Es uno de los ocho catadores de la prestigiosa Guía Párker que existen en el mundo. Estos días visita Galicia catando vinos de Valdeorras, Ribeira Sacra, Monterrei y Rías Baixas. En su periplo, parada en O Salnés y en Meaño para catar, entre otros, los vinos del bodeguero Rodrigo Méndez (Forjas do Salnés), cuya evolución sigue de cerca en los últimos años por la apuesta que suponen sus caldos. Precisamente en una de sus bodegas, ubicada en Xil, concede esta entrevista, mientras cata a pie de cubas de madera los vinos que de su interior extrae el enólogo Raúl López. Retiene cada cual un instante breve en boca, luego apenas un breve comentario, nada de notas, las sensaciones las retiene en su memoria con la seguridad de la experiencia de años. Hoy viernes, toca presencia en el Consello Regulador en Pontevedra, donde tiene previsto valorar más de medio centenar de caldos de bodegas de Rías Baixas.

- ¿Cuántos vinos valora al año un catador de Parker?

-Nosotros publicamos cada dos meses. Por cada uno de esos períodos hago unos 600 vinos de España, Chile, Argentina y la región francesa del Jura, son las zonas que tengo asignadas. Salí el domingo de mi casa en Madrid, y desde entonces he estado catando en Valdeorras, Ribeira Sacra, ahora aquí en O Salnés y, a la vuelta, me pasaré por Monterrei.

- ¿Y cuántos días en la comarca saliniense?

-Un poco más que otras veces, porque quiero tener tiempo para bodegueros como Rodrigo Méndez, Xurxo de "Albamar", Alberto Nanclares y Eulogio Pomares.

- ¿Cómo selecciona las bodegas que decide visitar?

-Parte de mi trabajo radica precisamente ahí, en encontrar bodegas y vinos que sean excelentes y que no conozca nadie. Los vinos de las grandes firmas ya son conocidos por el público y esos Rías Baixas los cataré en la sede del Consello Regulador el viernes (hoy para el lector). Pero, generalmente, a mí lo que me gusta es ir al viñedo con los bodegueros, ver las cepas, el suelo sobre el que se asientan, la vegetación, si tiene cerca pinos, eucaliptos?. Con solo pisar el suelo tienes una idea y de lo vivo que está el sitio, o muerto si lo has tratado con herbicidas, en definitiva, te indica la calidad de la uva y del vino que puede emerger de ahí.

- ¿Uno se siente muy responsabilizado de la labor de valorar unos vinos que pueden ser relanzados o no, en función de su puntuación?

-¿Responsabilidad?... Yo lo que tengo es que hacer un trabajo, y lo hago lo mejor que sé. Ese trabajo consiste en dar mi opinión, y eso no es un acierto ni una equivocación, es una opinión. Yo vivo únicamente de mis lectores, nosotros no tenemos publicidad alguna en nuestra publicación y a la hora de emitir nuestras valoraciones somos plenamente independientes. Lo que deben tener en cuenta los lectores es no atenerse solo a la puntuación, sino que lo interesante es leer lo que pienso de cada vino.

- La puntuación se atiene a un máximo de 100 puntos, pero al final todos los vinos se mueven en una horquilla mucho menor.

-Sí, porque en la práctica el abanico se fue constriñendo a ese margen que está entre 85 y 100 puntos. Pero, insisto, la puntuación solo establece un orden jerárquico, lo interesante es leer sobre el vino.

- Fue muy controvertida aquella puntuación por encima de 90 que la guía Parker otorgó a un Valdeorras cuyo precio en el mercado rondaba los 2 euros.

-Aquello creo que fue una equivocación, un error, si cabe incluso algo de engaño, no lo sé. Yo intento que eso no me ocurra.

- El mundo del vino está en una evolución constante. ¿Por dónde van las novedades en cuanto al Rías Baixas?

-La evolución en los últimos años es ir hacia el pasado, esto es, recuperar la tradición y el saber hacer de generaciones. Los bodegueros antes no tenían director financiero ni vivían pendientes de cuentas de resultados. Pero sí tenían tiempo: tiempo para mucho ensayo, mucha prueba de acierto-error, y llegaban a conclusiones, muchas de ellas más válidas que nunca.

- El albariño se está plantando ya en otras zonas: Cataluña, Valencia, Argentina?

-¡Y en Japón!... Yo he probado allí un albariño elaborado con uva de cepas japonesas? ¡Y estaba buenísimo! Incluso en una isla del Canal de la Mancha, donde los lugareños, que se me quejaban de que allí no se daba nada, me señalaron algo diciéndome "excepto eso". Y ese "eso" ¡eran cepas de albariño!, sí porque el albariño es el vino del mar, por eso se daba en aquella isla que parecía inhóspita.

- ¿Y esos albariños pueden suponer una competencia seria para los Rías Baixas?

-Como dicen los gallegos? "depende". Yo creo que no hay que temer a la competencia, cuanto más albariño, mejor. Luego, cada uno se va a diferenciar por sus matices: depende del clima, del tipo de suelo? Incluso dentro de Rías Baixas se distingue entre un abariño de O Salnés, de la zona del Condado u otra más caliente. A la postre, en el mercado hay sitio para todos: hay gente que busca vinos sencillos a un precio más económico, pero otra procura vinos especiales y está dispuesta a pagar más dinero. La variedad es la que tiene que transmitir su procedencia. Y, desde luego, lo que no lograrán nunca ni en Japón ni en Australia, ni en ningún sitio, será un albariño como el que, por ejemplo, estamos catando hoy en Meaño.

- La última apuesta en Rías Baixas es el tinto ¿Le ve potencial?

-Sí, tienen un potencial tremendo, el problema es que casi no hay viñedo.

- ¿Usted animaría al bodeguero a apostar por ellos y, a la postre, al viticultor, a plantar caíño, espadeiro u otras variedades Rías Baixas?

-Yo creo que sí. En este momento el mercado mundial demanda personalidad y diferenciación. Si todo el mundo hace lo mismo solo puedes tratar de competir en precio. Pero si ofreces algo distinto ya tienes otro mundo a las puertas. Y esas variedades de uva tinta Rías Baixas, esto es caíño, espadeiro, loureiro? no existen en ninguna otra parte del mundo. Y también la gente, cada vez más, empieza a demandar un vino para beber, no para catar, que estos últimos impresionan mucho pero luego no te los bebes. Y eso otro lo ofrecen los tintos Rías Baixas, que podemos llamar atlánticos o de clima frío: son vinos singulares, frescos, agradables, que se beben muy bien, porque, a la postre, lo que le interesa al bodeguero es que, cuando alguien le compra una botella, se la beba, no que se la guarde.