Un paseo por las principales localidades de la comarca permite descubrir una sinaléctica de lo más heterogénea. Salvo excepciones contadas, sobre todo en Lalín y Silleda, ningún concello parece regirse por criterios de homogeneidad a la hora de visibilizar las denominaciones de sus vías urbanas. Las placas son tan variadas que llevan a pensar que su colocación está presidida por la improvisación más absoluta, en algunos casos, o, como mínimo, por cierto desorden. Sea en los materiales –desde piedras y diferentes tipos de mármol hasta modernas aleaciones de metal o simples latas–, sea en el diseño, sea en la tipografía elegida, la uniformidad brilla por su ausencia.

La mayor parte de las ciudades se decanta por una estética uniforme en las placas que identifican sus calles, avenidas, callejones, plazas, etcétera. Puede haber diferencias puntuales o variaciones en los formatos, buscadas a propósito para distinguir unos barrios de otros, a menudo marcando las características propias de cada uno. Esto sucede sobre todo en grandes urbes, en las que sí se valoran estos detalles, que contribuyen a formar la imagen de la localidad.

Sin embargo, los sucesivos gobiernos locales parecen no dar mucha importancia al nomenclátor, al menos en las formas. Tanto es así que, en muchos casos, la estética de las placas es más que cuestionable. También es cierto que la mayor parte de los carteles de más reciente instalación suelen presentar mejor aspecto, pero ni con esas hay manera de mantener cierta coherencia.

Los concellos más poblados de la zona, Lalín y Silleda, en los que se asientan los principales núcleos urbanos, sí mantienen cierta ortodoxia. En el caso lalinense, sí ha habido uniformidad en los monolitos que nombran los viales de urbanizaciones como O Regueiriño. Por lo demás, son habituales las placas de fondo verde con el escudo del municipio en una esquina; el último ejemplo es la dedicada a la empresaria Maruja Gutiérrez en lo que antes era calle G. Son placas muy sencillas y similares a las que más abundan en Trasdeza, todavía más cutres. Desde hace décadas en las localidades de Silleda y A Bandeira se vienen instalando unas placas de lata de pequeño tamaño, también con fondo verde y el escudo municipal en una esquina.

La renovación del callejero en Trasdeza, que en su primera fase supuso la erradicación de nombres franquistas, sí conllevó la uniformidad en la nueva señalización, en las travesías principales de sus dos localidades o calles como Progreso o Ramón de Valenzuela. Fueron colocadas bajo mandato de Paula Fernández Pena y sí guardaban una uniformidad estética y respondían a una imagen moderna. Pero esta fase no tuvo continuidad en la segunda. Esta implicó rebautizar calles con nombres de letras y otras con denominaciones confusas o sin adaptar al gallego normativo. Oficialmente, los nombres de las calles D, E o G están cambiados, pero en la realidad siguen las mismas placas, en donde las había.

Aún sin entrar en el fondo de la cuestión –las denominaciones en si mismas–, merece un comentario la abundancia de nombres de letras o números, chocante para muchos visitantes que se acercan a localidades como Lalín y Silleda. Es una característica del nomenclátor dezano que a muchos foráneos les resulta difícil de entender.

Sin placas en Rodeiro

Las calles de Vila de Cruces sí cuentan, en su mayor parte, con placas identificativas. Pero no sucede lo mismo con las de Rodeiro, Agolada y Dozón. Las de estos últimos dos núcleos se cuentan con los dedos de la mano. Pero mención aparte merece la capital rodeirense, en donde no hay placa alguna. Ni siquiera la tienen calles de reciente inauguración, como la avenida dedicada al aviador Gumersindo Areán.