Sesé Otero tiene el rostro curtido por el sol, la salitre y el viento pero también por los sinsabores de la burocracia, de las falsas promesas que recibe en cada cita electoral y los escasos recursos que solo entran cada vez que algún turista contrata un camarote para pasar la noche.

Pero su ánimo no decae. Tampoco el de su marido Jacobo Costas que se afana en el mantenimiento de la cubierta, con manos de ebanista, al llegar sus vacaciones.

Son los dueños del único barco de vapor que todavía navega, una joya del patrimonio marítimo que se salvó del desguace porque hace veinte años atrapó a la joven pareja grovense.

Sesé Otero y Jacobo Costas sobre la cubierta del Hidra Segundo en O Grove. // Muñiz

"Fue el 6 de junio de 1997 cuando compramos el barco-aljibe en unos astilleros de Vigo y no sabíamos siquiera si se podía mantener a flote porque en 1959 se había hundido en el puerto de Vigo", describe su propietaria.

Pero por ese flechazo a primera vista estaban dispuestos a darlo todo. Les cautivó la "fasquía", que en argot marinero es como su línea, de los años veinte del pasado siglo.

Una maravilla que ya les sedujo para siempre y que se convirtió en un proyecto vital, hoy una mezcla encontrada de ilusión y frustración que les anima a seguir en la lucha.

Llegada a puerto del vapor grovense. // Muñiz

Sesé y Jacobo todavía creen en aquel sueño. Lo dieron absolutamente todo. Primero las 500.000 pesetas que habían ahorrado y otras tantas que aportó "la abuela Herminia" para comprar el viejo barco que ya dormía en un cementerio. Luego vendieron todo lo que tenían: "La casa de Jacobo y la batea que heredé de mi padre en vida". Todo para reconstruir el imponente buque de madera, de 30,5 metros de eslora y 220 toneladas de peso que además navegaba con un motor a vapor que evoca las aventuras de Marc Twain.

Esa ilusión se contagió a toda la familia que no dudó en colaborar en la restauración del Hidria Segundo, una de las referencias de la navegación tradicional en la provincia junto a otros como el Nauja, el Raquel o el pailebote Nieves, que convirtieron las aguas de O Grove en un verdadero museo flotante.

Y así hacia 2005, por fin, se fraguó una historia de amor al mar, al olor a brea y algas que dan vida. Comenzó la primera idea de convertir el propio barco en un museo y nace así el "Barco da Memoria", nombre con connotaciones que no convencían a todos.

Al principio el proyecto parecía que funcionaba pero pronto surgen zancadillas y dificultades, algunas insalvables.

Aún así el espíritu aventurero de estos dos grovenses les llevó a recorrer toda la península y también la costa de la Bretaña francesa.

"Llegamos a Brest", casi el Finisterre francés, y también a la Línea de la Concepción, al Mar Menor, Cartagena o Denia, con más o menos éxito.

Y luego tocó regresar. El Hidria Segundo se convirtió en su vivienda habitual sobre un pedestal al lado de otras embarcaciones, sobre todo dornas tradicionales que parecen rémoras al lado del gigantesco buque histórico.

La pareja en el interior d ela embarcación. / /Muñiz

Toca esperar a mejores tiempos. Sesé Otero no es optimista mientras que su marido restaura tramos en la cubierta de popa. "Tiene trabajo para todo el verano porque ahora se pondrá a pintarlo para dejarlo como nuevo" mientras lo mira con ojos del mismo color azul del mar.

Y entre tanto espera que las administraciones se den cuenta de que estos barcos son una joya, un patrimonio que no se puede dejar perder para que lo conozcan las nuevas generaciones.

A la vez que mira en lontananza, allá donde se acuesta el sol al atardecer, para pedir que les den las mismas oportunidades que a otros emprendedores porque al fin y al cabo también es una empresa.

Otero espera paciente a que por fin se redacte la norma que les permita atracar en un puerto para recoger pasajeros y a que la Administración se fije en este patrimonio marítimo y construya las tan reivindicadas "mariñas tradicionais", donde estos buques de antología podrían formar parte del patrimonio popular.

El Hidria Segundo merece esa dignidad aunque desde hace un año rezuma tristeza desde el pedestal en el que descansa a orillas de la playa mientras que los turistas captan esa majestuosidad y lozanía que a final del verano Jacobo Costas logrará recuperar.