Si todavía hay gente que identifica voluntariado con el trabajo desinteresado en centros para personas especiales, Diego Rodríguez es justo el ejemplo contrario. A los 9 años fue atropellado cuando acababa de bajar del bus escolar. Hoy tiene 27, y las secuelas físicas no le impiden ser el camarero del Centro Social dos Maiores de Silleda, desde diciembre de 2010.

-Es evidente su gran coraje para enfrentarse a la vida ya desde tan niño, y quienes le conocen afirman que usted no duda un instante en infundir esperanza a quien le pide un consejo. ¿Qué le aportan los mayores que acuden al centro?

-La verdad es que, cuando empecé a trabajar aquí, durante los primeros días todos tendían a sobreprotegerme y querían ayudarme en las tareas. Desde el principio, rechacé estas ayudas. Creo que, a día de hoy, las personas que tenemos algún tipo de discapacidad sí estamos integradas socialmente, gracias sobre todo a que ha cambiado mucho la sociedad. Las generaciones más jóvenes ya no tienden ni a apartarnos ni a vernos como personas desvalidas. Por eso, las personas que vienen aquí cada día me aportan de todo. Pienso seguir aquí hasta que me echen.

-¿Considera que Silleda, el concello en el que usted vive, tiene todavía muchas barreras arquitectónicas por eliminar?

-No, no lo creo. Por mi parte, no tengo ningún problema de accesibilidad a supermercados, bancos o tiendas. Lo que sí echo en falta son actividades como un grupo de teatro, al que era muy aficionado durante mi estancia en un colegio de A Coruña.

-¿Qué otras actividades le gusta practicar?

-Pude practicar vela, piragüismo y baloncesto en silla de ruedas. Me gustaba el balompié, así que mi lema es que hay muchos más partidos más allá del fútbol.