Araceli Oubiña ha convertido las más altas metas en parte de su filosofía de vida. Tras dejar atrás un cáncer de mama, la cambadesa se ha convertido en todo un ejemplo a seguir en cuanto a superación y fortaleza. Doce meses después de coronar el Kilimanjaro, lo ha vuelto a hacer. En este caso con las cumbres del Nepal como reto ya superado.

La pasión de la cambadesa por el montañismo se ha convertido en una auténtica terapia. Un escenario en el que rodeada de amistad y buenos sentimientos, no solo es capaz de reafirmar su condición de deportista sino también sacar a relucir todo su espíritu solidario.

Perteneciente al club asturiano de trekking Una a Una, la logopeda de 49 años ha podido cumplir su sueño de conocer aquella zona del continente asiático, prolífica en cuanto a cumbres de más de cinco mil metros. Nuevamente junto a Rosa Fernández Rubio, con la que completó el Reto Pelayo Vida, y demás compañeros del club, no dudó en participar. Además, su motivación fue aún mayor gracias a la colaboración que la hazaña supondría para la ONG Maití Nepal, entidad que vela por la protección de las niñas de ese país de la explotación y protección infantil.

Ya desde Kathmandú y a la espera de tomar el avión que la devolverá a España en las próximas horas, la cambadesa no podía ocultar sus sensaciones. Con la satisfacción y el cansancio acumulado muy latentes, Araceli reconocía que "estoy feliz, pero también un tanto agotada. Han sido quince días de montañismo con una exigencia física muy grande".

El objetivo era llegar al campo base del Everest con una marcha de aproximación que arrancó en Lukla y tuvo paso por Namche Bazaar y Gokyo. Todo ello dejando entre medias subidas a picos de más de 5.000 metros. Pero antes de partir, la expedición del club Una a Una tuvo tiempo a entregar a Maití Nepal los 5.370 euros recaudados en la campaña de apoyo puesta en práctica a favor de esta ONG.

En el largo camino de dos semanas también hubo tiempo para conocer la idiosincrasia de la cultura sherpa. Araceli reconoció sentirse impresionada por todo lo que aquella población ha hecho porque apenas queden secuelas del terrible terremoto que sufrieron el pasado año.

Cada uno de los primeros días suponía una media de más de seis horas caminando para aclimatarse a la altura. Los pasos por pueblos como Namche Bazaar también quedaron marcados en la retina de los expedicionarios por su gran belleza.

Pronto superaron pasos por zonas a más de 4.000 metros de altitud como Dole o Gokyo. Las conocidas como casas del té, lo más semejante a un albergue de peregrinos en el Camino de Santiago, se convertían en su lugar de recuperación en las faldas del Himalaya.

La impresionante riqueza paisajística de la zona marcaba el día a día. Todo ello mientras se apuntaba en dirección a la cumbre del Gokyo Ri de 5.370 metros de altura. Recuerda Araceli que, tras alcanzar el campo base del Everest, "incluso dormimos a más de 5.000 metros de altura en Gorashep. La sensación de fatiga y dificultades para respirar ya se hacía cada vez más evidente".

La cumbre del Kala Pathar se convirtió en la siguiente parada en su camino. Fue tras regresar a Lobuche y desde tan privilegiada panorámica pudieron disfrutar de las vistas de las grandes cimas del Himalaya central como Pumori, Nupse, Lhotse o el mismo Everest.

El intenso frío en tan inhóspito lugar le jugó una mala pasada a Araceli dado que no pudo completar los 6.000 metros de ascensión al Lobuche. Reconoce que "la altura me afectó. Estaba físicamente más débil que el resto y por consejo de la médico del grupo, se decidió no subir debido también a un fuerte catarro".

Esa fue la última parada de un viaje que Araceli Oubiña nunca olvidará. Atrás quedaron largos meses de preparación para algo que "ha valido mucho la pena. Por conseguir subir a tres cinco miles, por el paisaje, sus dimensiones... Todo allí es espectacular, las gentes, los sherpas... En fin, han sido emociones increíbles. Me he sentido además muy arropada en medio de un gran trabajo de equipo".