"Cuando entraba en el colegio -reconocía el exconselleiro a los niños- reconozco que me embargó un ataque de nostalgia y morriña de mis 10 años, cuando cursaba estudios aquí. Se acababa de inaugurar el colegio, y yo, como tantos, veníamos de la escuela de Don Francisco en A Chanca. Recuerdo bien el pasillo que daba acceso al despacho de la directora, Lourdes Reboiras, y como cada vez que me llamaba siempre se me erizaba la piel, pensando si había hecho algo mal". Fueron la presentación de Roberto Varela en un encuentro en que el exconselleiro y diplomático -hoy director general de Cultura en Madrid-, hablando en gallego, se mostró cercano, sincero y por momentos hasta emotivo al recordar su paso por aquellas aulas: "Me da la sensación -reconocía- que mi corazón aún sigue brincando por este colegio y por su patio que, como todos los patios escolares, son siempre lugares de una felicidad enorme".

"Yo me crié aquí en Dena hablando gallego -les explicaba Varela- y cuando llegué al colegio me costaba leer y escribir en castellano, tanto que mis padres me enviaron un año a Zamora para curtirme en esa lengua. A mí eso de irme fuera para soltarme en otro idioma me marcó mucho". El exconselleiro se afanó en trasmitir a los alumnos su pasión por la literatura en edades tempranas "porque los libros que se leen en la infancia se recuerdan durante toda la vida". "De pequeño -refería- yo leía mucho, pero no libros de mi edad, porque eran de mi hermana que tenía 10 años más que yo; de hecho recuerdo que con 10, me leí 'Cien años de soledad', no lo entendía mucho, pero me gustaba". De los primeros libros que le cautivaron recomendó a los chavales la historia de amistad del "Huckleberry Finn, Mark Twain, junto con otra de sus pasiones infantiles, el "Moby-Dic" de Herman Melville "que me regalaron una vez los Reyes".

"De pequeño -confesó -, cuando cursaba estudios en este colegio, lo que yo quería de verdad era ser actor, pero mis padres nunca me dejaron". Su estancia en este centro fue corta, "porque la directora consideró con mi padres que servía para estudiar y me enviaron al colegio de La Salle en Santiago "donde el único deporte en el que destacaba era el baloncesto porque entonces era alto".

Luego vinieron sus años en Filosofía, su estancia en Alemania "porque quería especializarme en Hegel, y para eso había que leerlo en alemán", y más tarde su apuesta por Ciencias Políticas y la carrera diplomática que le llevó a estudiar francés un año en París y más tarde inglés.

De sus recuerdos por Dena, rememoró sus tardes de juegos "con mi primo Javier tratando de acertar las matrículas de los coches que pasaban por la carretera, y el jugar a la guerra por el monte, pero con piñas de verdad, no con el ordenador ni el móvil". "La otra pasión de mi infancia -apuntaba- era la de quedar con algún amigo para dar paseos por el campo, saltar cerca del río y por los viejos molinos".

A preguntas de los escolares también habló de su labor de diplomático. "Es una profesión muy vocacional -explicaba-, porque es una vida dura en lo emocional, dado que en esta profesión estás siempre llegando y despidiéndote: llegas, te acostumbras al país, a su cultura, haces amigos y cuando los tienes de verdad, llega un telegrama, las despedidas y otro destino. Así, en mi vida, hasta en ocho ocasiones". "Cierto -agregó- que luego es una vida que tiene algo de cinematográfico, y también del mundo de los servicios secretos y del espionaje". Sobre la importancia de la labor diplomática aseguró que "siempre es muy gris, y una de las claves muchas veces es no decir lo que realmente uno piensa, sino tener siempre presente la labor de fondo.