Cronista oficial de Terra de Montes, redactor de artículos publicados en la Gran Enciclopedia Gallega y colaborador de medios escritos como FARO DE VIGO, Antonio Rodríguez Fraiz fue indudablemente un prestigioso estudioso de la historia y la cultura gallegas, a las que se entregó por completo como resultado del "yo y las circunstancias" de las que hablaba Ortega. Las suyas le vincularon al galleguismo, de la mano de nombres tan destacados como Carballo Calero, Otero Pedrayo, Filgueira Valverde, García Alén, Rodríguez Figueiredo, Prada y Suárez Picallo, entre otros. Pero el perfil más humano de su poliédrica personalidad emerge ahora a la luz de los recuerdos que José Manuel Cabada atesora desde niño.

Hijo del maestro coetáneo del cura de Campañó en esta parroquia, Cabada vivió de cerca la estrecha amistad entre su padre y el sacerdote, naturales de Sabucedo y Tomonde, respectivamente. Así fue como conoció la "gran humanidad" y la "voz potente" de un hombre que tenía "manos de artista", "mirada limpia pero escrutadora" que "imponía" pero que "en la distancia corta era muy asequible" y tenía "un gran sentido del humor". "Se reía con todo su cuerpo hasta llorar", recuerda, y sabía reírse "de sí mismo", como cuando relataba "que no sabía parar la Lambreta y estuvo dando vueltas alrededor de la alameda hasta que se quedó sin gasolina" o cuando "se le dio por ir a las corridas de toros de Pontevedra" y, como las puertas de la plaza ya estaban cerradas, aporreaba la puerta gritando: "¡Abran! Soy el capellán" para poder ver los toros... aunque la plaza carecía de capellán.

Son anécdotas que Cabada conoció de primera mano y que ya compartió con los integrantes de Amigos da Terra de Montes en la última reunión anual de la entidad en Forcarei, a principios de agosto. Entonces evocó también anécdotas de la vida pastoral de Rodríguez Fraiz. Tras vestir los hábitos en la sacristía, solía salir a la puerta de la iglesia para animar a los hombres a entrar al templo en lugar de irse a la taberna. Cada mes de mayo propiciaba entre las niñas un recital de poesía con premios ante la Virgen de Fátima. Y en la comunión, en unos tiempos de escasez muy diferentes a los de hoy, repartía desde la sacristía pan con chocolate entre los niños. Cómplice con la diversión de los más pequeños, coincidiendo con la novena de Santos, también les permitía tocar carracas e incluso andar, correr y saltar por toda la iglesia. Luego, a la salida del templo, ya en la casa del cura, comenzaba toda una noche de historias que relataba el aguardientero mientras realizaba su labor.

Cabada recuerda la atracción de Rodríguez Fraiz por la cultura gallega. "Buscaba todas las tradiciones para conocerlas, vivirlas e incorporar cualquier manifestación al acervo cultural de Galicia", recuerda. "No se perdía ninguna fiesta" sino que era fiel seguidor de las de A Nosa Señora da Grela, Santa Apolonia de Quireza, O Gaiteiro de Soutelo, Nosa Señora da Franqueira, Os Milagres de Amil, O Corpiño o la celebración en la Carballeira de San Xusto. A Rodríguez Fraíz le gustaba aprender de las personas "más cultas" pero también de "los canteiros, los aguardienteros, los viejos y los jóvenes, las tesis doctorales, las fiestas y tradiciones populares".