneijas, se liberó una verdadera lucha campal en la romería. Cuando los mozos de Vilanova y Moneixas se retiraban para sus casas, fueron insultados por los de Donramiro, con disparos de armas de fuego, acaso para demostrarles el valor y arrojo que aun conservan de las guerras de Cuba y Filipinas. Los otros que también supieron desmostar su heroísmo en ambas colonias les contestaron con la voz de ¡Abajo valientes!, porque aquellos ocupaban mejores posiciones que estos. Por fin los de Vilanova y Moneixas cansados de esperar a que bajasen los de Donramiro, decidieron ir al campamento de aquellos para desalojarlos de él. La empeñada lucha que entonces se trabó entre unos y otros fue terrible. Pistolas, palos y navajas salieron allí a relucir y los de Donramiro, viendo que las cosas seguían a mayores, emprendieron la retirada abandonando en el campo dos heridos. Estos se llamaban Benito Ferradás Blanco y Emilio González. El primero recibió un balazo en la espalda y el segundo otro en el vientre. Ambas heridas fueron calificadas de graves por los facultativos que los reconocieron. Del hecho se dio conocimiento al Juzgado instructor de Lalín.