-¿Qué le ha impresionado más sobre las condiciones de vida de los habitantes de esos lugares?

-En realidad, casi todo me llamaba la atención. Pero destacaría una actividad que se organiza una vez al mes. Se trata de una convocatoria de gente mayor que se reunía en el orfanato. Todos vestían igual para distinguirse como integrantes de ese programa. Acudían unas 120 personas, varias de ellas recorrían unos cuantos kilómetros descalzas y algunas tenían incluso problemas de movilidad.

-¿Qué se hacía durante esa reunión?

-Los mayores portaban algo de lo que habían logrado recoger para los animales que mantenían allí las monjas, entre los que se encontraban, por ejemplo, gallinas y vacas. Entregaban cualquier cosa que hubiesen obtenido de la cosecha, aunque fuera algo simbólico. A cambio, recibían en una pala diferentes productos de alimento y de higiene. La ayuda es limitada y consiste en una aportación muy modesta, pero existe un programa similar para chicos que viven en la calle.

-¿Había actuado como voluntaria anteriormente para alguna asociación solidaria?

-Hasta ahora me había limitado a ofrecer donaciones económicas a Amnistía Internacional y a la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo.

-¿Ha influido algún tipo de motivación religiosa en la decisión de participar en esta iniciativa?

-No, en absoluto. Eso no tuvo nada que ver con mi decisión. Lo que sí debo decir es que me quedo con una imagen muy positiva sobre el esfuerzo y las funciones de las monjas que permanecen allí tratando de cambiar las vidas de otras personas.