"Dicen que por San Xoán, la sardina moja el pan, pero es mentira, es ahora", asegura entre risas Álvarez, el autor de la decoración de las 900 tazas que se utilizaron ayer en la sardiñada popular de Portonovo. Centenares de personas acudieron a la lonja local para degustar este pescado, del que se sirvieron unos 800 kilos en uno de los más concurridos actos de las fiestas dedicadas a San Roque.

Las parrillas, dispuestas sobre la hilera de barbacoas, se hicieron esperar unos minutos, mientras el público ya hacía cola a las puertas de la nave. Jose colocaba sardinas y, atareado, tratando de acelerar los tiempos, explicaba: "la clave para unas sardinas gustosas es una buena brasa y prestar atención, porque enseguida se queman". Un toque de sal y al fuego.

"Espero que las sardinas estén buenas", decía Salvador, un portugués que, junto a su familia, se encontró con las colas y decidió unirse. El trato era el siguiente: cada comensal pagaba una taza, a un precio de tres euros, en la que le servían vino blanco o tinto, y esta se acompañaba de un par de sardinas de regalo.

"Me llevó día y medio decorar las tazas y las jarras", explicaba Álvarez, exempleado de Porcelanas Santa Clara que aguardaba la entrada de los comensales. Además del casi millar de tazas, Álvarez decoró 120 jarras, algo más caras pero acompañadas de ración doble de sardinas.

En torno a la una y media de la tarde, el humo entraba en la lonja y el olor a sardina abría los apetitos. Un grupo de miembros de la comisión de fiestas apuraba el corte del pan. Otro, repartía platos de plástico sobre los que colocaba la taza.

"El año pasado vinieron sobre 500 personas, la cola llegaba hasta allá", decía Pablo resoplando y señalando un horizonte inexistente para recalcar el éxito de público. Pablo, junto a Martín, pasaba un rollo de papel sobre la mesa, para hacer de mantel y menos de media hora después de que terminaran, la mesa ya se llenaba de comensales.

"Somos de Ourense y hemos venido a Portonovo muchas veces, pero nunca habíamos venido a la sardiñada", contaban a la espera de su ración Carlos y Noelia, con su hija en brazos y pan en el plato. A la fiesta gastronómica han llegado por el consejo de unos amigos.

Una charanga animaba el banquete desde una esquina cuando las primeras raciones comenzaron a llegar a las mesas.

"En Portugal también se hacen sardiñadas y al ver que aquí había una, decidimos pararnos", aseguraba Isabel. A su lado, su hijo Gonzalo, de unos 11 años, jugaba con un plato. Poco después, las colas avanzaban fluidas y comenzó una degustación que gustó a todos. Las seis mesas de unos 15 metros de longitud se llenaron para consumir el preciado producto marino. Si hace poco menos de dos meses una ración de sardinas salía a 18 euros el kilo, ayer bastaba con comprar una taza de Álvarez en Portonovo para probar uno de los pescados de precio más variable. Y tuvo razón, las sardinas pingaron el pan por cientos ayer por la tarde.