En una palabra: El mundo rural gallego toma conciencia de sí mismo y, desasistido de sus jefes naturales, declara la guerra al ejército francés para adoptar sus propias decisiones al margen de toda estructura militar y civil. Es un hecho revolucionario.

Los que así proceden merecen nuestro mayor respeto no solo por su patriotismo y valentía sino por su capacidad para tomar conciencia de sí mismos y enfrentarse con dignidad y sin medios armamentísticos al mejor ejército europeo de aquellos tiempos, que había perseguido y derrotado al ejército inglés, dirigido por Sir John Moore.

Los trasdezanos en edad de tomar las armas (entre 16 y 45 años) eran poco más de 5.000 entre paisanos y soldados conscriptos. A su frente estaban dos ex estudiantes de Fonseca que en su día habían formado parte del famoso Batallón Literario, dirigido en los primeros momentos por Ignacio de Andrada y Mondragón, Marqués de Santa Cruz de Ribadulla, y más tarde integrados en el cuerpo del ejército del General Blake (español de origen irlandés). Nos referimos a Benito y a Gregorio Martínez, de 29 y 26 años, respectivamente, y nacidos en la casa-pazo de Vista Alegre, de San Fiz de Margaride, hermanos del tesorero de la Junta, Manuel Ramón Martínez Pereira y Sarmiento, dueño de la citada casa. Los citados Benito y Gregorio, cuyos antepasados por tradición habían sido oficiales de caballería, se habían formado militarmente en las acciones de Durango, Espinosa de los Monteros y Balmaseda. Al ser prácticos en el país y de acreditado valor fueron nombrados capitanes de todo el ejército con dos compañías de tiradores a su disposición, cada una de 68 hombres, formadas por sus respectivos tenientes, subtenientes, sargentos 1 y 2, cabos primeros y segundos, y los restantes soldados dispersos y conscriptos.

Para administrar justicia al pueblo de Trasdeza y en todos los casos ocurrentes a la defensa del territorio que se va a emprender, ese mismo día 3 de marzo de 1809, reunidos en consejo, los trasdezanos nombran juez-corregidor a José María de Rivas y Taboada, dueño de la casa-torre de campo, en Silleda (hoy desaparecida), y de la de Sestelo, en San Miguel de Siador, como "sujeto escogido y de la mayor confianza", a quién asiste una junta gubernativa que él mismo preside y de la cual forman parte como vocales, por el estado eclesiástico Juan López Casariego y Antonio de Noboa y por el lego Manuel Antonio Covián, Manuel de Ogando y Cortés, Antonio López y Agustín Pita, más tarde sustituido por Antonio Varela Taboada. Queda designado como tesorero Manuel Ramón Martínez; actúa como secretario el escribano Pedro Antonio Gómez.

Los nombrados aceptan sus cargos y acuerdan cubrir los puentes de la jurisdicción por donde se supone que pueden entrar los franceses para destinar 2.000 soldados a Ponte Ledesma y a su frente, a Gregorio Martínez. En el puente de Taboada colocan 300 paisanos, a cuyo frente estaría el cabo primero José Ares. Al puente de Carboeiro queda destinado Francisco García, con otros 300 hombres y al puente de Pereiro, Rafael González, con 2.500 hombres. El comandante en jefe de este pequeño ejército era Benito Martínez.

Al día siguiente, a otra "reunión de gentes" celebrada en el campo de A Bandeira acuden "en masa todos los vecinos de que se compone esta jurisdicción y hombres capaces de poder tomar las armas contra el enemigo", así como "los soldados conscriptos, dispersos y cumplidos del ejército", rezan las actas de la época. A todos ellos "se les encarga den cuenta, sin perder un momento y a cualesquiera hora, de todas y cualesquiera novedad que ocurra, y al efecto se les señala por cuartel la casa llamada del Monte (hoy de la parroquia de Silleda y entonces de San Miguel de Ponte) donde habita Domingo López".

La actividad de la junta era continua. Así, el día 5 se nombran como proveedores de pan, carne y vino a Benito de Rivas y Vaamonde, de la casa de Barro, en San Miguel de Siador; a Francisco de Otero, de la feligresía de Escuadro; a Manuel Rodríguez, de la de Santa Eulalia; y a Francisco Antonio Sánchez, de San Martín de Fiestras, igualmente sujetos de su confianza. Al mismo tiempo, se alerta a las justicias de Deza, Cotos de Carboeiro, Camanzo, Piñeiro y Vilariño, "a fin de que inmediatamente se pongan en movimiento, alarmen y concurran con la misma prontitud[a Ponte Ledesma] para contener a los enemigos franceses, por donde intentan invadirnos". Idéntico oficio se pasa a los comandantes de los ejércitos de Boborás (con el mítico Cachamuíña al frente) y Baloira (A Estrada), se piden armas y municiones a Carril y Vilagarcía, "sujetos de la mayor confianza que sirvan de espías" y el control de las barcas del Ulla y el Deza.

En la mañana del 6 de marzo de 1809 una cuadrilla de Trasdeza choca con un destacamento francés, a la que puso en fuga sin mayores dificultades, "quedando dos de ellos gravemente heridos y sin desgracia alguna en los nuestros", recogen las actas del Pazo de Sestelo. Dos días más tarde Marchand, que tenía su cuartel general en Santiago de Compostela, envía otro destacamento de 100 hombres que pretende atravesar el río Ulla por Ponte Ledesma. Lo que no podían imaginar los gabachos es que allí estaba Don Gregorio, que había instalado en la orilla izquierda una compañía de tiradores y otra oculta en un pinar de la margen derecha, con lo cual los franceses fueron sorprendidos entre dos fuegos, y, tras sufrir numerosas bajas y tras ser perseguidos durante más de una legua, se retiraron a Santiago de Compostela.