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Morquecho, pintura, paisaje

Cambados acoge hasta el 7 de enero una exposición del pontevedrés

El artista José Ramón Morquecho, junto a una de sus pinturas. // Iñaki Abella

Pinturas y dibujos de José Ramón Morquecho en la sala Pazo Torrado de Cambados; se pone uno a pensar y acaba por escribir no más de tres palabras: Morquecho, pintura, paisaje.

Y enseguida se encuentra con que, a la hora de considerar la obra de un paisajista, ha de dar cuenta -humildemente, torpemente- de lo que pueda ser el paisaje para el pintor en cuestión, y de qué manera se hace cargo de él en su pintura.

El poeta Miguel D'Ors se ha atrevido a decir que hay una "forma gallega de estar en el mundo" y que ésta se constituye por la importancia que alcanza en el gallego lo sentimental, el talante elegíaco y melancólico, la presencia de la naturaleza y la comunión con ella, la actividad crítica y la ironía.

De hacer caso al poeta, la pintura de Morquecho es sin duda la pintada por un gallego: no solo porque en ella se presente la naturaleza sino que, gracias a una labor crítica teñida, se diría, de melancolía, se nos brinda la posibilidad de una comunión con ella, aunque del todo incómoda.

Incómoda porque nos recuerda que la herida moderna que escindió al hombre de la naturaleza e hizo de ella algo a dominar ha podido ser limpiada, pero no curada. Por lo que tal comunión no puede serlo de manera plena.

Parece que, para Morquecho, el paisaje se resiste a la objetivación, a la servidumbre impuesta desde una inteligencia que se declara como extraña o distinta al mundo material. Pero el pintor parece saber también de la fragilidad de la naturaleza, de su impotencia respecto de la técnica desarrollada por el hombre; y que la belleza del paisaje natural depende de las capacidades humanas para apreciarla y para crearla.

Recordemos, citando a Sánchez de Muniaín, que "el paisaje pintado es un paisaje escogido, humanizado e intencionadamente expresivo". Más allá, por ejemplo, de la sabia composición de muchos de los cuadros de Morquecho, cabe decir, respecto de la cita, que en su pintura el rastro humano o no está claro o ha sido evitado, hasta ser silenciado en ocasiones; como si el pintor quisiera ponernos, con prudencia, a una cierta distancia de un paisaje que nos resulta extrañamente familiar pero en el que el hombre permanece ausente.

El sereno y grave gozo nacido de la contemplación del paisaje natural parece que puja con cierta sensación de destemplanza. La naturaleza está ahí; es muda; su silencio, como si no bastase, parece que quiere hacerse elocuente y algo dice, pero es difícil acertar a saber el qué. Algo alcanzamos a adivinar, y porque se hace explícito en esta pintura: la inabarcable riqueza y potencia vital de la naturaleza, como en permanente generación o desarrollo.

*Héctor Quintela es crítico y escritor. La exposición "Silencios naturais" puede visitarse de martes a domingo, de 17 a 20.00 horas

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