Conocer de primera mano las experiencias vitales de María Sande como "solidaria internacional" es descubrir la implicación y compromiso en dar significado a la palabra ayuda. Ha vivido hasta catástrofes naturales como terremotos anteponiendo el "ellos" al "yo" en todo momento. Afincada ahora en Francia, donde trabaja como consultora en comunicación, se ha implicado también con su marido en una empresa de comida española a domicilio en Avignon.

- Su vida tiene un largo discurrir por el extranjero. ¿Recuerda a bote pronto los países en los que ha vivido?

-De forma permanente únicamente en España (Galicia, Madrid y Alicante) y ahora en Francia. Trabajando en misiones cortas he tenido estancias de un par de semanas a varios meses en países como Guatemala, Haití, Palestina, Jordania, Nicaragua, Senegal...

- Todo empezó como trabajadora de una ONG, ¿Qué le llevó a involucrarse en tareas humanitarias?

-Recuerdo los atentados del 11S en Nueva York como un impacto brutal en mi manera de ver las cosas. Leía las noticias y me chirriaba esa manera de presentar las cosas, los malos contra los buenos, "ellos" y "nosotros" la lucha contra el terrorismo y todas las violaciones de libertades y derechos que se empezaron a hacer en su nombre. Leí "Choque de civilizaciones", de Samuel Huntington, y recuerdo haber pensado que tenía que haber otra forma de afrontar las diferencias. Así que me puse a buscar en internet por solidaridad, y encontré Solidaridad Internacional, creo que fue una de las primeras ONG en tener página web. Empecé a colaborar como voluntaria en diseño gráfico desde Galicia, y en 2004, cuando llevaba ya un par de años viviendo en Madrid convocaron el puesto de responsable de Comunicación. Me presenté, lo obtuve, y ahí me quedé diez años.

- Habrá vivido situaciones de todo tipo después de tantos años de labor solidaria

-Sí, un aprendizaje constante, y siempre con lecciones en positivo. A menudo empezamos en esto con la idea de "enseñar" a los demás, de "ayudar", de decirles cómo tienen que hacer las cosas... con buena voluntad pero con una cierta condescendencia. Y lo que he aprendido es que generalmente la gente sabe ayudarse a sí misma, pero las oportunidades de partida son diferentes, y eso crea las desigualdades, las injusticias... que están a su vez en el origen de muchos conflictos.

- ¿Somos realmente conscientes de las dificultades que se pasan en algunas zonas del mundo?

-No lo creo, porque en nuestra cultura todo nos orienta al individualismo y a poner por encima lo que nos separa (grupo étnico, lugar de procedencia, religión...) de lo que nos une. Esto vale para las personas refugiadas, para la religión musulmana, para Cataluña... Así que, con las personas absorbidas por el día a día y sus propios problemas, el discurso dominante del miedo/odio a lo diferente cala más que los mensajes de solidaridad. Este discurso va en aumento en Europa y en mi opinión se trata de una elección consciente y promovida por los poderes (económicos, políticos...) y amplificada por los medios, porque unas sociedades unidas y solidarias no sirven a los intereses de las élites. Me parece completamente irresponsable porque sus consecuencias son muy peligrosas, como nos enseña la historia.

- ¿Si conociésemos la realidad de algunas zonas del mundo, seríamos más colaboradores, en términos generales, con las ONGs?

-Más allá de solucionar situaciones puntuales de pobreza, muchas ONG hacen un trabajo encomiable por mejorar las oportunidades reales de las personas. Pero el problema es estructural, más complejo. Si fuéramos realmente conscientes de las interrelaciones entre nuestro día a día, entre nuestras decisiones cotidianas de consumo, de voto, etc, y su impacto en personas que están a miles de kilómetros, o incluso en las generaciones futuras... y de las alternativas reales que existen para cambiar esas realidades, creo que sí cambiaríamos nuestras actitudes. Yo creo que las personas son fundamentalmente buenas, y que con la información y el tiempo de reflexión adecuados, actúan conforme a buenos principios. Por eso creo en el poder de la comunicación para crear un cambio social, y por eso me especialicé en esto.

- Incluso creo que tuvo que infringir algunas normas de la organización para la que trabajaba para involucrarse aún más en su labor de ayuda.

-Voy a intentar explicarme, porque no me gusta esa imagen de rebelde que sale a veces cuando cuento lo que pasó. Llegué a Haití el 8 de enero de 2010 con un realizador para filmar un documental sobre la soberanía alimentaria en el país. El terremoto ocurrió el 12, pillándonos en plena filmación en zona rural. La tierra se movió durante más de un minuto y dejó muchos daños y personas muertas y heridas. Yo fui testigo de la reacción de la población local, que fue ejemplar. En Jacmel, con las casas destruidas, personas bajo los escombros y las familias durmiendo en la calle, la gente se organizó para ayudar. CROSE, la ONG local con la que trabajábamos organizó brigadas para evaluar los daños en todas las comunidades y brindar la primera ayuda. Fueron momentos muy duros pero tras el pánico de las primeras horas, en todo momento me sentí protegida y acompañada por los compañeros de CROSE. Luego supe que aquí, en ese tiempo, solo se veían las imágenes catastróficas y los pillajes en Port-au-Prince, por lo que la percepción que se tenía de los hechos estaba muy distorsionada. Mi regreso estaba previsto para el 29, pero mi ONG, basándose en esa información que se recibía desde Madrid, decidió por motivos de seguridad que el realizador y yo debíamos intentar salir de Haití por Dominicana para volver a España. Yo valoré la situación con la información real, de primera mano, de lo que estaba sucediendo, y decidimos quedarnos y echar una mano a título personal.

- Decisión enormenente humana la suya. ¿Qué pasó a continuación?

-Después de horas tan intensas vividas con la gente de CROSE en Jacmel, y con todo lo que estaba pasando, no podíamos simplemente marcharnos y ponernos a salvo a la primera de cambio. Entre otras cosas, reorientamos el documental y filmamos una pieza sobre los primeros días tras el terremoto, que sirvió para que la ONG local mostrara su trabajo y recaudara fondos para la reconstrucción.

- ¿Y cómo lo entendió su ONG?

-A mi vuelta casi me despiden, pero al final se entendió mi decisión y se quedó en una sanción, lógicamente, porque es importante que una organización internacional consiga mantener la disciplina en este tipo de situaciones. Por cierto, que a raíz de esta experiencia hicimos un trabajo muy interesante de análisis y divulgación de la imagen que transmiten los medios occidentales sobre los países del sur en caso de catástrofe. Trabajamos con corresponsales y enviados especiales de medios españoles, porque me parecía importante que fueran conscientes de las posibles consecuencias de este tipo de enfoques catastrofistas: salida de ONGs en el momento más necesario, imagen de estos países como indisciplinados o ingobernables...

- ¿Ha pasado momentos de riesgo real en todas esos años en lugares de tan difíciles condiciones de vida?

-Dejando aparte el terremoto y el trabajo en los altos del Golán y los territorios de Palestina ocupados por Israel, donde sentí la amenaza de un Estado completamente militarizado y violento, en los otros países la vida se abre camino cada día con normalidad. Creo que hay más peligro si me paseo por el centro de Avignon a las 12 de la noche de un martes cualquiera que en el corazón de Thiaroye, una de las zonas más pobres de los suburbios de Dakar donde teníamos un proyecto de escuelas comunitarias. Recién llegada a Guatemala, la primera pregunta era cuánto tiempo llevaba en el país. Y la segunda, invariablemente "¿y ya te pasó algo?". ¡A fuerza de preguntármelo acabaron metiéndome el miedo! Pero si te quedas en el mundo cerrado de los expatriados, moviéndote en taxi y sin mezclarte por miedo, te pierdes de conocer el país real y la gente real que, especialmente en el caso de Guatemala, suele ser lo mejor del país.

- ¿Recuerda un momento que le haya marcado especialmente o su momento más feliz en sus años de labor humanitaria?

-Mis experiencias en Nicaragua, participando en talleres de música y teatro para niños y niñas que vivían y trabajaban como recolectores de basura en La Chureca, el vertedero de Managua. El trabajo que hicieron los artistas que daban los talleres fue maravilloso, y haber participado en ese proceso, ver la evolución de los pequeños a lo largo de los talleres y los resultados finales, incluyendo tres temas musicales, una pieza de teatro y un documental, es una de mis mejores experiencias vitales.

- ¿Cuándo y por qué tomó la decisión de dejar las ONGs?

-Los recortes en cooperación afectaron a miles de proyectos y a muchas ONG. La mía se vio obligada a reducir personal y para no despedir, incentivaban las salidas voluntarias. Yo me acogí a ese plan de salidas siendo consciente de que el sector atravesaba un mal momento y me sería difícil encontrar trabajo en un área de comunicación de otra ONG en España.

- Francia se ha convertido en su lugar de residencia. ¿Por qué Francia?

-Cuando salí de la ONG, mi pareja Adrien, que es de Francia, estaba en reconversión profesional para dedicarse a la restauración. Viendo cómo estaba el panorama en España, tanto en su sector como en el mío, decidimos emigrar y probar suerte aquí. Es mi primera experiencia de vivir permanentemente en el extranjero

- ¿Vilagarcía ya solo para visitar a la familia o se plantea un futuro aquí?

-Pues ojalá. Como buena emigrante galega, que entre pitos y flautas llevo 15 años fuera, por supuesto que sueño con poder volver un día. La verdad es que siempre estoy a la escucha de oportunidades que surjan en Galicia, pero mi perfil es muy particular y muy técnico. Por una parte, por mi especialización en TIC y redes sociales, pero al mismo tiempo muy social... Pero no pierdo la esperanza.