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Diario de a bordo en una expedición en busca de aves

Las singladuras en el "Chasula" permiten avistar a gran cantidad de especies

Pardelas, gaviotas o paíños constituyen algunas de las imágenes tomadas por Jesús Menéndez durante su expedición a bordo del "Chasula". // Jesús Menéndez

Esta es la "Expedición de las Sabines" a bordo del barco "Chasula". Son las 8.00 horas del 11 de septiembre de 2016. Desde antes de salir el sol ya se dibuja la niebla en las luces de las farolas de la ciudad de O Grove, lo que nos anuncia que la jornada se presenta con poco o nada de brisa marina, como estaba anunciado.

En los muelles del puerto pesquero el "Chasula", todavía amarrado al pantalán, aguarda con los motores recién arrancados. Tras los saludos y presentaciones de rigor, patrón y marinero inician la maniobra de suelta de amarras y seguido dejamos atrás el puerto grovense, abriendo las aguas de la ría rumbo al océano Atlántico.

El "Chasula" es un barco marinero de cerco, de madera, adaptado para la salida del público a la mar. Construido en 1959, Isidro Mariño lo mantiene en perfecto estado de conservación, con la madera a la vista, que junto con el sigilo de los motores le otorgan cierto grado de confortabilidad. Es una pura representación viva de la cultura marinera gallega, y a los que nos gusta el patrimonio marino nos aviva la admiración.

La mar y la atmósfera están en calma y así seguirán el resto de la jornada. El barco avanza suavemente rumbo oeste. Al rebasar la isla de Sálvora, algo más de una hora después de la partida, comenzamos a sentir la suave influencia de las olas atlánticas. El periodo largo y la altura de poco más de un metro mecen el barco en un suave movimiento al compás de nuestra marcha. El viento sigue en calma y el sol tomando altura no es capaz de disipar la niebla que no deja ver más allá de cincuenta metros.

Poco a poco se iban dejando ver las primeras aves marinas: gaviotas patiamarillas y sombrías siguiendo la estela, algunos alcatraces atlánticos se acercan al barco con cierta altura dejándose ver entre la niebla, fugaces vuelos de paíño europeo se adivinan entre la bruma aprovechando con gran maestría los senos de los trenes de olas. Una solitaria gaviota de Sabine sobrevoló fugazmente el barco. Pardelas baleares y pardelas cenicientas se van dejando ver por goteo, pero las condiciones atmosféricas no dan para más.

Avanzamos hacia el primer punto de ceba, donde la tripulación tiene previsto arrojar restos de pescado y un preparado con grasa del mismo para atraer a las aves por su olfato.

Tímidamente comienzan a llegar los primero procelariformes atraídos por el aroma del preparado. A los pocos minutos ya se congregan una docena de paíños europeos y entre ellos, un paíño de Wilson, especie difícil de ver, más que nada por sus hábitos, ya que es originaria del hemisferio sur y durante el verano puede verse en el Atlántico Norte, justo antes de su regreso a sus colonias de cría Antárticas, y esta temporada precisamente en muy baja cantidad.

Mientras pasa el tiempo la tripulación dispone un almuerzo a base de mejillones de la ría con un vino blanco de Ribeiro, pues hay que reponer fuerzas, y qué mejor manera de hacerlo.

La jornada va avanzando y la bruma se resiste en despegarse de la mar. Con rumbo norte, a 12 millas de la línea de costa buscamos el segundo punto de ceba. Poco a poco la niebla va resumiéndose y dejando ver el horizonte marino. Simultáneamente empezamos a ver los primeros págalos grandes, que se acercan a hostigar al grupo de gaviotas sombrías y patiamarillas que escoltan al "Chasula" a la espera de su oportunidad de alimentarse.

La calma facilita la observación de cualquier movimiento sobre la lámina de agua, dejando ver varios ejemplares de pez luna y un confiado pez espada.

Con el horizonte despejado y el sol comenzado a calentar asistimos al avistamiento de una balsa de paíños que supera el medio centenar de ejemplares. Descansan tranquilamente posados en la calma de la mar. No es fácil ver estas asociaciones y menos en el número que lo forma ésta, aunque más tarde veríamos otro grupo de unos veinte ejemplares.

Al mediodía una sabrosa empanada de bacalao y otra copita de vino nos reúnen a todos en la popa del barco entablando una animada conversación y compartiendo experiencias de esta maravillosa afición.

A las 15.00 horas seguimos navegando plácidamente cuando una balsa de pardelas llama nuestra atención. Hábilmente el patrón, Isidro Mariño, se dirige a su costado dejando el sol a nuestra espalda para facilitar la toma de fotografías. Una decena de pardelas cenicientas y cinco pardelas baleares componen el grupo que permanece al través del barco durante unos silenciosos minutos que enaltecen el avistamiento.

Poco a poco va llegando el momento de regresar. Dejamos la isla de Sálvora a estribor, enfilando el paso por Sagres, que nos regala los imponentes paisajes de los pelouros graníticos lavados una y otra vez pos las espumas marinas, que sirven de umbral a la entrada en la ría y de posadero a la importante población de cormoranes moñudos de la ría de Arousa.

El número de especies va creciendo según nos a cercamos a tierra: Gavión atlántico, ostrero euroasiático, cormorán grande o vuelvepiedras se dejan ver alimentándose cerca de las rompientes.

De regreso al puerto de O Grove el paso entre las bateas de cultivo de mejillón nos da la oportunidad de ver las últimas especies de aves que utilizan estos espacios: la garza real, correlimos común o gaviotas cabecinegras posados en los parques de cultivo flotantes aprovechando su tranquilidad para descansar.

Sobre las 18.00 horas atracamos en el pantalán de O Grove. Es momento de la despedida, choque de manos y abrazos... Es probable que no volvamos a vernos en meses y tenemos un largo camino de vuelta a casa, pero eso sí, todos con caras de satisfacción como colofón a una buena jornada de mar.

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