-¿Cuánto tiempo lleva ya en Angola?

-Llevo dos años allí, pero siempre tuve inquietud misionera. Aunque no hubiese sido monja me hubiese entregado a ayudar a los demás. También estuve en Venezuela medio año hace seis años y ya estaba muy mal. También pasé un periodo corto en Argentina.

-¿Qué echa en falta?

-Lo que peor llevo es la distancia. Es muy lejos. Ahora con las nuevas comunicaciones es muy fácil hablar con la familia, pero echo en falta un mayor contacto con las personas que forman parte de mi vida. No añoro nada en lo material. Tampoco en lo afectivo porque me siento muy feliz. Te llena muchísimo estar allí si tienes vocación. La gente es muy entrañable, muy agradecida, muy respetuosa. Cualquier persona que va de fuera lo primero que siente es el agradecimiento. La alegría es enorme. África no es pobre, es rica. Miremos la historia que es sabiduría. ¿Cuántos siglos de esclavitud y de colonización portuguesa? Ahora levantan la cabeza, pero aún no saben dirigir y no saben liderar y hay quien se beneficia de su situación. Su potencialidad tremenda, no solo en bienes materiales y naturales, sobre todo en valores humanos y en espiritualidad. Pueblo bantu con el que yo trabajo es un pueblo profundo. Con una filosofía de la vida que te cautiva.

-¿Tiene pensado estar allí mucho tiempo?

-No lo sé porque todo depende de la disponibilidad de la congregación. Estamos a disposición en el sentido de la necesidad que haya en determinados lugares del mundo. Si me necesitan en otro lugar, saldré de donde estoy, pero no tengo ningún problema en quedarme el tiempo que sea. Siempre he puesto en valor la felicidad que allí hay pese a lo poco que tienen y eso es algo que te hace sentir muy a gusto.