Los niños no se aburrieron con las "batallitas" del abuelo. Al contrario, escucharon embelesados los relatos de Bienvenido Cordo Rodríguez y Manuel Blanco Picón, dos octogenarios de Valga que a media tarde de ayer participaron en la actividad "O que os avós contan", que tuvo lugar en la biblioteca municipal con motivo de las Letras Galegas, y a la que acudieron una quincena de escolares del programa de conciliación de Valga.

Algo en lo que ambos hicieron mucho énfasis fue en lo distinto que era todo el mundo actual. Tanto es así que para ayudar a los niños a imaginarse aquellos años de la infancia de ambos, recurrieron a lo que a menudo se ve en los medios de comunicación sobre África. Bienvenido Cordo señaló que aunque pueda parecer exagerado establecer un parangón entre la España de la década de los 40 del siglo pasado y África, "nosotros pasamos por unas penurias semejantes". "Las pasamos negras", añadió.

Bienvenido Cordo, un vecino de Cimadevila (San Miguel), de 80 años, aseguró que muy a menudo lo único que había en las casas para comer era caldo, a lo cual Manuel Blanco añadió que él tenía tres hermanos, y que en algunas ocasiones sus padres tenían que repartir una sardina entre los cuatro. Eso era todo lo que tenían para comer. Lógicamente, no había chocolate, ni crema de cacao para untar, ni golosinas...

Manuel Blanco, que tiene 85 años y que es de Barcia (Cordeiro), explicó también que tanto él como la práctica totalidad de sus compañeros de generación comenzaron a trabajar en el campo o con el ganado aún siendo niños. Y es que toda ayuda era buena para ayudar en el sustento familiar.

Casi no se veía dinero en efectivo, y lo que funcionaba era el trueque. El vecino de Barcia explicó entonces que un huevo de gallina era un pequeño tesoro, pues con un huevo se podía conseguir en la tienda un cuarto de litro de aceite. Ni un mililitro más.

Pero no se habló solo de sufrimientos. Los dos octogenarios contaron a sus "nietos" de la actividad organizada por el Ayuntamiento de Valga que en su época jugaban a cosas muy distintas de las actuales. Citaron los trompos, las bolas (canicas) y la estornela, que son dos palos, de distinto tamaño, que van unidos. Bienvenido Cordo se refirió también al aro, "que era la bicicleta de antes, porque íbamos corriendo detrás de él".

A medida que avanzaba la actividad, los dos relatores "crecieron" también y llegaron a su juventud. Así, Manuel Blanco recordó que entonces no se buscaba pareja ni en las discotecas ni a través del teléfono móvil. Se hacía en las fiestas y romerías, la práctica totalidad de las cuales eran como hoy en verano. Pero entonces las normas sociales eran más estrictas, y los jóvenes tenían que enfilar el camino de regreso a casa cuando se ponía el sol. "Pasa lo contrario que ahora, que los jóvenes se marchan de casa cuando se pone el sol".

El Ayuntamiento de Valga hace mucho hincapié en esta idea de que mayores y niños compartan espacios y momentos -ocurre algo similar con las recreaciones de la "malla" del cereal-, pues el Concello considera que "la tradición oral es el lazo que nos une con el pasado, que habla de nuestro ser y origen, disfrazado en historia, ritos, tradiciones, recetas, prácticas cotidianas".

La casa sin inodoro

Una de las anécdotas que ejemplificó mejor lo mucho que se ha transformado Galicia en los últimos 80 años la relató Manuel Blanco. Necesitaba una vaca para arrastrar el arado y fue a A Estrada a comprarla. No encontró lo que buscaba, pero encontró a cambio a un vecino que había comprado tres, y que le ofreció tres duros ("quince pesetas, que en aquella época era un dineral", dijo) si le llevaba las vacas a pie hasta Valga.

Blanco Picón aceptó, y emprendió el camino con el ganado. Al caer la noche aún estaba lejos de casa, por lo que se quedó en una aldea, donde le dieron de cenar y alojamiento.

El dueño de la casa se llamaba José, y cuando Manuel le preguntó por el servicio, el hospedero le contestó -con inocencia o con maldad- que él la había hecho en África. El valgués insistió, aclarándole que preguntaba por el baño. Y entonces José le llevó a una estancia que estaba a oscuras -la luz eléctrica no había llegado todavía a la mayoría de las aldeas-, en la que levantó una trampilla. Manuel Blanco vio entonces un agujero, que comunicaba directamente con la planta baja de la vivienda, donde estaba el ganado. Aquel agujero era el inodoro.

Manuel Blanco contó también que trabajó en un crucero de la casa Ibarra, en el que la familia real española viajó a Grecia para asistir a la boda de Juan Carlos I y Sofía de Grecia. Él fue de los cuatro miembros de la tripulación elegidos para servir la cena de la despedida de soltero. Y recordó que, para ser reyes, la cena no había sido en absoluto opulenta. El menú se limitó a lenguado y entrecot. En su casa, aún conserva como un tesoro una caja con dos botellas en la que se lee: Boda Real. Pero su memoria es un tesoro todavía mayor.