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Sandra Sambade: "Todavía estoy empezando a contrastar con nuestra realidad lo que observé en Malawi"

Sandra Sambade, profesora en O Grove, realizó este verano varias acciones solidarias en el sudeste de África

La profesora Sandra Sambade regresó esta semana de África. // Muñiz

La coruñesa Sandra Sambade, profesora de Matemáticas en un instituto de Secundaria en O Grove, regresó el lunes de un lugar donde, según UNICEF, más del 65% de la población sobrevive por debajo del umbral de la pobreza. Se trata de Malawi, un país situado al sudeste de África que limita con Tanzania, Mozambique y Zambia.

Esta joven maestra se desplazó allí durante la segunda quincena de agosto en compañía de dos ingenieros técnicos, Jesús Fernández y Ricardo Baamonde, que imparten clases en la Universidade Laboral de Culleredo, y de un albañil jubilado, Manuel Couto. Todos ellos viajaron como voluntarios de la Fundación Esteban Vigil, y solo Sambade visitaba por primera vez ese destino. Allí se ocuparon de tareas como la instalación de material dedicado a la ventilación en un orfanato y la mejora del acceso a Internet en otros centros de este país que ronda los 16 millones de habitantes y en el que este reducido grupo de aventureros solidarios permaneció casi 20 días.

-¿Cómo surgió la idea de marcharse a Malawi a realizar trabajos en favor de la población local?

-Mi pareja, Jesús, hablaba con mucha pasión del viaje anterior que había hecho con un amigo a esa zona. Comentaban ese asunto con bastante frecuencia y me pareció una gran idea sumarme al proyecto en esta ocasión. Considero que es imprescindible, si surge alguna oportunidad, desplazarte a un lugar diferente donde puedas conocer otra cultura y otra forma de vida.

-¿Trasladarse a Malawi exigía algún tipo de preparación previa especial?

-Fue necesario resolver muchas cuestiones, por lo que entré en una especie de vorágine de situaciones personales que me absorbieron. Ricardo se encargó de los preparativos técnicos, y por otro lado estaban los aspectos relacionados con la salud. Me vacuné contra la fiebre tifoidea, contra la fiebre amarilla, contra la hepatitis... Aparte de las vacunas, seguí un tratamiento oral contra la malaria.

-¿Dónde llevaron a cabo las acciones que se habían propuesto?

-Realizamos los primeros trabajos en el orfanato que fundó en Chezi hace 25 años una misionera de la orden María Mediadora que nació en Ponteceso y se llama María Teresa Andrade. También nos dirigimos al distrito Área 49, situado en Lilongüe, la capital del país, para ocuparnos de una serie de tareas en un centro femenino de estudios. Y otro de nuestros principales destinos fue el hospital rural de Mlale.

-¿Qué acciones llevaron a cabo durante su estancia en el país?

-Nuestro primer objetivo era mejorar el sistema de ventilación de un pabellón ubicado dentro del orfanato. Allí hay dos estaciones, la seca y la húmeda, y en este recinto, que acoge a unos 400 niños, se alcanzan temperaturas muy altas durante la época húmeda. Al final, lo que conseguimos fue instalar extractores de tiro natural para que las condiciones fuesen mejores y se refrescase un poco el ambiente. Yo colaboraba en lo que podía, pero controlo sobre todo la parte informática, y eso era importante, porque nos dedicamos en el hospital a colocar material diverso en este sentido. Reparamos ordenadores y procuramos que mejorase la conectividad a Internet. Otra labor relevante consistió en buscar la manera de que se aprovechase el agua de una especia de depósito que posee el colegio femenino.

-¿Cuál es el motor económico de la zona?

-No sé si es correcto llamarlo motor, pero la economía se fundamenta en la agricultura. La dependencia de la tierra es enorme.

-¿Cómo ha cambiado su perspectiva desde que regresó de Malawi?

-Lo que experimenté allí da para reflexionar muchísimo y todavía estoy empezando a contrastar ese choque constante con otra realidad. Al volver, alucinaba con el desplazamiento por la autopista después de haber recorrido tantos caminos de tierra, de sortear bicicletas, que es un medio de transporte privilegiado allí, y de jugarse la vida en camionetas. Pero prometí que, si puedo, repetiré este viaje.

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