El bombardero B-52 siniestrado transportaba cuatro bombas termonucleares de 1,5 megatones y 800 kilos de peso. Dos quedaron intactas, pero otras dos se rompieron. El balance, siete muertos -los cuatro pilotos del avión cisterna y otros tres de los siete tripulantes del bombardero- y 226 hectáreas de tierra contaminada como consecuencia de la nube radiactiva que contenía sobre todo plutonio.

Solo el sistema de seguridad de las bombas impidió la reacción en cadena que origina una explosión nuclear y cuyas consecuencias hubieran sido dramáticas. "Tiempo después lo hablábamos en el barco -apunta Manuel Besada-: pudo haber sido una catástrofe y nos habría cogido en primera línea: nos hubiera borrado del mapa de un plumazo".

De las dos bombas que quedaron intactas, una cayó en el mar. Los norteamericanos desplegaron un dispositivo de 34 buques y 4 minisubmarinos para dar con ella. La localizaron 80 días después a 869 metros de profundidad. "Crucial resultó el testimonio del pescador del barco que nosotros vimos al fondo aquel día -apunta Manuel Besada- y que les precisó a los yanquis el lugar exacto donde había caído, por lo que aquel pescador de la localidad fue conocido a partir de entonces como Pepe, el de la bomba".