Al igual que ocurre en Prado, la N-525 siempre fue una ventaja para los negocios de los demás pueblos que cruza. Y, paradójicamente, más aún desde que la autopista encarece su peaje año tras año. La nacional a su paso por la comarca luce no solo tabernas con ultramarinos, estancos o administraciones de loterías, sino que incluso en O Castro de Dozón funciona, durante el verano, un puesto de bocadillos para los peregrinos de la Vía da Prata. La ruta jacobea tiene que ver, y mucho, con el origen del Bar Fraga, donde también funciona un ultramarinos. Camilo Fraga adquirió el local hace 30 años a un matrimonio, que regentaba "la posada de arrieros que habían heredado de la familia", explica su esposa, Milucha Otero. Por entonces, la fonda ya llevaba funcionando más de 100 años.

El ultramarinos del Bar Fraga, a diferencia de Comercial Cantón, nunca se decidió por el reparto a domicilio. A diferencia también de Comercial Amador, sus dueños prefirieron que sus hijos buscasen su salida laboral al margen del café y de la tienda. "Siempre quisimos que tuviesen su formación y que su trabajo fuese en otro lugar, debido a que aquí cada vez quedan menos vecinos", explica Milucha Otero. Pese al profundo recorte de población del municipio -solo en un año perdió a 416 personas-, esta mujer tiene claro que su negocio va a seguir funcionando a medio plazo. "Mi marido se jubiló el mes pasado y ahí me quedan siete años para hacerlo, así que de momento voy a continuar con el negocio. Después, no sé qué ocurrirá con la tienda", apunta.

Menos variedad

Preguntada por la diferencia más palpable entre un supermercado y una tienda de ultramarinos, Milucha es tajante. "La única pega que puede encontrar el cliente es que una tienda de coloniales tiene menos variedad. Creo que es lo único en lo que salen perdiendo las tiendas de pueblo", asegura.