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Una olímpica enamorada de Vilagarcía

Gertrudis Gómez, residente en la localidad desde que en 2001 fichó por el Cortegada, jugó con la selección cubana de baloncesto en Atlanta-96 en la cúspide de su carrera

El baloncesto sigue formando parte del día a día de la exjugadora internacional cubana. // I. Abella

"Si volviese a nacer me gustaría volver a ser jugadora de baloncesto". Son palabras de Gertrudis Gómez Sandó. Detrás de esa emocionada aseveración se encuentra una historia de 46 años de vida que arrancó en la ciudad cubana de Holguín y que ahora continúa en Vilagarcía, localidad en la que reside con su madre y de la que se enamoró cuando en 2001 el club Cortegada llamó a su puerta.

Referirse a Gertrudis es hacerlo a una persona que ha alcanzado las más altas cotas que cualquier deportista puede soñar. Ha disputado Campeonatos del Mundo, Universiadas, Centroamericanos y Panamericanos e incluso ha sido olímpica. Concretamente ahora se cumplen veinte años de su presencia en los Juegos de Atlanta-96 con la selección de baloncesto de su Cuba natal. Precisamente esa fue la última vez que defendió los colores de su país antes de dar el salto al profesionalismo europeo. Un palmarés tan admirable como la humildad con la que lo recuerda.

La nostalgia y la alegría se apoderan de sus palabras a partes iguales en la conversación. Ella sabe en primera persona lo que es pasar de tocar el olimpo del deporte mundial a un presente marcado por la falta de oportunidades laborales. De colgarse una medalla en un Mundial a suspirar por un empleo que le ayude a tener una vida con menos estrecheces, las mismas que en 1996 le llevaron a vender junto a sus compañeras de selección puros habanos de estraperlo en la villa olímpica de Atlanta con una inusitada demanda entre los mejores deportistas de todo el planeta. "La pena fue haber llevado solo seis o siete cajas", recuerda entre risas.

Toda una historia de vivencias que podrían llenar las páginas del mejor best seller que se precie y cuya protagonista pasea cada día por Vilagarcía, ciudad en la que mantiene su idilio con el baloncesto entrenando a niñas en el C.B. Vilagarcía, jugando con chicas en el CLB y arbitrando a veteranos en la Master Senior League.

Su descubrimiento del baloncesto surgió en La Habana. Desde aquel primer momento que pisó una cancha descubrió cual sería su camino a seguir. De ello también se encargaría el régimen castrista que cuidaba al máximo a sus mejores deportistas para la buena imagen del país en el escaparate de las competiciones internacionales. Sus 190 centímetros y un físico privilegiado convirtieron a Gertrudis en un diamante en bruto que se fue puliendo a base de esfuerzo y motivación ante la puerta a la esperanza de una vida mejor que se le abrió entre canastas.

El caprichoso destino quiso que España se convirtiese en el lugar en el que comenzaron a cimentarse sus éxitos internacionales. Sucedió cuando contaba con 19 años, edad con la que participó en el Mundial de categoría júnior celebrado en Bilbao en 1999. Manuel Pérez "El Gallego" -llamado así según Gertrudis "por ser bajito y regordito"- fue el seleccionador que le dio la oportunidad que cambió su vida dentro de la mejor generación de la historia del baloncesto cubano con compañeras como Licet Castillo o Yamilé Martínez.

La actuación de la cubana en Bilbao sorprendió a todos. Fue todo un valladar debajo de los tableros convirtiéndose en una de las destacadas jugadoras del campeonato con 12,7 puntos de promedio. Memorables fueron los partidazos realizados ante España (24 puntos) y ante una Rusia que terminó proclamándose campeona (25).

Aquel bautismo con el equipo nacional se convirtió en poco tiempo en una presencia continuada. El gobierno de Fidel quiso premiar a aquellas jóvenes que destacaron en el Mundial y las incluyó en el equipo que en 1990 logró para Cuba la única medalla en un Campeonato del Mundo sénior. Fue en Malasia donde se fraguó aquel bronce contra Checoslovaquia y al que la joven Gertrudis, en el único partido que disputó, aportó una canasta en esa final de consolación.

Aún se acuerda de la primera vez que pisó Estados Unidos, "fue en la Universiada de Buffalo del 93. Visitamos las cataratas del Niágara. Qué bonito es aquello". Pero el destino le reservaba tres años después la oportunidad de volver al país que bloqueaba su prosperidad y, por ende, la de sus compatriotas.

"No solo vendíamos puros, también camisetas de Cuba por la villa olímpica. El gobierno solo nos pagaba unas dietas de dos dólares diarios por defender a tu país en una Olimpiada y eso no nos daba para nada. Y eso que fuimos sextas". Los recuerdos se agolpan tras aquella experiencia, "era algo alucinante estar allí. Todos los días era una fiesta. Interactuar con toda aquella gente. Y las instalaciones eran increíbles". Incluso hubo momentos no tan agradables como una amenaza de bomba, "nos obligaron a desalojar. Fue un susto tremendo". También hace mención Gertrudis a cuando "nos increparon jugando contra Estados Unidos por la situación política, pero ya estábamos muy bien aleccionadas de no responder a ninguna provocación".

Quien le diría entonces que veinte años después los Rolling Stones tocarían en La Habana, algo que para la cubana "es una gran noticia porque ya está bien de tanto hostigamiento a la gente de Cuba".

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