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El último "latoeiro" de Galicia

Fernando Reboredo es un maestro industrial y empresario jubilado de Meis que mantiene viva una artesanía en peligro de extinción desde que se popularizó el plástico

Hace un tiempo estuvo en el "Luar" de la televisión gallega, y Xosé Ramón Gayoso dijo de él que era "el último latoeiro de Galicia". Y probablemente sea así, puesto que Fernando Reboredo Vázquez solo conoce a otros dos hojalateros: uno vive en un pueblo de la provincia de Barcelona; otro en Quintanar de la Orden (Toledo).

Nieto e hijo de "latoeiros", a Fernando Reboredo le llegó tarde la vocación por esta artesanía que tuvo años de esplendor (en el taller de su padre, situado frente al actual bar Bruselas, en O Mosteiro, llegaron a trabajar una decena de personas), pero que fue apagándose paulatinamente a partir de la década de los 60, con la irrupción masiva del plástico. "Hasta entonces, todos los utensilios que te podías encontrar en una casa eran de latón", recuerda Reboredo, que ahora tiene 67 años.

Él tuvo la oportunidad de estudiar fuera (hizo Maestría Industrial en Pontevedra, lo que actualmente equivaldría a un ciclo superior) y con el tiempo fundó una empresa de electricidad, fontanería y calefacción, y una tienda de muebles. Había estado cientos de veces en el taller de su padre, echando una mano con el latón, pero nunca se le había ocurrido dedicarse a aquello. Hasta que hace ocho años unos jóvenes irrumpieron en su vida.

La asociación Cabemeis pretendía recrear el viejo esplendor de la feria de ganado de O Mosteiro, que llegó a ser una de las más importantes de la parte norte de la provincia de Pontevedra hasta mediados del siglo XX. Querían hacer en verano una feria con animales y artesanos que realizasen demostraciones en directo, y llamaron a la puerta de Fernando Reboredo Vázquez, por si le quedaban algunas herramientas y piezas de su padre y su abuelo o si él mismo podría hacer algunas más en la feria.

Él se dejó convencer, y sin darse cuenta se le metió en el cuerpo el gusanillo de la hojalata. "Ahora es para mí una afición y una terapia. La gente dice que los jubilados tenemos muchos problemas de salud porque no tenemos nada que hacer, así que trabajando en el taller estoy entretenido, hago algo y solo discuto conmigo mismo".

Recorre Galicia

Hoy en día Fernando Reboredo no podría entender su vida sin sus piezas y herramientas de "latoeiro". Está en un registro de artesanos, y le invitan de numerosos lugares para mostrar en directo su forma de trabajar. Ha estado en la Reconquista de Vigo, en una feria medieval de Zamora, en una demostración que se celebra en verano en los "pendellos" de Agolada. "La organización nos paga el hotel y las comidas y nos da un dinero por hacer las demostraciones", apunta este maestro industrial metido ahora a artesano, que también ha dado charlas en la sede de la Fundación Liste, en Vigo.

Pero los arousanos no tienen que irse lejos para conocer el trabajo del último hojalatero gallego. En el Campo da Feira de O Mosteiro tiene su taller, que está abierto al público. Los visitantes pueden verle trabajar en directo y conversar con él. Incluso tienen la posibilidad de comprarle alguna pieza, aunque Reboredo Vázquez ya avanza que no todas están a la venta. "Le tengo cariño a todas, porque cuando hago una pieza me enamoro de ella. A veces pasa que viene alguien por aquí y me pide una pieza en concreto que solo me queda esa. Entonces le digo que esa no se la puedo vender. Que si quiere que le hago una exactamente igual, pero que esa no se la puedo vender".

De sus manos han salido piezas de lo más diversas, como unos viejos candiles (eso sí, con luces LED en su interior), que decorarán e iluminarán el interior de un furancho de Meis, hasta una serie de "leiteiras" con las que antiguamente las mujeres del rural acudían a las villas y ciudades para vender la leche de sus vacas.

¿Y qué ocurrirá cuándo el último latoeiro de Galicia no pueda seguir trabajando? Fernando Reboredo tiene cinco hijos y dos nietos. "No creo que continúen con la tradición porque ya tienen sus vidas y sus carreras". Pero un segundo después se lo piensa. "Pero tampoco lo descarto. Tengo un par de hijos que son unos manitas". A fin de cuentas, quien le iba a decir a él que a los 59 años se iba a poner de nuevo a hacer piezas de hojalata, como antes su padre y su abuelo.

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