Hablar de la Rapa das Bestas es hablar de Sabucedo. Cierto es que la de A Estrada no es la única fiesta de estas características que se celebra en Galicia pero también lo es que la proyección de la celebración estradense ha sabido ganar suficiente fortaleza con el paso de los años como para pulverizar fronteras hasta ser reconocida a escala internacional. La Rapa, que ahora emprende el camino para profundizar en sus raíces, ha ido mudando y creciendo a lo largo de décadas, reiventándose sin perder su esencia, creciendo como lo hace el potro llamado a convertirse en poderoso garañón.

Repasar imágenes antiguas de la Rapa das Bestas que Sabucedo organiza cada primer fin de semana de julio y que se remonta siglos atrás permite comprobar cómo ha ido cambiando esta celebración. Quienes la conocen por haberla vivido durante años en primera persona señalan varios cambios en el modo de celebrar la fiesta, aunque sin perder nunca de vista dos aspectos en los que radica su fortaleza: el vínculo especial entre hombre y caballo que se da en estas tierras y el hecho de que Sabucedo vela durante los 365 días del año por perpetuar un legado que ha sabido transmitirse intacto de generación en generación.

Testimonios como el de Manuel Sanmartín Obelleiro, vecino de Sabucedo y concejal de A Estrada, señalan algunos de los aspectos que han cambiado en la evolución de esta fiesta. Uno de los más recientes es la variación de la jornada elegida para subir al monte en busca de las manadas de O Santo. Ahora se apuesta por realizar la "baja" el viernes, si bien hasta hace poco el día elegido era el sábado. Cierto es que, como relata Sanmartín, hace unas décadas el primer curro de la temporada era el domingo y no el sábado por la tarde. De este modo, en la jornada sabatina el trabajo se focalizaba en el monte, reservándose las labores de corte de crines a los animales para los curros del domingo y el lunes.

Reunidas las manadas, menos numerosas que en la actualidad, los asistentes a la fiesta se congregaban en el Campo do Medio, donde hoy se encuentra el nuevo curro, para saborear un almuerzo campestre. Era un momento compartido por gente y caballos, ya que las reses también eran conducidas a este mismo entorno, dejando que bebiesen y paciesen por los alrededores después de todo el ajetreo del monte.

La Rapa das Bestas tampoco era antaño tan multitudinaria. Este estradense describe cómo acudían a la fiesta los vecinos de Sabucedo y los habitantes de las zonas próximas, como Cerdedo, Codeseda, Arca o Liripio. Los visitantes ayudaban a los lugareños en el trabajo de reunión de los caballos de O Santo, si bien la labor de aloitar en el curro se reservaba, entonces como ahora, a los vecinos de esta célebre parroquia de A Estrada.

La cesta de la comida se subía también al monte, donde las cabezas de ganado no eran tan numerosas como hoy día. Manuel Sanmartín explicó que incluso en alguna época el lobo mermó bastante el número de ejemplares y los de Sabucedo tuvieron que ingeniárselas para propiciar la recuperación de las manadas.

Algo que no cambió en todo este tiempo es la grandeza del trabajo que se realiza para reunir a los caballos, uno de los momentos más intensos y bellos de esta ancestral tradición. El hombre se adentra en el hábitat en el que estos animales viven en plena libertad, gozando de las impresionantes estampas que brindan los días claros, en los que se pueden ver las rías desde los dominios de los caballos de San Lorenzo.

También hoy muchos se suman a las labores de reunión de los caballos, una experiencia que se recomienda disfrutar en estado puro, como se hacía antaño, ascendiendo a pie al monte y disfrutando del contacto pleno con el entorno natural.

Sabucedo luchó por conseguir que su Rapa das Bestas fuese declarada como Fiesta de Interés Turístico Nacional. Lo consiguió en el año 1964, refrendando el gran interés que ya despertaba el evento desde comienzos de los 60. A medida que la expectación suscitada por esta fiesta fue creciendo, el espacio reservado al curro se fue quedando cada vez más pequeño. Se cree que el curro viejo, construido junto a la iglesia parroquial, pudo ser en sus orígenes de madera, para después construirlo en piedra. Los espectadores se subían a los muros, pero pronto fue preciso incorporar gradas, que no tenían un carácter fijo, sino que se colocaban para la celebración. Algunas fuentes calculan que el recinto, tal y como se conserva hoy día, puede tener ya un siglo de historia.

En 1997 se construyó el curro del Campo do Medio, que no tardaría en quedarse nuevamente pequeño. Pronto se comenzaron a instalar gradas para ampliar su aforo y en la edición del pasado año se logró una ampliación del graderío fijo, dotándolo de 700 nuevas plazas, buscando atender la demanda de un espectáculo que acuden a disfrutar cada año miles de personas. A ellos se suman los numerosos medios de comunicación que ofrecen cobertura informativa a la que desde 2007 es Fiesta de Interés Turístico Internacional.

La esencia de la Rapa das Bestas es algo que permanece invariable. Los de Sabucedo han hecho escuela en la labor de cortar las crines de cola y cabeza a estos caballos. El cuerpo a cuerpo que se vive en la arena del curro es aplaudido y vitoreado, ganando en espectacularidad con el paso de los años. "Hay que nacer, vivirlo desde pequeño", comenta Sanmartín Obelleiro, también aloitador en sus tiempos mozos y todavía hoy más que dispuesto a echar una mano en lo que se precise. Reconoce que el de aloitar es un momento en el que la adrenalina galopa por el torrente sanguíneo. Nunca fue de los de saltar desde arriba y confiesa que uno de los momentos de más tensión es, no tanto el instante de dominar al animal, sino el de conseguir aguantarlo mientras las hábiles tijeras le cortan las crines. Subraya la importancia de quien sujeta el rabo e indica que el secreto no está en tirar de él, sino en realizar los movimientos precisos para que el caballo pierda estabilidad.

Momentos tan importantes como la llegada de los caballos a Sabucedo protagonizan, antes y ahora, instantáneas de esta fiesta, que termina cuando el hombre despide al caballo y le observa alejarse a galope tendido para recuperar su libertad. Los dos saben que no se despiden. El suyo ha sido, es y será siempre, un hasta pronto.