A las 9 de la noche los organizadores comenzaron a servir un peculiar menú entre el centenar de asistentes que se bastaban para llenar el aforo de la pequeña carpa, cerrada por los cuatro costados para mitigar el frío.

Un aperitivo de empanada precedió a la entrada de la gran olla de callos, de unos 30 kg., momento en el que se detuvo la música, para dar paso al calórico plato de la noche.

"El secreto de unos buenos callos lento -apuntaba uno de los asiduos a la cita mientras se afanaba en mantener el equilibrio de su plato por cuanto esta degustación de realiza de pie- es cocinarlos a fuego, y luego su pata de cerdo troceada, chorizo, especias, unas hojas de laurel y su dosis de picante".

El respetable coincidía en el plato estaba en su punto: "tiene que picar un poco, pero lo justo, y este año Rodiño se esmeró en la preparación, se puede repetir sin temor". Fue así que mayores y niños no perdonaron las generosas raciones que servía la organización en platos de loza, acompañados de pan de bolla, vino tinto país y refrescos. Un postre a base de roscón, mientras se reanudaba la música, precedió al otro de momento de la noche con la elaboración paciente de dos buenas queimadas de las que dio buena cuenta el respetable.

Una parte lúdica de la fiesta que este año, a cuadrar en domingo la organización anticipó en su inicio a las 19 horas con el objeto de finiquitarla a medianoche, por cuanto era laboral la jornada siguiente. Quizás por ello la fiesta ganó en esta edición más visitantes, ávidos de conocer su carácter entrañable, pero participó algo menos la gente de Maño. Aun así no faltaron los asiduos que llevan décadas fieles a la cita con los callos.

Y es que el San Amaro, con el que se abre el calendario del año festivo meañés, es uno de esos festejos humildes, sin más pretensiones que la de una pequeña fiesta de barrio, lejos de los focos, de las grandes orquestas, de los escenarios sobre plataformas de camión y de los watios de sonido.

Antaño, en los años 20, refieren los ancianos, fue una autentica romería, pero luego languideció hasta casi desaparecer, siendo recuperada en los años 80 con este carácter cálido y cercano al vecino. Una fiesta por y para el pueblo al abrigo de la ermita más pequeña de O Salnés que se ha ganado a pulso, y gracias al empezó de un puñado de jóvenes que en la última etapa lidera Sandra Varela, la fidelidad de los suyos.